Una
Eurorrusia confederal e imperial
Se trata de una “utopía positiva” y de la construcción de un “mito actuante”. En el siglo XVIII, la idea de la unión de Europa occidental tomó cuerpo y fue finalmente realizada (con indudables imperfecciones), en el siglo XX; los fundadores del sionismo lograron conducir la idea hasta la creación el Estado de Israel. Los Padres fundadores de los Estados Unidos de América, en el siglo XVII, también tuvieron éxito. De igual modo, hoy, la idea de una Unión imperial y federal de Europa occidental, Europa central, Europa oriental y Rusia, debe ser considerada como un compromiso objetivo y un proyecto movilizador.
Este proyecto prolonga y supera, a la vez, a la Unión europea, que se
encuentra en un momento dialéctico importante en la historia al haber alcanzado
sus límites y, también, su fracaso. ¿Por qué ha fracasado? Porque la Unión
europea no ha sido capaz de afirmar la soberanía de Europa como gran potencia
frente a los EE.UU., porque ha sido incapaz de evitar la invasión de Europa por
las poblaciones del Tercer mundo y del islam. Peor aún, la Unión europea se
pliega hoy a negar y destruir la propia idea de Europa por su proyecto de
integrar a Turquía, incluso por otros políticos irresponsables, a los países
del Magreb. En cualquier caso, la Unión europea ha supuesto un momento
dialéctico importante (en el sentido hegeliano), pero ella debe ser superada,
prolongada y extendida, tanto negativa como positivamente, por la Unión
eurorrusa.
La idea según la cual los pueblos europeos son extremadamente diferentes
los unos de los otros, y que los rusos son todavía más diferentes, debe ser
sometida a una suerte de relativismo crítico. La idea de la divergencia entre
los pueblos de origen europeo será cada vez menos real en el curso del siglo
XXI. Este siglo verá surgir una oposición cada vez mayor entre los pueblos de
origen europeo y todos los demás. Y nosotros deberemos tomar progresivamente
conciencia, desde las costas del Atlántico a Siberia, de que el conjunto
eurorruso forma una unidad homogénea relativa de civilización, de cultura, de
historia, de mentalidad y de potencial genético. Un bretón o un catalán, un
bávaro y un ruso, están mucho más próximos entre ellos, sobre el plano
genético, mental y comportamental, que de un chino. Las raíces culturales,
artísticas, históricas, de Francia o de Italia están mucho más próximas de
Rusia de lo que puedan estar del África francófona.
Si razonamos en términos de etnopolítica, así como de geopolítica, el
conjunto eurorruso se presenta como una necesidad vital en este mundo del siglo
XXI, que verá, al mismo tiempo, el choque de civilizaciones y la necesidad de
reagrupación en grandes bloques.
Es imposible imaginar aquí, en detalle, la forma política y constitucional
interna de una unión eurorrusa, pero no obstante podemos establecer los
principios fundamentales. Son muy diferentes de los de la Unión Europea actual,
que no es más que un agregado tecnocrático impotente y nebuloso, que combina
todos los inconvenientes del centralismo burocrático y de la anarquía.
Hace falta un Estado central, fuerte pero descargado, centro de
decisión, como un cerebro, que posea el monopolio de la política extranjera y
de la diplomacia, de la política económica general, de la política monetaria,
de las fuerzas armadas y del control de las fronteras exteriores comunes;
además de ser el garante del cumplimiento de los grandes principios.
Los diferentes pueblos y naciones deben tener la mayor autonomía
interna. Los Estados que formen la Unión eurorrusa pueden ser los Estados
actuales o pueden provenir del desmembramiento de algunos de ellos en
nacionalidades o regiones, que serían así nuevos Estados. Cada Estado debe
poder salir cuando quiera de la Unión y recuperar su soberanía. Los Estados
serán libres de poseer las instituciones que deseen, libres en su sistema
constitucional, judicial y educativo, en su política fiscal y económica
interior. Pero deben, so pena de expulsión de la Unión, respetar los grandes
principios fundamentales y no perjudicar al resto de los Estados miembros.
La solidaridad entre los Estados debe ser asegurada por compensaciones
financieras organizadas por el Estado central.
Pero hay que precisar inmediatamente aquí que, en un primer tiempo, esta
Unión eurorrusa no tomará necesariamente la forma de un Estado confederal, sino
de una especie de concertación, de entente entre los Estados europeos y Rusia,
una “unión de naciones”. Las cosas deben construirse de forma progresiva y
pragmática. ¿Y por qué esta palabra “imperial”? Porque la idea de Imperio, bien
entendida, es la libre asociación de pueblos emparentados por la cultura, la
civilización, la proximidad racial y la continuidad geográfica. Los conjuntos
heterogéneos terminan siempre por estallar. Hay que construir una “casa común”,
pero progresivamente, sin urgencias.
