El macho europeo se porta mal, y la virilidad
es un valor en declive. Es suficiente abrir un periódico, ojear las páginas de
publicidad, ver una película, escuchar el discurso ambiente, para constatar que
los símbolos femeninos están de moda, mientras que las cualidades llamadas
viriles están en decadencia.
Dos mil años de guerra conformaron el Viejo
continente, un siglo de feminismo y de freudismo ha sido suficiente para que
sea puesta en cuestión su identidad, su estructura mental y su destino. Como
clamaba Aragon, la mujer es ahora “el futuro del hombre”, o según Malraux, “el
último opio de Occidente”.
El hecho de que esta evolución permaneciera
en el ámbito de la intimidad y de las costumbres era ya, ciertamente,
lamentable, pero hubiera sido poco consecuente si no afecta también en la
esfera pública, donde el impacto del fenómeno es de una magnitud completamente
diferente. Cuando una sociedad privilegia el principio de precaución y el
“riesgo cero” en detrimento del riesgo asumido y del compromiso, cuando otorga
la preferencia a los sentimientos y a la abdicación en detrimento del coraje y
del enfrentamiento, cuando rechaza la fuerza y el poder en beneficio de la
búsqueda del consenso y del confort, renuncia al querer-vivir y a jugar todavía
un papel en la historia. Y se convierte en presa de una sociedad competitiva,
cuyos valores dominantes permanecen siendo viriles. ¿Por qué y cómo la
virilidad ha dejado de ser un valor en Occidente? Tal es la cuestión que
plantea Paul-François Paoli, un valiente ensayista, en su libro La tiranía de la debilidad. La feminización
del mundo o el eclipse del guerrero, que no intenta ser, sin embargo, una
apología de un pretendido “masculinismo” por imitación del feminismo.
El hombre y la mujer son diferentes pero
participan de una humanidad común, escribe el autor, si bien condenando la
transgresión de la singularidad de cada sexo en favor de las caracteres del
otro: virilización de la mujer y feminización del hombre; porque existen
ciertas tendencias, aspiraciones simbólica y psíquicamente sexuadas, como el
predominio de la vida afectiva y familiar, la seguridad, en la mujer, y el
gusto por la lucha y el poder en el hombre. En fin, más allá del valor
intrínseco de cada individuo, existe, según afirma el autor, una superior
dominación masculina innegable tanto en el orden físico como en el orden
intelectual que es independiente de las condiciones históricas y sociales. En
el curso de los siglos, el hombre occidental se ha construido sobre el Logos,
el pensamiento conceptual, teológico, filosófico y científico, mientras que la
mujer reivindicaba para sí el poder del Eros, sexual, profético y místico.
Sin ceder a la tentación del esquematismo y
del maniqueísmo, sin caer en el pensamiento blando y consensual, Paoli osa afirmar
que existe un vínculo entre el predominio de los valores femeninos y el hecho
de que Europa salga de la historia. Y plantea dos cuestiones iconoclastas: el
éxito y el futuro del islam ¿no sería debido al tradicional acento puesto sobre
los valores viriles, el lugar ocupado por la autoridad de los padres y de los
hermanos sobre las mujeres? El fenómeno de las violencias juveniles en el seno
de nuestras sociedades ¿no estaría ligado a la enfermedad de unos jóvenes para
los que la figura del padre ha dejado de ser un símbolo y un modelo de
virilidad?