Federalización-integración
a marchas forzadas; continuación del marasmo actual; dislocación de la Europa
de Maastricht. ¿Cuál de estos tres escenarios sería el peor…? En la encrucijada, los pueblos europeos deben medir las ventajas y los riesgos de las
alternativas que se les presentan.
1.
¿…desde un punto de vista político, sobre todo considerando la democracia
liberal, sus instituciones y sus valores?
Florent
Parmentier: Es correcto decir que las democracias liberales crecieron en un
marco nacional como lo recuerdan oportunamente los partidarios del
Estado-nación. Desde ese punto de vista, deshaciendo la relación entre la soberanía
popular y la escala de toma de decisiones, para sus detractores, Europa no es
más que una máquina que arruina la democracia. Sin embargo, es igualmente
interesante observar que la permanencia y la expansión de las democracias
liberales a lo largo del siglo XX en Europa son fenómenos estrechamente ligados
a la existencia de una paz continental. En otras palabras, se puede decir que
si Europa hace la paz (por encaje de los intereses de los actores a escala del
continente), la paz hace igualmente a Europa (es el producto de la Segunda
Guerra Mundial y de la Guerra Fría); el anclaje de la democracia liberal en el
continente resulta, entonces, a largo plazo, una de sus mejores garantías. En
la proximidad de regímenes autoritarios, los demócratas tienden a veces a
renegar de sus valores con el fin de resistir a una tentación autoritaria más
fuerte. Lo que era verdad para el constitucionalismo, como se decía entonces,
lo es igualmente en materia de Estado de Derecho hoy en día.
Lo
más sorprendente es, sin duda, el enlace que se puede realizar entre democracia
liberal, Europa y soberanía. En efecto, contrariamente a una idea extendida,
Europa puede ser a veces un vector de soberanía inesperado mucho más real que
las huidas hacia adelante. Ya se ve que el Reino Unido no es más soberano con
el Brexit, ya que su margen de maniobra es mucho menos real de lo que se cree.
No está en disposición de dictar sus condiciones al resto de Europa. Sus
universidades eran las grandes ganadoras del juego europeo: por un euro
invertido, los británicos recuperaban tres. A fin de cuentas, pues, la
dislocación no garantiza la democracia liberal y la federalización europea debe
probar su capacidad para disponer de una real legitimidad popular.
Edouard
Husson: Como soy conservador o, si lo prefieren, realista, en el sentido que
tiene este término en la filosofía medieval, voy a empezar por responderle que
no me gusta el término “valores”, que se remonta a Nietzsche y que es la puerta
abierta al relativismo. Los «valores» defendidos por los individuos no pesan gran
cosa frente al valor, el del mercado-rey. Hay que remontarse a antes de
Maquiavelo y reafirmar, después de Platón, Aristóteles, Cicerón o Santo Tomás,
que existen buenos y malos gobiernos. El gobierno de uno solo puede ser bueno
(monarquía) o perjudicial (tiranía); el gobierno de una élite, igualmente,
puede ser aristocracia (el gobierno de los mejores) o bien oligarquía (la
confiscación del poder en beneficio de unos pocos); el gobierno del pueblo, la
democracia, puede degenerar en oclocracia, gobierno por parte de la multitud
indiferenciada. La democracia liberal es un tipo de régimen mixto, como lo
recomendó Aristóteles, que mezcla idealmente una parte de aristocracia (cuando
los representantes del pueblo son escogidos entre los mejores, incluyendo en el
seno de una élite consciente de sus deberes) y la soberanía que reside en el
pueblo. Pero ya se observa en el proyecto europeo tal y como es, o tal y como
lo imaginan los federalistas, una deriva hacia la oligarquía y una tendencia a que
el pueblo no pueda ejercer el control de sus representantes; así ha aparecido
el populismo, que es una especie de llamada a la oclocracia. ¿Hace falta por
eso desear la dislocación europea? Me temo que pueda llegar el momento en que
no podamos decidir por nosotros mismos porque habremos dejado que se deshagan
las formas del buen gobierno. Pero idealmente haría falta que Francia
defendiera una nueva subsidiariedad para reducir el número de materias en las
que interviene Bruselas. Ya no sería solo para restablecer la soberanía
nacional –el poder de los ciudadanos; haría falta también que el poder nacional
acepte descentralizar, devolver al nivel de la ciudad y al nivel municipal un
cierto número de temas que serían mejor tratados por la democracia de
proximidad que por la democracia representativa de las instancias nacionales. Así
es como se respondería a las peticiones de los chalecos amarillos en el sentido de restablecer el control por el
pueblo sobre los temas que importan de verdad.
2.
¿…desde un punto de vista geopolítico, sobre todo en la relación de fuerzas
entre los grandes entornos actuales?
Florent
Parmentier: El verdadero desafío consiste en tener una visión articulada de la propia
estrategia. Europa solo es un multiplicador si sabemos dónde va; un estado como
Corea del Sur tiene una visión clara de sus prioridades, como también
Marruecos, que se ha dotado de una verdadera visión a la medida del continente
africano.