La alianza confederal eurorrusa se enfrenta a tres amenazas principales:
una es la del Tercer mundo bajo la bandera del islam, por su voluntad de
conquista por la vía de la inmigración masiva; otra es el gobierno de
Washington, que ve como una pesadilla toda posible alianza eurorrusa,
intentando, por todos medios, debilitarnos, dividirnos, encerrarnos; y la
tercera es China, que alimenta una voluntad mundial hegemónica y que
actualmente trabaja en repoblar subrepticiamente la Siberia rusa.
Debemos acabar con la OTAN, que no es más que una estructura de sujeción
de los europeos por parte de los EE.UU., y construir, como primer paso, una
alianza militar integrada por todos los países europeos y Rusia.
En el plano de la disuasión nuclear, será necesario unir las fuerzas
francesas y las rusas. Gran Bretaña sólo podrá participar si se libera de su
servidumbre hacia los EE.UU., lo que no es el caso actualmente.
La política exterior de Eurorrusia debe ser la del "erizo
gigante", con este doble imperativo: ningún imperialismo frente al
exterior, ninguna injerencia de potencias extranjeras en nuestro espacio vital.
Este neutralismo está justificado por la autosuficiencia económica. Nosotros tenemos
todos los recursos, todas las materias primas, y no necesitamos a los demás. No
tenemos tampoco necesidad de guerrear con los demás ni de imitar el
irresponsable imperialismo norteamericano, pero no podemos tolerar que los
otros quieran imponer su ley en nuestro espacio vital. A la inversa de lo que
practican los EE.UU., no es cuestión de amenazar a los otros, sino de
garantizar una rigurosa defensa de nuestra integridad, de nuestra seguridad y
de nuestros intereses.
Frente a los EE.UU., no se trata de manifestar hostilidad, sino
desconfianza. El objetivo es convencer a los americanos de que su política
exterior actual es errática y estúpida. Nuestra convicción debe ser que los
americanos sólo serán nuestros amigos si admiten que no son los amos del mundo.
La arrogancia americana es inmadura, infantil, porque ella no desemboca más que
en continuos fracasos. Pero, a partir del momento en el que exista un conjunto
confederal eurorruso, estaríamos de acuerdo en cooperar con los americanos,
siempre que estos últimos renuncien a su tradición imperialista.
También es necesario poner fin a esta inconsistente "religión de
los derechos humanos" que ha tomado la Unión europea actual en materia de
política extranjera. De igual modo, la “ayuda al Tercer mundo”, inútil e improductiva,
debe ser cuestionada. La presencia del islam sobre el territorio de la Unión
eurorrusa deberá ser, en un primer momento, controlada, y en un segundo tiempo,
restringida drásticamente.
En cuanto a la organización económica, no hay que inspirarse en el
socialismo estatalista, en su organización interna ‒ineficaz‒, ni en el
capitalismo especulativo mundialista actual. Un nuevo modelo económico podría
construirse, fundado sobre los principios desarrollados, durante mucho tiempo,
por el premio Nobel francés de economía Maurice Allais y del fallecido François
Perroux, bajo el tema de los “espacios autocentrados”:
‒ Rechazo del principio del librecambismo mundial (que es catastrófico
para toda la humanidad), con la instauración de barreras aduaneras y de cuotas
contingentes económicas para la protección del espacio eurorruso,
autosuficiente en todos los campos y dominios, primer espacio económico del
planeta.
‒ En revancha, necesitamos un mercado único, una moneda común, un
librecambio interior en el espacio eurorruso, un rechazo de la economía
asistida, socializada, rígida, tal y como se practica en los países de Europa
occidental. Un libre capitalismo interior, que formará una potencia dinámica,
considerando la gigantesca talla del conjunto eurorruso.
‒ El Estado central no podrá intervenir en la economía sino de forma
política, legislativa, planificadora, y nunca financiera. La función soberana
no debe sustituir a las empresas, sino definir los grandes ejes de la política
económica. Hay que inspirarse en el modelo bastante eficaz de EE.UU., donde el
aparato estatal apoya a sus firmas comerciales sin entrar en su capital.
‒ Ninguna participación mayoritaria en el capital de las grandes
empresas de la Unión será posible por parte de inversores extranjeros a la
Unión. En revancha, las transferencias financieras y las participaciones en el
interior del espacio eurorruso serán libres.
