Multipolaridad
y sociedad abierta: el realismo geopolítico contra la utopía cosmopolita. Pluriversum vs. Universum.
«El mundo no
es una unidad política, es un pluriverso político”. Carl Schmitt (El concepto
de lo político)
El mesianismo pospolítico de la
sociedad abierta y la guerra civil mundial
George Soros
y los globalistas designan su proyecto político mediante los términos de
“sociedad abierta”. Para ellos, esta sociedad abierta constituye mucho más que
un ideal político. Se trata, en efecto, de una revolución antropológica total
que se dirige a transformar la humanidad en su conjunto y a abolir los
históricos Estados-nación que todavía forman el marco normativo de las
relaciones internacionales. Para conseguir este objetivo, los globalistas
utilizan una forma de ingeniería social que actúa sobre las sociedades humanas
de forma progresiva pero continua. Esta metodología ‒que apunta a una
transformación furtiva e ininterrumpida de la sociedad sin el conocimiento de
los ciudadanos‒ fue teorizada, en su momento, por los padres fundadores de la
cibernética y del marxismo cultural. Hoy, es utilizada por las redes de Soros
con una inédita eficacia en la historia contemporánea. Se trata de una
concepción suprapolítica o metapolítica dirigida a disolver progresivamente la
política y las prerrogativas de los Estados-nación en el seno de un
“super-Estado” mundial que vendría a enmarcar y conducir la vida de la
humanidad entera. Una humanidad concebida, desde entonces, como una sola
ecúmene planetaria unificada e integrada.
Esta noción
de "sociedad abierta" es el resultado radical del proceso histórico
de secularización que comenzó en Occidente desde el Renacimiento. Un proceso
que se ha desarrollado en varias fases: Reforma. Ilustración, saint-simonismo,
socialismo utópico, marxismo teórico, comunismo original y bolchevismo (que
mutarán en el estalinismo y, después, en el sovietismo); marxismo cultural y
freudomarxismo universitario post-1945 y, finalmente, liberalismo-libertario
post-1968. Cada oleada de este movimiento de secularización más radical y
profunda que la precedente. La “sociedad abierta” como proyecto metapolítico
sintetiza todas las fases precedentes de este proceso de secularización. Opera
también como vínculo entre el freudomarxismo antiestaliniano y la crítica
liberal de los autoritarismos y del historicismo efectuada en su época por Karl
Popper. Los historicismos platónico, hegeliano, marxista y fascista son
sustituidos, por la sociedad abierta, por el imperativo categórico y
teleológico de la convergencia de todas las sociedades humanas hacia un “demos”
planetario único. La concepción geopolítica e histórica de un hombre
diferenciado es sustituida por la concepción universalista y cosmopolita de una
humanidad única y sin fronteras. El rechazo del historicismo propio de esta
noción de “sociedad abierta”, desarrollada por Popper y radicalizada por Soros,
conduce paradójicamente a un “historicismo del fin de la historia”. Un fin de
la historia que quiere hacer converger todas las narrativas humanas y
fusionarlas en una unidad mundial del género humano por fin realizada. Aquí no
hay dialéctica entre lo “Uno” y lo particular, sino más bien la fusión y
confusión de los particularismos en una unidad ubicua y planetaria.
Esta noción
de “sociedad abierta” abarca muy exactamente ese universum que evocaba Carl Schmitt en su obra El concepto de lo
político; un universum que,
pretendiendo ser universal, tiende a negar la existencia misma de lo político
que, por naturaleza es “pluriversal”. La “sociedad abierta”, en tanto que ideal
del fin de las alteridades nacionales en vista de una paz mundial definitiva y
utópica (en sentido literal) constituye una negación de la esencia de lo
político según la definición de Carl Schmitt y el conjunto de pensadores
conservadores. La “sociedad abierta” es, en efecto, una cosmopolítica que tiene
como horizonte el fin de la geopolítica y el fin de la política.
De ahí su
recurso a la ingeniería social y a la cibernética a fin de controlar, por
medios pospolíticos, a las masas humanas desnacionalizadas que espera gestionar.
