Una
Eurorrusia etnocentrada y autocentrada
Es necesario definir la naturaleza de las graves amenazas que se ciernen sobre nuestra identidad y nuestra supervivencia. Esta necesidad obliga a una metamorfosis histórica: explicar el rol central que podría jugar Rusia en esta nueva alianza de todos los pueblos de origen europeo; precisar los nuevos conceptos de Eurorrusia ‒o unión de la Europa peninsular y de Rusia‒ y de etnopolítica, es decir, de una modificación radical de la geopolítica mundial por la introducción de la dimensión étnica: después, según un arriesgado pronóstico, pero quizás pertinente, proponer la idea de Septentrión, que es quizás la prolongación revolucionaria de las ideas que ya he expresado en otras partes. Y, en fin, concluir con la gran responsabilidad histórica que deberá jugar Rusia en este proceso.
La Revolución francesa y su consecuencia, la Revolución soviética, no
son sino episodios menores de la historia. Estas dos “revoluciones” no
afrontaron más que problemas secundarios. Hoy, hace falta aportar respuestas a
las cuestiones cruciales que condicionan nuestra supervivencia, en tanto que
pueblos de origen europeo. Nunca nos hemos encontrado, desde hace milenios, en
un “caso de urgencia”, como diría el politólogo Carl Schmitt, tan trágico.
La primera constatación es que todos los pueblos de origen europeo en el
mundo están en declive demográfico constante. Por primera vez, en toda su larga
historia, nuestros pueblos son invadidos por una inmigración masiva y
descontrolada que procede de otros continentes, que se reproduce también
masivamente. Esta inmigración, que se asemeja a una auténtica sustitución de la
población, se incrementa de la tercera y más severa ofensiva del islam para
conquistar el continente europeo.
El siglo XXI verá el de un “choque de pasados”, de un desafío que
resurge de las profundidades de la historia y de la memoria, bien lejos de los
fantasías de la “modernidad” bajo sus versiones comunistas o liberales. Es el
retorno del “instante eterno” del que hablaba Nietzsche, es decir, de la
invariante de la historia humana, la del choque de civilizaciones,
imperfectamente presentida en los Estados Unidos por Samuel Huntington y más
pertinentemente precisada en Francia por Pierre Vial.
Hay que saber si ese choque de civilizaciones no recupera, en realidad,
el enfrentamiento de los pueblos blancos contra los otros. Si nada cambia, a
mitad del siglo XXI, los pueblos europeos de origen serán minoritarios en su
propia tierra, sobre nuestro continente e incluso también en Norteamérica, es
decir, dentro de una generación. Este trágico seísmo había sido implícitamente
previsto por Oswald Spengler en los años 20 del siglo pasado (La decadencia de
Occidente) y por Pierre Chaunu y Jean Raspail en los años 70 (La peste blanca y
El campamento de los santos). Es la muerte pura y simple de nuestra civilización.
La causa de este triple fenómeno de declive demográfico, de invasión
migratoria y de ataque masivo del islam, debe ser buscada en las fuentes
exógenas o primarias y endógenas o secundarias. Entre las primeras: un enorme
movimiento de estampida hacia el Norte de todos los pueblos del Sur, fascinados
por el (falso) Eldorado occidental, así como de su secular y propia incapacidad
para autogobernarse; después de la descolonización, ellos quieren, a través de
la inmigración hacia Europa, colocarse bajo el regazo de los “blancos”. Pero,
al mismo tiempo, tomarse su revancha. El psicoanálisis político podría
igualmente explicar tal esquizofrenia, del mismo modo que la dialéctica
dominador-esclavo de Hegel.
Las causas endógenas y, por tanto, profundas, de este mal, tienden a una
patología interna del espíritu de los pueblos europeos: etnomasoquismo (autoodio),
xenofilia (amor por el extranjero), que los sitúa en cínica o ingenua
colaboración con el enemigo; materialismo mercantil e individualismo
desenfrenado; igualitarismo, inversión de los valores, olvido de las
tradiciones, pasadismo respecto al futuro, desvirilización y confusión de los
roles sexuales, melancolía y morbidad morales disimuladas bajo un optimismo
ficticio y simulado, pérdida del sentido estético, etc.
Quizás los pueblos europeos vivan en un irremediable envejecimiento, una
pérdida de sustancia biológica y de no-querer-vivir juntos, ¿una entrada en la
“Edad de Hierro”, el Kali-Yuga de la tradición hindú, preludio de la muerte? Es
un signo inquietante: en Europa, las legislaciones neototalitarias reprimen a
todos aquellos que quieren resistir contra todo lo que es decadente y
enfermizo. Es esta “falsa libertad” la que vacía a la juventud de su sustrato
vertebral.
