Racismo
sistémico, apropiación cultural, violencia simbólica... ¡Occidente no lo
soporta más! Empachadas por conceptos abstractos creados por universitarios y
difundidos por las asociaciones, las sociedades occidentales comienzan a
manifestar su voluntad de volver a los valores clásicos.
Era
previsible: los años precedentes han estado marcados por una sucesión de falsos
escándalos que han revelado el verdadero rostro de los caballeros de la
rectitud. Todos sus grandes temas aparecen en los medios, después de haber sido
elaborados en las universidades. Como las muñecas rusas, cada tema contiene
otro, que a su vez anuncia el siguiente. Desde el racismo sistémico a la
apropiación cultural, pasando por el “privilegio blanco”, se muestran
intratables. Los Torquemada de todo lo que es occidental han triunfado.
La pequeña derecha que sube, sube y
sube…
Pero
el retorno del péndulo está en curso. No sólo el ascenso de las derechas por
todo el mundo tiene ya el efecto de controlar los excesos de la rectitud, sino
que esta última comienza a dudar de sí misma. La constancia de Trump en los
Estados Unidos no es ajena a todo esto. La victoria de Bolsonaro en Brasil
tampoco, igual que la resistencia cultural de algunos países de Europa del Este. Reprimida durante mucho tiempo, la identidad sale a la superficie. La
desgraciada identidad, dirán algunos, quizás pueda ser, finalmente, la
identidad victoriosa.
Se
han empleado en multiplicar los tabúes y las prohibiciones. Han surfeado sobre
la ola de la deconstrucción sin darse cuenta de que estaban provocando un
tsunami en sentido contrario. Han querido asegurar su control sobre la lengua,
importando de los Estados Unidos una multitud de conceptos que la población no
puede digerir. Han descrito el mundo con palabras que el pueblo no conoce, para
marcar su distancia con él y hacerle pasar por ignorante. Han racializado todas
las relaciones sociales en nombre del antirracismo.
El retorno de lo real
Se
han convertido en habituales los conceptos de racismo sistémico, de violencia
simbólica y de apropiación cultural, herramientas ideológicas destinadas a
bloquear el debate. Han llegado a inventar, incluso, la “laicidad abierta” para
no proponer nada más que la ausencia de laicidad. Si la primera función del
lenguaje es la de describir la realidad, es obligatorio constatar que aquel es
cada vez menos real. Para ciertos intelectuales, su tarea ya no es describir la
realidad, sino hacer abstracción de las cuestiones que preocupan a la gente
corriente. El pueblo siempre se equivoca, pretenden los neoprogresistas,
contrariamente a lo que decía Rousseau.
Como
en el vasto mundo de la sexualidad, los tabúes y las prohibiciones sólo
producen fenómenos de represión. En los Estados Unidos, varios observadores ya
han escrito que el fenómeno Trump estaba directamente dirigido a romper con la
corrección política. De hecho, la represión vinculada a las prohibiciones a
menudo conduce a desviaciones. El advenimiento de Trump es una extravagancia de
la historia que ha llegado como respuesta al gran desbordamiento. ¿Tomará nota
de ello la izquierda norteamericana?
Este año será conservador o no será
El
primer ministro canadiense Justin Trudeau declaró que quería vigilar de cerca
los movimientos opuestos a la inmigración. Una declaración que no le va a
servir de gran cosa. Incluso en Canadá, un país que parece evolucionar al
margen de la historia, un cierto renacimiento conservador parece estar echando raíces.
Pese a la inclinación de los canadienses por el humanitarismo vestido de rosa,
un pequeño cambio se está produciendo, pequeño cambio, quizás, pero no
insignificante dentro del laboratorio de la feliz mundialización.
En
los años precedentes, gobiernos de tendencias conservadoras han llegado al
poder. Pese a las divergencias entre estos gobiernos, los partidos de la
derecha van poniendo fin a varios lustros de gobiernos liberal-progresistas. Y
ello sin contar con la crítica del multiculturalismo, que se extiende como un
reguero de pólvora. Hay un perfume de conservadurismo en el aire, cada vez más
difícil de ignorar por todo Occidente. ■ Fuente: Causeur