Pero, a medida que la “sociedad abierta” disuelve el orden normal de las
relaciones internacionales, parasitándolas desde el interior por la vía de las
instancias supraestatales y transnacionales, se instala entonces una forma de
guerra civil universal cuyas llamas no dejan de iluminar la actualidad. Lo
testimonian los conflictos contemporáneos, que son cada vez menos guerras
interestatales declaradas y más conflictos asimétricos e híbridos donde se
enfrentan los “partisanos” y los piratas de una sociedad líquida universal en
el seno de teatros de operaciones siempre más difusos, brutales y no
convencionales. En el espíritu mundialista, estas guerras son los prolegómenos
y los procesos necesarios hacia el cercano final de los antagonismos
internacionales.
A medida que
progresa el cosmopolitismo y su milenarismo antiestatal, también progresa la
guerra civil mundial. Para frenar esta tendencia inevitable y de manera similar
al comunismo de los orígenes, el ideal de un fin del Estado y una parusía
pospolítica conducirá, de hecho, al retorno de una arbitrariedad más violenta
que la que ningún Estado ha infligido jamás a sus ciudadanos en la historia. Si
los Estados-nación son derrotados, entonces surgirá un Leviatán mundial de una
brutalidad inédita y desenfrenada. Es este Leviatán liberal al que desafiaron
los “chalecos amarillos” franceses. El Leviatán liberal protege a los migrantes
de los que tiene necesidad como esclavos y para disolver las naciones, pero
continúa ciego respecto a los franceses que se oponen a las consecuencias del
mundialismo. El Leviatán macron-merkeliano necesita más migrantes para impedir
las revueltas populares y convertirlos en sus auxiliares de policía contra los
patriotas. Mañana, frente al riesgo de un contagio internacional de un
retorno del nacionalismo, es el conjunto del Occidente liberal el que puede
transformarse en Leviatán y, principalmente, la Unión europea, que nunca
aceptará modificar su forma federal jacobino-globalista en una confederación de
Estados-nación soberanos pero cooperadores. La esencia del mundialismo es el
“populicidio”, cualquiera que sea su forma: sangrante bajo el jacobinismo y el
bolchevismo, sonriente bajo su forma actual. La “sociedad abierta” es el
populicidio bajo una sonrisa. Pero una sonrisa cada vez más nerviosa y
contraída, como el rostro de un Macron frente a los “chalecos amarillos”.
La sociedad abierta y las fracturas
geopolíticas contemporáneas
Frente a este
proyecto globalista de una “sociedad abierta” transnacional, observamos una
lucha siempre más afirmada en el seno del mundo occidental entre globalistas
sorosianos (tipo Macron, Merkel o Trudeau) y una tendencia que yo calificaría
de neooccidentalista (tipo Trump, Orbán o Salvini). Esta línea de fractura entre
globalistas y neooccidentalistas atraviesa todo Occidente y se revela
determinante respecto al futuro del sistema de relaciones internacionales.
¿Vamos hacia más integración globalista o la anglosfera y sus aliados quieren
formar un bloque para contrarrestar una alianza estratégica eurasiática y la
emergencia de un mundo postoccidental?
Para tener las
manos libres en la guerra geoeconómica que se libra entre el imperio americano
y sus rivales estratégicos eurasiáticos, es urgente, para los
neooccidentalistas, contener la influencia interna que tienen en Occidente las
redes de Soros, pero permitiéndoles actuar en el extranjero. Es decir, que
pueden ser útiles para molestar a los gigantes terrestres que son China y Rusia
en sus respectivos mercados. Como en Hong-Kong, en Ucrania, en Georgia, en
Armenia y otros lugares, sobre estos pivotes-cerrojos del “Rimland” que rodea el “Heartland”
eurasiático. Los neooccidentalistas (que no son exactamente los neoconservadores
de la época de Bush) convergen, a veces, con los sionistas de derecha a fin de
contrarrestar los vínculos que mantienen las redes de Soros y la izquierda
israelita, aunque también pueden diverger, como lo ilustra la reciente evicción
de John Bolton. En estas alturas del poder político occidental el
viento sopla muy fuerte y cambia de dirección muy rápidamente...
Vemos aquí un
eje Trump-Netanyahu enfrentándose a una izquierda internacional
Clinton-Epstein-Barak-Soros. Y ese es sólo el punto más saliente de esta
confrontación, porque en las cuestiones sociales más divisorias como el aborto,
el comunitarismo LGBTI o la identidad nacional, estas dos orientaciones del
mundo occidental se enfrentan y divergen regularmente.