Hay que pensar como Louis Rougier, pero también como Nietzsche, que una
de las causas de esta patología es la deriva “viral” y laicizada de la moral
cristiana, fundada sobre la caridad universal, el cosmopolitismo igualitario,
la cultura del arrepentimiento, del odio de sí mismo y del pecado, así como de
una concepción irrealista y delirante del “amor”.
Sin embargo, no deberíamos ceder ante el pesimismo absoluto. Los pueblos
europeos son metamórficos, es decir que, en su larga historia, ellos han sabido
regenerarse. Un renacimiento no podrá tener lugar sino en torno a una “utopía
positiva”, es decir, de la imaginación de otro mundo en completa ruptura con el
actual. Los trágicos acontecimientos que se preparan para Europa y para toda la
humanidad (la “convergencia de catástrofes”) permiten considerar otra cosa,
impensable hoy, pero pensable mañana. Cuando se haya completado su trágico
trabajo de limpieza.
Veamos nuestras posiciones: hay que considerar una Eurorrusia
etnocentrada y autocentrada, es decir, una alianza global de la Europa
continental y central, y Rusia, del extremo de Bretaña al estrecho de Bering.
La llamábamos, en otra época, Eurosiberia, pero Pavel Tulaev prefiere llamarla
Eurorrusia, porque Siberia es, en el fondo, un término geográfico y la Rusia un
término étnico e histórico. La idea de la formación de un Imperio confederal
étnicamente homogéneo y económicamente independiente, autárquico. En este
espíritu, Rusia sería el centro de tal conjunto, que sería el más potente de
todo el planeta. Esta idea se opone evidentemente a la de Eurasia, que olvida
la unidad étnica “graneuropea” y considera a los rusos como asiáticos, algo que
ellos no son.
Eurorrusia debe ser fundada sobre el principio de “separación de los
pueblos”. Cada uno consigo mismo y en buena vecindad con los demás. El modelo
económico, en completa ruptura con la “mundialización” y el librecambismo planetario
actuales, parte del principio de que cada área de civilización debe ser
autosuficiente. Esta es la teoría económica de la autarquía de los grandes
espacios, según una “tercera vía” que reinvierte, al mismo tiempo, los viejos y
obsoletos paradigmas capitalistas y marxistas. A cada grupo de pueblos
corresponde su propio modelo económico, político y étnico.
Respecto a los Estados Unidos, no debemos ser ni antiamericanos ni
proamericanos, sino nosotros mismos. Es evidente y natural que los gobiernos de
Washington busquen impedir, por todos los medios, el nacimiento de una
Eurorrusia que sería su competidor. Encerrar y debilitar a Rusia, desbaratar el
amenazante eje París-Berlín-Moscú, jugar maliciosamente con un islam que se
vuelve contra ellos: todo esto está bien visto por los dirigentes americanos
que, además, están ávidos de petróleo. No puedo más que aprobar aquí las
tentativas de la actual dirección rusa de Putin intentando hacer fracasar todas
esas intentonas de aislamiento y restablecer, poco a poco, la potencia rusa.
Sin embargo, pienso que el antiamericanismo obsesivo es una trampa. No hay que
confundir el gobierno de Washington con el fondo popular y étnico americano. Mi
posición se inspira aquí en Maquiavelo. Además, conocemos bien los Estados
Unidos: existen fuerzas que verían bien una alianza con una futura Eurorrusia
en la perspectiva que acabo de indicar. Es improductivo considerar a
Norteamérica como un enemigo absoluto, cuando no es sino un adversario
provisional. En revancha, planteamos la siguiente hipótesis: ¿y si, lo queramos
o no, nuestro enemigo principal fuera el Tercer mundo bajo la bandera del
islam?
Por supuesto, Eurorrusia chocará con los mundialistas y los
biempensantes, igual que con los exiguos nacionalistas que todavía no han
salido del siglo XIX. Todas estas ideas constituyen, evidentemente, una ruptura
radical con el mundo actual (que es ya un mundo pasado y superado), pero me
parecen convenientes ante los seísmos, las conmociones, las tormentas, los
reveses que vamos a vivir en menos de una generación.
Quisiera insistir sobre dos nuevas nociones: en primer lugar, la de
etnopolítica. La geopolítica no tiene en cuenta más que factores geográficos.
Pero el nuevo planeta que se dibuja ante nuestros ojos será el de los bloques
de pueblos y de civilizaciones en lucha por la supervivencia los unos contra
los otros, y no por el de la armonía humana, el de un Estado mundial con una
especie humana mestizada, una extensión infantil del melting pot norteamericano, con rivalidades entre pequeños Estados.
