Hay
tantas y buenas razones para criticar a Donald Trump que no es necesario
inventar otras premeditadamente malvadas, sobre todo, a raíz de los dos
recientes asesinatos masivos de El Paso y de Dayton.
Estas
dos matanzas en masa habrían sido obra de los “supremacistas blancos”. Bien.
Donald Trump tuitea como “la persona menos racista del mundo” ‒lo que no quiere
decir gran cosa viniendo de él‒, mientras sus numerosos adversarios insisten en
escribir lo contrario en las redes sociales, hasta el punto de insinuar que el
magnate y dirigente sería el instigador oculto de estas matanzas.
Para
Pete Buttigieg, candidato a la investidura del Partido demócrata, “el
nacionalismo blanco es el Mal. Anima a la gente a cometer asesinatos y es
tolerado en los más altos niveles del gobierno americano. Esto debe cesar”.
Por
supuesto. Se nos recuerda aquí que las palabras pueden ser seguidas por actos
malvados cuando son mal comprendidas por los espíritus débiles. Pero el actual
presidente americano no es precisamente conocido por su abundante producción
político-filosófica. Y por esa misma razón, ¿habría que prohibir la lectura de
El Capital de Marx por el simple motivo de que podría ser responsable del gulag
soviético? ¿Quemar las obras de Diderot y Rousseau, ya que podrían ser
susceptibles de haber dado una especie de salvoconducto intelectual a los que
ejecutaron el genocidio de la Vendée? ¿Prohibir la difusión de la película
Woodstock, porque Jimi Hendrix pudo haber influido en los asesinatos de Charles
Manson, hippy influyente cercano a los Beach Boys? Mientras tanto, en esta
locura, ¡enviemos a la innoble hermandad de los surfistas a Guantánamo!
Sí,
las ideas pueden acabar matando. Cuando, en 1969, Serge July, que aún no era el
director de Libération, publicó Hacia la guerra civil, no estaba
alentando a los futuros asesinos de las Brigadas rojas, de la Fracción armada
roja o de la Acción directa. Sin embargo, les señaló algunos objetivos… Pero
hacerle responsable del asesinato de Georges Besse, entonces patrón de Renault
en 1985, supone un delicado paso que franquear. Y, de paso, habría que cerrar
la Sorbona, sabiendo que, antes y después de la guerra, esta universidad
formateó a tantos tiranos más o menos comunistas.
Volviendo
a los Estados Unidos, aunque esta nación tiene el fúnebre récord de asesinatos
en masa, ¿son estas matanzas de naturaleza racista? Admitiendo, incluso, que se
tratase de un “racismo” en sentido único, blancos contra negros o hispanos,
pues en sentido contrario no entra en la tradicional lógica humanista, nada es
menos evidente.
Sobre
todo, si creemos este apasionante estudio del Wall Street Journal, que se remonta a hace más de diez años para
constatar que, más allá de los clichés racistas, la criminalidad habitual tiene
un carácter principalmente de orden intracomunitario: “los blancos asesinan a
los blancos, los negros asesinan a los negros”. ¿Cuáles son los principales
motivos de estos crímenes? “Los triángulos amorosos, los ajustes de cuentas
entre bandas rivales y las reyertas bajo la influencia del alcohol y las drogas”.
Estamos,
por tanto, bastante lejos de los Black
Panthers y del Ku-Klux-Klan, pero
siendo testigos de los sobresaltos de una sociedad cansada, que una vez quiso
ser la vanguardia del mundo, mientras que hoy no es más que un peso muerto que
nunca termina de hundirse bajo el peso de sus propias contradicciones. Una
sociedad sin fronteras que conduce a la construcción de otras nuevas, melting-pot postracial como horizonte
insuperable, pero que asiste al nacimiento de un mundo donde las comunidades
prefieren vivir lejos las unas de las otras en mayor medida que cohabitar en el
seno de la “convivencia multicultural”. ■ Fuente: Boulevard Voltaire