En mi estudio
sobre Soros, yo hablaba de una “unión y escisión en el seno del judaísmo
político”, y esta línea de tensión no ha parado de crecer desde entonces. El
muy influyente neoconservador Danil Pipes llega a hablar de una “frontal
oposición entre el Estado de Israel y el establishment
judío europeo”. Daniel Pipes acusa, así, a la izquierda judía de la diáspora, de
rechazar la alianza que deberían establecer los judíos con los conservadores y
los populistas occidentales; alianza que permitiría hacer frente a los enemigos
de Israel y de Occidente que son la izquierda y el islam. Es la línea de
denuncia del “islamo-izquierdismo”. Se trata de una estrategia dirigida a empujar
a las naciones europeas hacia una alianza judeo-occidental americanocéntrica
frente al cosmopolitismo sorosiano. Es una tendencia geopolítica que siempre ha
existido en los Estados Unidos desde los años 50.
Robert
Strausz-Hupé (de ascendencia judía y hugonote), padre, en cierta manera, del
neoconservadurismo, teorizó la idea de una Europa decadente que debía ser
salvada de las garras del Asia rusa, china y árabe. Para ello, Europa debía ser
gestionada como una provincia del imperio americano, comparable al papel que
tenía el imperio romano en las ciudades griegas respecto al imperio persa.
Teorizaba también la idea de un imperio universal americano, avanzada armada de
la democracia mundial. Una idea que será retomada por los neoconservadores del
Proyecto por el nuevo siglo americano, a finales de los años 90.
Los
neooccidentales como Trump (o su antiguo asesor Steve Bannon) son más
realistas, menos idealistas y, por lo tanto, menos intervencionistas que los
neoconservadores. Están menos interesados en la idea de un imperio americano
universal que en evitar la descomposición de los Estados Unidos bajo el peso de
sus contradicciones internas, si bien manteniendo una influencia americana lo
suficientemente fuerte como para contrarrestar el ascenso de China y continuar
a la cabeza del sistema de relaciones internacionales en el siglo XXI. Pero
Trump no sostiene toda la estructura del poder americano, pues las tendencias
globalistas y sionistas duras (enfrentadas entre sí) empujan a los Estados
Unidos hacia sus agendas respectivas e impiden que Trump pueda cumplir
plenamente sus promesas electorales relativas a un retorno al aislacionismo
moderado.
Como podemos
ver, el sistema geopolítico internacional está dividido en diferentes y grandes
tendencias, cada una de las cuales busca imponer sus propias orientaciones
geopolíticas, ideológicas y sociales.
Estas
tendencias podrían desglosarse de la siguiente manera:
1/ Un
panconservadurismo neooccidentalista promovido por la administración Trump y sus
aliados en Europa, en Gran Bretaña y en Israel. Este panconservadurismo quiere
tratar con consideración a Rusia frente a China, pero impedir una convergencia
estratégica entre Europa y Rusia. Es, en cierta manera, el pensamiento de
Samuel Huntington, ahora reactualizado. Los superficiales comentaristas rieron
mucho la ocurrencia de Trump de comprar Groenlandia, pero además de ser la
cabeza de puente estratégica sobre el océano Ártico frente a Rusia y Eurasia,
hay que recordar que el mapa del mundo que proponía Huntington, en su libro El
choque de civilizaciones, incluía precisamente a Groenlandia y los países
escandinavos como parte de la civilización cristiana occidental en su
clasificación de civilizaciones mundiales. Este panconservadurismo, que cada
vez marca más puntos sobre el tablero occidental, ha experimentado varios
parones recientes, desde las últimas elecciones europeas, con el escándalo
Strache en Austria, el fin de la coalición entre la Lega y el M5S en Italia o
incluso el Brexit en Gran Bretaña. Lo que demuestra el poder
siempre intacto del europeísmo “sorosiano”.
2/ Un puro
europeísmo globalista "sorosiano", cuyo centro de gravedad político
está actualmente encarnado por la pareja Macron-Merkel. De ahí el Tratado de Aquisgrán
(tratado sobre la cooperación y la integración franco-alemana) firmado por
Macron y Merkel. Este tratado contempla acelerar la constitución de un polo
continental globalista integrado y un plan B para la Unión europea frente a los
riesgos de desmoronamiento o incluso de un simple cambio de orientación de la
UE que pueda favorecer el ascenso de los soberanismos en Europa. Un ascenso, de
momento, frenado por las maniobras políticas en Italia, Gran Bretaña y Austria.