A continuación, la de Eurorrusia. Hay que comprometerse en una alianza
entre esta última y todos los pueblos de origen europeo existentes en el siglo
XXI, incluyendo, desde luego, a los que viven en el continente americano u
otros. Es la noción de Septentrión. ¿Resulta utópica esta posición? ¿Quizás
visionaria?
El alma rusa y el pueblo ruso son los mayores centros de la civilización
europea. Aquellos que pretenden que Rusia es asiática se equivocan. Aquellos
que proclaman que Rusia es occidental se equivocan también. Rusia es europea,
yo diría incluso que supraeuropea. Su extraño destino es un conjunto de todas
las herencias. Pienso que es solamente con Rusia como los pueblos europeos
podrán reagruparse y defender su identidad. Sin Rusia, su pueblo, su espacio,
sus recursos, su genio, nada será posible.
Rusia se sitúa en el centro geopolítico y etnopolítico del gigantesco
espacio eurosiberiano que va del Atlántico al Pacífico, y que engloba a la
Federación rusa, la Europa central y la Europa occidental continental. Este
espacio, en el plano de los recursos, no tiene equivalente en el mundo. Por
tanto, debería dirigirse a reconquistar su homogeneidad étnica, a proteger sus
fronteras, a recuperar sus raíces culturales, su común memoria histórica, a
relanzar su natalidad, a asegurar su potencia, una potencia tranquila, sabia,
justa e invencible, inspirándose en algunos de los principios formulados por
Platón en su República. Pienso en la fórmula del teórico belga Robert
Steuckers, que habla, a propósito de la Alianza Eurorrusa, de “erizo
gigantesco”: yo no toco a nadie, pero nadie me toca a mí.
Esta es la razón por la que Rusia debe, ante todo, reforzar sus vínculos
con sus vecinos europeos del oeste, mucho más que con el Próximo Oriente y el
Extremo Oriente asiático. De igual modo, nuestra tarea, en Europa occidental,
es hacer comprender que la unión con Rusia es un objetivo prioritario.
Pero ¿cómo definir Eurorrusia? Resulta hoy imposible precisar sus
contornos institucionales. Como todo gran proyecto histórico, comienza siempre
por el sueño movilizador de algunas minorías conscientes. Se tratará,
evidentemente, de una inmensa Confederación, o de un Imperio homogéneo (a
diferencia de los que le han precedido en el tiempo), sobre el cual el sol no
se pondrá jamás. Se trata de romper con la estrecha lógica egoísta y suicida de
los Estados-nación que dividen a los pueblos europeos y, quizás, pueda
inspirarse en el federalismo europeo teorizado desde Bretaña por Yann-Ber
Tillenon.
Este proyecto eurorruso se fundamenta sobre una reinversión de los valores (Umwertung): dejar de poner el mundo anglosajón, americanomorfo y occidental en el centro del futuro étnico, político y económico de los pueblos de origen europeo, reemplazándolos por el bloque eurorruso por construir, del extremo de Bretaña al estrecho de Bering, “de las landas a las estepas y de los fiordos a los montes mediterráneos”. Es en torno a Eurorrusia, en torno al territorio matriz, sobre el que deberán reunirse los pueblos hermanos, incluyendo a los del continente americano y otros. Terminaré citando al gran pintor y poeta Olivier Carré: «Volvamos nuestras miradas hacia el sol de levante. Nosotros somos el nuevo mundo».
¿Cómo poner en marcha todas estas ideas? Son las “revoluciones del alma” las que fundan las “revoluciones de los hechos”. Una cosa es segura: Rusia está situada en el centro de este destino histórico. Tenemos una historia común y gloriosa, en la que nos hemos batido constantemente. Pero esto ha terminado. Debemos unirnos nuevamente y recobrar la matriz ancestral, porque tenemos enemigos comunes y porque pertenecemos, fundamentalmente, al mismo pueblo, somos hermanos sobre la misma tierra. (Continuará...)
¿Cómo poner en marcha todas estas ideas? Son las “revoluciones del alma” las que fundan las “revoluciones de los hechos”. Una cosa es segura: Rusia está situada en el centro de este destino histórico. Tenemos una historia común y gloriosa, en la que nos hemos batido constantemente. Pero esto ha terminado. Debemos unirnos nuevamente y recobrar la matriz ancestral, porque tenemos enemigos comunes y porque pertenecemos, fundamentalmente, al mismo pueblo, somos hermanos sobre la misma tierra. (Continuará...)