Podríamos
esperar una política europea mucho más activa en África cuando se tenga en
cuenta la variable migratoria. Un diálogo con los países africanos es necesario
sobre este punto. Así mismo, los europeos después del Brexit deberían
interesarse a su dimensión marítima, punto crucial cuando se sabe que tiene un
espacio marítimo mundial junto con Estados Unidos. Lo espacial es también otra
frontera para los europeos, y también las tecnologías como la Inteligencia
Artificial.
En
suma, es un proceso largo y exigente, y hay que esperar que no sea ya demasiado
tarde para forzar a los europeos a tomar sus responsabilidades; ni Estados
Unidos, ni Rusia desean verles unidos. Es el nuevo reparto de juego.
Edouard
Husson: Hace veinte o treinta años, los partidarios de una Europa federal
insistían en la necesidad de una “Europa potencia”. En el fondo, todavía es ése
el razonamiento de un Emmanuel Macron que expresa su deseo de construir una
soberanía europea, para responder a los retos de esta época. La cuestión es
saber, por supuesto, si eso tiene sentido con la época de la tercera revolución
industrial. La revolución de la información ha consistido en el aumento
exponencial de las capacidades de almacenamiento, de la miniaturización
permanente, según la ley de Moore. La información es cada vez más abundante y
disponible a todos los niveles. Las jerarquías se hunden, remplazadas por las
redes. El tamaño medio de las empresas no cesa de disminuir. Es la tendencia
ideal, claro, la que hay que proteger. En la práctica, existe también la
posibilidad de acumular tanta información y de tratarla mediante máquinas con
capacidad de cálculo cada vez más potentes que se llega a la constitución de
gigantes tipo Google, Amazon, Alibaba. Los «big
data» alimentan el desarrollo de la inteligencia artificial y nos podemos
imaginar cómo podríamos pasar del todopoderoso Google al reinado de las
máquinas. ¿El futuro no está, finalmente, en el reinado de los Estados Unidos
transhumanistas y de la China neototalitaria? A esto podemos responder de dos
formas: hay que poner fin a la nefasta política de la competencia, que impide a
la vez la constitución de campeones europeos y la posibilidad para los Estados
de responder con los medios jurídicos de la soberanía y las armas políticas de
la fortaleza. Si es posible poner en marcha una soberanía digital a nivel
europeo, ¿por qué privarse, incluso si los debates recientes sobre la
imposición a las grandes empresas de internet no prejuzga bien lo que podría
suceder? En todo caso, a nivel nacional como a nivel europeo, es totalmente
posible restablecer el equilibrio con los gigantes de la economía digital a
condición de quererlo a nivel político.
Se ve a Amazon temblar desde sus cimientos por el divorcio de su
Presidente, pero también por las quejas crecientes relacionadas con el trato
poco adecuado a su personal. Facebook conoce cierta fragilidad y empieza a
trabajar sobre los retos éticos del procesado de datos trabajando con
universidades… europeas. Vemos a la vez cómo somos vulnerables con una dinámica
federalista europea que debilita a los Estados sin que pueda sustituirlos un
gobierno eficaz a nivel de la Unión Europea. Por un lado, la Europa de Bruselas
está lejos de tener los atributos de una potencia para parecerse a China,
India, Rusia o Estados Unidos. Pero, por otro lado, no es seguro que esos
estados-continente sean viables en el medio y largo plazo en un mundo
posdigital. Europa tiene, en su historia, el secreto de la creatividad: un
conjunto de territorios de superficie intermedia, unas metrópolis equilibradas,
centros de innovación esparcidos por todo el continente. Es un modelo
descentralizado que podríamos defender.
3.
¿…desde un punto de vista económico?
Florent
Parmentier: El hecho de disponer de un mercado interior es una gran ventaja.
Conviene, por otra parte, integrar a los vecinos alrededor de ese gran mercado
para que Europa pueda afirmarse como una potencia. Es difícil no felicitarse,
desde un punto de vista europeo, del sistema puesto en marcha para escapar a
las sanciones americanas contra Irán a través de un instrumento concebido por el
Reino Unido, Francia y Alemania. El Instex corresponde perfectamente a lo que
esperan los actores económicos europeos: un país europeo solo no habría podido
responder nunca a ese desafío.
En
el tema de la innovación, nos hace falta también encontrar un nuevo
acercamiento en un marco que se mueve constantemente. Es sobre todo lo que
propone un grupo como el del JEDI (Joint-European
Disruptive Initiative), que espera rehabilitar la ‘Deep tech’ en Europa. Queda por saber si esta lógica, tan
necesaria, será escuchada.
Edouard
Husson: Nunca nos cansaremos de repetir el absurdo económico que representa el
hecho de haber constituido una zona monetaria no óptima sin unión política
previa. La política de cambios fijos en un conjunto heterogéneo ha creado no
solamente divergencias, sino que hace crecer el resentimiento político, en el
seno de las naciones (crisis de los chalecos
amarillos) y, en cierta medida, entre ellas (intercambio de dardos verbales
entre Emmanuel Macron y Matteo Salvini). Al mismo tiempo, sería conveniente que
el euro fuera por fin transformado en una verdadera moneda (supresión de los
bancos centrales nacionales, creación de deuda a escala de la zona euro por un
Banco Central Europeo que favorecería por fin una política al servicio del
crecimiento y del empleo en lugar de estar obnubilado por la lucha contra la
inflación y de contentarse con un Quantitative
Easing al servicio de los bancos). Pero… ¿no hemos llegado ya al punto de
no retorno? ¿Es capaz Alemania de cuestionarse sus propios miedos de
transferencias financieras en el seno de la zona euro en el momento en el que
la AfD disloca todo el paisaje político alemán?