3/ Una
integración geoeconómica eurasiática, cuyo principal motor es China y su
voluntad de llevar a cabo el gran proyecto continental de las "nuevas
rutas de la seda". Recordemos que este proyecto, denominado oficialmente “One Belt, One Road” (OBOR) tiene por
ambición extenderse del Pacífico hasta el Báltico y que, además de China, se
dirige a “64 países de Asia, Oriente Medio, África y Europa central y
oriental”. Con un presupuesto de 800 a 1.000 millardos de dólares (seis veces
el presupuesto del Plan Marshall), este proyecto podría permitir a China
realizar lo que constituye el gran temor de los geopolíticos anglosajones desde
siempre: la integración económica del continente eurasiático en torno a 2049,
año del aniversario de la fundación de la República Popular China. Una
integración económica que desplazaría el centro de los negocios mundiales de
Occidente hacia Eurasia, pero con una Europa pilotada por China y no por la
propia Europa o Rusia.
Por una cuarta orientación
geoestratégica europea
Hay que ser
realistas, en cada una de las tres opciones que acabo de enunciar, los que yo
llamo pueblos “nativo-europeos” tienen un destino más de objetos que de sujetos
políticos. La situación actual es muy peligrosa para nuestros pueblos a todos
los niveles: demográfico, económico, cultural, civilizacional, religioso, de
seguridad, etc.
En el plano
de los valores y de una cierta voluntad de frenar la cultura de muerte
mundialista, el panconservadurismo y sus aliados soberanistas aparecen como la
mejor de las tres orientaciones, pero en el nivel de la política extranjera,
con el parasitismo permanente de la línea dura del sionismo religioso, esta
orientación se revela problemática para nuestros intereses geoestratégicos en
Oriente Medio y en Eurasia.
En cuanto al
europeísmo de los Macron, Attali, Soros, Merkel, no se dirige a la constitución
de una confederación de Estados-nación europeos con el objetivo de acceder a un
nivel de potencia geopolítica superior, sino más bien a la creación de un
espacio político y de un “demos” paneuropeos que sustituiría, finalmente, a las
naciones históricas europeas en el marco de una gobernanza global. Este
presunto soberanismo europeo se enfrenta a una aporía: ¿cómo conciliar
cualquier soberanismo continental con el categórico imperativo kantiano de una
Europa-región-mundo de una gobernanza mundial integrada? Este europeísmo es,
ante todo, un cosmopolitismo maquillado por promesas de soberanía europea que
jamás se cumplirán.
Peor aún,
este euroglobalismo, que pretende ser universal, no lo es salvo para las
potencias exteriores a Occidente. Potencias que tienen el derecho de rechazar
el categórico imperativo sorosiano de una gobernanza mundial y de considerarlo
como un nuevo avatar del colonialismo occidental. Sobre todo, este
euroglobalismo desarma a Europa en la carrera mundial por la preservación, el
mantenimiento e incluso la extensión de nuestros intereses en la lucha
permanente que opone a las potencias geopolíticas entre ellas. Este
euroglobalismo no es universal y no constituye una orientación geoestratégica
entre otras, sino una orientación que podría resultar fatal finalmente para
Europa y su conjunto.
Como francés
y como europeo, la visión, la brújula geopolítica que debería continuar
guiándonos actualmente, creo que es esta idea siempre actualizable de un eje
París-Berlín-Moscú y de una entente estratégica continental entre soberanismos
no-alineados. Esta es la única opción geopolítica y civilizacional capaz de
contrarrestar el euroglobalismo y la mortífera Unión europea de los
Soros-Macron-Merkel, pero también de contener la anglosfera neooccidentalista y
el ascenso de China. Entre la bestia del mar y la bestia de la tierra, entre Leviathan y Behemoth, sería bueno no tener que elegir a nuestro próximo amo…
Sólo una
voluntad de poder y de cooperación eurorrusa (eurasiana) podría impedir nuestra
inminente servidumbre o la difusión universal de la guerra civil mundial. Sólo
la voluntad de poder y de cooperación eurorrusa podría impedir la división y la
separación de los pueblos romano-germánicos y turco-eslavos en la guerra geoeconómica
mundial entre neooccidentalismo, neoasiatismo y globalismo posnacional. En esta
vía, Moldavia constituye la piedra angular de esta ambiciosa arquitectura
geopolítica pero vital para el futuro de nuestros pueblos y de nuestra
descendencia. ■ Fuente: Geopolitica.ru