Introducción
Para abordar la pregunta por el futuro
del hombre es conveniente hacer la distinción entre tiempo corto y tiempo largo
(a corto y a largo plazo). A escala geológica y paleontológica (a largo plazo),
la realidad está lejos de ser idílica. Así, la evolución permite a ciertos
seres afortunados resistir por un tiempo los azarosos cambios del medio, hay
sin embargo un sin número de especies, géneros y familias que han desaparecido
de nuestro planeta sin dejar descendencia alguna. En este sentido, es necesario
recordar que cinco extinciones masivas han tenido lugar en los últimos 440
millones de años, es decir, que las especies del mundo han desaparecido en una
escala del 60 al 90 por ciento. A escala histórica (a corto plazo), el gran
ingenio del hombre sugiere una desaparición sin precedentes de otras formas de
vida. El desarrollo de la tecnología disminuye sin cesar los límites del
dominio que tenemos sobre la naturaleza, como lo ha constatado el biólogo E.O
Wilson, las reglas mediante las que puede producirse la evolución están a punto
de cambiar fundamentalmente.
Gracias a los avances de la genética y la
biología molecular, los cambios hereditarios revelarán poco a poco elecciones
sociales y no efectos de la selección natural. Teniendo un conocimiento exacto
de los genes, la humanidad podrá, en unas pocas décadas y si así lo quisiera,
seleccionar y tomar rápidamente una nueva dirección evolutiva. (…) La
perspectiva de una evolución voluntaria, una especie que decide sobre su propia
herencia, pone a la humanidad de frente a decisiones de una profundidad
intelectual y ética jamás alcanzada.
Es este debate ético y científico sobre
la modificación de la especie humana y la eventual creación artificial de una
biodiversidad de lo humano que a mí me gustaría abordar aquí, a través de un
estudio crítico de las discusiones sobre la medicina de mejoramiento y del
transhumanismo.
Transhumanismo y progresismo prometeico
Los pensadores transhumanistas proponen
la afiliación a un programa de modificación tecnocientífica del ser humano. Los
argumentos más sólidos del transhumanismo se encuentran en las obras de los
filósofos Nick Bostrom, Julian Savulescu y James Hughes. El transhumanismo es
un movimiento que se ha venido desarrollando en la últimas dos décadas. De esta
manera, Nick Bostrom retomando el concepto de la perfectibilidad del ser humano
elaborado por Condorcet afirma que el transhumanismo debe ser considerado como
la continuación del humanismo de la Ilustración. Condorcet define el progreso
como el perfeccionamiento continuo y sin cesar del ser humano, “marchando con
paso firme y seguro sobre la ruta de la verdad, de la virtud y de la
felicidad”. Según esto, encontramos en Condorcet la idea de que el progreso
constituye la marcha del género humano hacia su perfección, hacia su felicidad.
La noción de perfeccionamiento, la
capacidad de progresar del ser humano, es decir, la transformación de bueno a
mejor, tiene un papel fundamental en el pensamiento de Condorcet. En las
últimas páginas de su obra Esquisse d’un
tableau historique des progrès de l’esprit humain, concluye que la
perfectibilidad humana es indefinida, pero admite que no piensa al hombre con
las mismas facultades ni la misma organización. “¿Cuál sería para el hombre la
seguridad y el entendimiento de sus esperanzas si uno pudiera creer que sus
facultades naturales y su organización misma fuera susceptible de
mejoramiento?” Dicha pregunta abre las posibilidades del mejoramiento de la
especie humana, como, por ejemplo, extender la duración de la vida y mejorar
las funciones físicas, intelectuales y morales de la especie.
La idea de progreso como “marcha hacia
delante” está íntimamente ligada a la noción de medicina del mejoramiento, cuyo
objetivo más que sanar es mejorar las condiciones físicas y mentales del ser
humano. La pregunta por el mejoramiento de las facultades naturales del hombre
está en la base del concepto de perfectibilidad. En este sentido, la naturaleza
humana debe ser conquistada y dominada por la ciencia; transformada por la
técnica. Se trata de un progresismo prometeico de transformación de la
naturaleza, en la que está comprendida la naturaleza humana, que se elabora a
partir de una pluralidad de herencias intelectuales. Entre ellas están el
proyecto de Bacon para acrecentar el poder del hombre por medio del saber de
las ciencias naturales y las teorías eugenésicas de Galton. Ese imaginario
prometeico que es una mezcla de un optimismo histórico y un utopismo
técnicocientífico se encuentra en diversos contextos: en los adeptos comunistas
del hombre nuevo, en los eugenistas de entreguerras, en los científicos
contemporáneos y sobre todo a principios del siglo XXI en los pensadores
transhumanistas, quienes quieren mejorar el ser humano transformándolo de
manera tecnocientífica.
La llegada de la medicina del mejoramiento
Hoy un número de científicos y filósofos
defiende un progresismo prometeico de la transformación de la naturaleza humana
por la tecnología. Esta utopía tecnocientífica tiene como objetivo el
“perfeccionamiento” del ser humano, apoyándose sobre los nuevos poderes de la
biomedicina. La desaparición de la frontera entre la medicina terapéutica y la
de mejoramiento constituye una de las características principales de la
biomedicina del siglo XXI.