‒ Estricto respeto del medio ambiente, desarrollo de la energía nuclear,
política activa de investigación y alta tecnología, especialmente de las
energías renovables, política espacial integrada, construcción de grandes polos
aeronáuticos y militares estrictamente eurorrusos, preferencia sistemática por
las firmas del espacio eurorruso en todos los grandes mercados industriales,
pero también en materia de comercio de productos agrícolas, prohibición para
los Estados de endeudarse en gastos corrientes, sólo para inversiones: tales
son algunos de los principios económicos que deberán ser imperativamente
respetados por el Estado central y por los Estados miembros.
Por otra parte, los principios generales de la política interior deben
ser contractualmente definidos por todos los Estados miembros de la Unión.
Eurorrusia, hoy severamente amenazada en su demografía, debe fundarse sobre el
principio etnocéntrico de la homogeneidad étnica. No hay nada inmoral en ello,
puesto que este principio es aplicado por la mayoría de los países del mundo
no-europeo: China, India, Japón, África, etc. Lo que supone imponer los
siguientes principios constitucionales a todos los Estados miembros: rechazo de
toda inmigración de trabajadores exteriores al espacio eurorruso (salvo, por
cuotas, cuadros superiores y personal cualificado); prohibición del
reagrupamiento familiar y del derecho de asilo; expulsión efectiva y
administrativa de todos los clandestinos; imposibilidad para los extranjeros de
percibir vivienda social o sanidad; exclusión de extranjeros en las elecciones;
expulsión inmediata y definitiva de todo extranjero culpable de cometer delito;
abandono del derecho de suelo en beneficio del derecho de sangre (fin de las
naturalizaciones); retorno progresivo a sus países de los inmigrantes del
tercer mundo; posibilidad de inmigración libre y naturalización exclusivamente
en el interior del espacio eurorruso, para sus ciudadanos, en función de la
legislación de cada Estado. El criterio étnico debe estar en el centro del
proyecto constitucional de organización interna de la Unión. La homogeneidad
étnica europea es el fundamento del proyecto eurorruso, igual que la
homogeneidad étnica africana es el fundamento del proyecto de los panafricanos
que quieren, justamente, unificar su continente. La homogeneidad étnica es la
base de la paz social y de las libertades públicas, verdad de sentido común que
ya había contemplado perfectamente Aristóteles.
Y, sobre todo, hay que reconocer que lo que nos divide, en las
mentalidades, los hábitos culturales, la memoria histórica, a rusos y europeos
occidentales, es mucho menos importante de lo que nos une. Y esto será cada vez
más cierto en el curso del siglo XXI. Cuestión crucial: el nacionalismo ruso,
¿puede sentirse herido y desposeído por tal proyecto imperial de unión
eurorrusa? No, en la medida en que esta Unión no sería impositiva ni
vinculante, sino voluntaria y asociativa, en la que los beneficios para Rusia
serán considerables.
Se dice que el “alma rusa” se siente dividida, incluso indecisa, entre
Europa y Asia, y que Rusia no es verdaderamente europea. Esto se ilustraría en
el símbolo del “águila bicéfala” que mira, al mismo tiempo, a Oriente y a
Occidente. Pero yo pienso que esto es un sofismo geográfico. Los rusos no son
un pueblo “semiasiático”: es un pueblo europeo que ha conquistado una parte
geográfica de Asia. La oposición entre los rusos y los eslavos del este, por un
lado, y los otros europeos del oeste, por otro, es mucho menos marcada de lo
que se cree. Pertenecemos a la misma fuente genética, étnica y civilizacional,
a una gran familia, cuyas diferencias son menos importantes que las
semejanzas.
No obstante, debemos ser conscientes de que tal proyecto de la Unión
eurorrusa es bastante complejo. Todo esto supone una reinversión de las
mentalidades, la Umwertung de la que
hablaba Nietzsche. Pero esta reinversión, esta tormenta mental y espiritual
llegará con las catástrofes que se avecinan. Estas catástrofes son
dialécticamente positivas. La “razón” no es una trascendencia, sino la unión
posible de una gran tendencia histórica implacable y de una voluntad política
excepcional que utiliza el caos creado para metamorfosearlo en un nuevo orden.
Los fatalistas, los materialistas (ya sean marxistas o liberales, que son los
mismos filosóficamente), los traidores, los estrechos nacionalistas, las falsos
sabios, los deprimidos y los excluidos de la historia, los progresistas
acomodados en las falsas profecías, los optimistas alucinados, los
conservadores nostálgicos, los políticos decadentes, los intelectuales en su
torre de marfil, nunca han entendido que el destino de los hombres y de los
pueblos jamás fue escrito por adelantado, que nada está, de antemano,
necesariamente perdido o ganado.