En
el extremo opuesto, está el espectro de una ruptura de la zona euro. ¿Hay una
posibilidad de escenarios intermedios? Contrariamente a lo que se dijo en el
momento del debate entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron, la idea de pasar de
un régimen de moneda única a un régimen de coexistencia entre el euro y unas
monedas nacionales no era una mala idea: simplemente, Marine Le Pen no había
tenido tiempo de comprender la idea que ella misma avanzaba. De hecho, fue
incapaz de responder a los errores de Macron aquella noche, que pretendía hacer
ver, por ejemplo, que el desempleo era más elevado antes de la introducción del
euro mientras que, al contrario, el desempleo aumentó con la desaparición de la
flexibilidad monetaria. Pero hay que entender que semejante escenario –el paso
a una moneda común– debe ser acompañado de un cambio radical en nuestra visión
de la moneda y del crédito. En la era digital, ya no se tratará solamente de
recrear las monedas nacionales: podemos imaginar también la utilización de
monedas locales y criptomonedas, privadas o no. Sin duda, habrá que reducir los
bancos centrales a su rol de instancias de garantía de último recurso. Y, por
lo demás, confiar en el mercado, haciendo sitio a todas las formas nuevas que
está inventando la economía de la era digital: economía colaborativa, circular,
simbiótica, etc.
Si
cogemos otro ejemplo, el de la ecología, es evidente que habrá que dar la
espalda a esas cumbres por el planeta que no sirven más que para estropearlo
quemando inútilmente queroseno; en su lugar, se trata de confiar en la
capacidad de innovación de las pequeñas y medianas empresas arraigadas en una
práctica y una experiencia local; hay que reflexionar en términos de redes
energéticas locales o regionales, de adaptación a los microclimas; se trata
también de pensar en ciudades sostenibles en el seno de sus territorios. Europa
podría tener un papel excelente en esto, con la condición de de abandonar los
Objetivos de Desarrollo Sostenible y las cumbres para salvar el planeta, que
son un desperdicio enorme de dinero y de energía, en todos los sentidos de la
palabra.
Teniendo
en cuenta el conjunto de estos puntos, ¿cuál sería el escenario más deseable?
Florent
Parmentier: Hay que ver que los tres caminos propuestos son bastante puros
químicamente, y que se podrían poner en marcha algunas posibilidades híbridas.
Así, el Brexit es una forma de ruptura del conjunto europeo, pero también ha
permitido mostrar que 27 países pueden parecer más unidos que el Parlamento de
uno de ellos. Algunas materias de la integración europea podrían acelerarse
debido al resultado del Brexit: por ejemplo, el Reino Unido ya no podrá poner
obstáculos al progreso en materia de Defensa.
Cualquiera
que sea la evolución en Europa, las élites no podrán ya abstenerse de tener en
cuenta algunos factores de transformación ya en marcha, en materia tecnológica,
geopolítica y otras. Si las naciones tienen más que ganar en una gran unidad
europea, deben concentrarse sobre todo en una visión prospectiva de los retos.
Edouard
Husson: Entre los partidarios del statu
quo o de la distopía de integración forzada (top down) y los populistas, falta una gran fuerza democrática del take back control (retomar el control). Se podría imaginar la emergencia de
una fuerza política que promoviera una verdadera alternativa: exigiendo la
renegociación de los tratados europeos según los principios de la subsidiariedad
y tomando el compromiso de dar siempre la prioridad a la voluntad del pueblo.
Imagino un esfuerzo múltiple: presión sobre los socios europeos para reducir
las competencias y el número de los asuntos en los que intervenga Bruselas;
vuelta a los pilares fundamentales de la soberanía nacional: superioridad de la
jurisdicción nacional, control de la Comisión y del Consejo europeo por los
Parlamentos nacionales; vuelta a la forma original del Parlamento europeo
(asamblea formada por delegados de los Parlamentos nacionales); abandono de la
utopía de un ejército europeo y restablecimiento de un servicio militar
nacional para todos; reafirmación de las fronteras nacionales cada vez que sea
imposible establecer un consenso europeo; vuelta al ECU (European Currency Unit) y puesta en marcha de un sistema monetario
y un sistema de crédito descentralizado. Habría que suprimir, ya de paso,
algunos niveles de decisión (no se puede conservar la pirámide de regiones,
departamentos, mancomunidades, municipios, etc.); el criterio de supresión
sería la capacidad de la ciudadanía a participar en las instancias de los
niveles conservados. En todo caso, el take
back control significaría una transferencia no solo del nivel europeo al
nivel nacional, sino también del nivel nacional al nivel local. ■
Fuente: Atlántico