En la biomedicina contemporánea los
nuevos medicamentos y tecnologías terapéuticas pueden ser utilizados no
solamente para curar enfermedades, sino también para mejorar ciertas
capacidades humanas. Dicha evolución representa un cambio de paradigma en la
práctica médica. En 2003, un documento contribuyó a legitimar ese nuevo campo
de la actividad de la biomedicina, es decir, la medicina no terapéutica o
medicina del mejoramiento. Se trata de un informe del Comité de Bioética de
Estados Unidos, consagrado en su totalidad a la medicina no terapéutica.
La aparición de ese informe llamado Beyond therapy: Biotechnology and the
pursuit of happiness muestra que las preguntas sobre la medicina del
mejoramiento y la transformación biológica del ser humano no son suscitadas
únicamente por la biología-ficción, sino también por la realidad de la
tecnociencia contemporánea. El informe trata cuatro temas: la selección y
eventual modificación genética de los embriones (Better Children), el mejoramiento del desempeño atlético (Superior Performance), la prolongación
de la vida (Ageless Bodies) y la
modificación del humor y las funciones cognitivas (Happy Souls). Hoy en día las tecnologías de mejoramiento (enhancement technologies) atañen a todos
los campos de la biomedicina: diseño genético, modificación de las funciones
cognitivas y emocionales, prolongación de la vida y mejora del desempeño
deportivo.
Las sustancias utilizadas por los
deportistas para mejor su desempeño han sido de antemano utilizadas con fines
terapéuticos. De la misma forma, las tecnologías médicas como la terapia génica
o la inyección de células madres son susceptibles de ser utilizadas en los
deportistas para mejorar su rendimiento. Dicha evolución representa un cambio
de paradigma en la práctica médica. En el seno de la medicina clásica, terapéutica,
se desarrolla insensiblemente otra medicina, cuyo objetivo no es más el de
sanar, sino más bien el de mejorar, “una medicina dopante”. En su obra Better
than Well, el filósofo y bioético Carl Elliott se ha encargado de hacer un
análisis de múltiples aspectos de las tecnologías del mejoramiento (enhancement technologies) dentro de la
sociedad estadounidense contemporánea.
Después de una década, comenzando en los
Estados Unidos y llegando después a Europa, numerosos autores, entre ellos
médicos, filósofos, bioéticos y juristas, se han inclinado por el tema de las
tecnologías del mejoramiento. La
medicina ya no es únicamente terapéutica, algunos esperan que intervenga en el
mejoramiento del desempeño y en el perfeccionamiento de lo humano.
Los transhumanistas y la transformación de lo
humano
La voluntad de los transhumanistas de
transformar lo humano ha suscitado un gran número de animados debates. Después
de una década, comenzado en los Estados Unidos y después en Europa, numerosos
autores se han inclinado por el tema de las tecnologías del mejoramiento. De
manera esquemática es posible repartir a los protagonistas del debate en tres
grupos, estos son: los bioconservadores, los pensadores liberales y los
transhumanistas.
En los bioconservadores (entre ellos está
León Kass, Jürgen Habermas, Michael Sandel, Francis Fukuyama y Bill McKibben)
domina el miedo; les preocupan los riesgos de la salud y las consecuencias que
pueda haber para la justicia social. Ellos piensan que las biotecnologías del mejoramiento
plantean problemas éticos fundamentales que conciernen a la esencia misma del
ser humano. Los problemas que plantean los bioconservadores tratan sobre la
naturaleza y la dignidad humana que son amenazadas, según ellos, por las
biotecnologías. El “estado natural” será amenazado por la desmesura de un
hombre que se ha convertido en dueño y señor de su propia naturaleza. Para el
pensador bioconservador Francis Fukuyama el transhumanismo “es la idea más
peligrosa del mundo”.
Los pensadores liberales (Jonathan
Glover, Ronald Dworkin, Nicholas Agar, Alex Mauron, John Harris y Arthur
Caplan) estiman que la decisión de utilizar las tecnologías de mejoramiento
pertenece, en gran medida, a la libertad individual. Si bien están preparados
para defender, en nombre de la libertad individual y del principio del
no–perjuicio, la idea de una modificación biotecnológica del ser humano, los
pensadores liberales no se adhieren a un movimiento utópico e hipertecnófilo
propio de los transhumanistas, como tampoco los acompañan en su visión cuasi
religiosa del movimiento. Los transhumanistas son profetas que fomentan la
transformación tecnocientífica del hombre, su objetivo es que todas las
personas puedan beneficiarse de un uso racional de las biotecnologías del mejoramiento.
El entusiasmo tecnófilo de los
transhumanistas no tiene límites. El proyecto transhumanista nos promete una
mejor salud, una vida más larga, un intelecto mejorado, enriquecimiento de las
emociones y, seguramente, una felicidad indescriptible. Su programa, que puede
ser resumido con el slogan “Living
longer, healthier, smarter and happier”, propone trascender las condiciones
actuales del ser humano. El transhumanismo es el humanismo de la Ilustración
más las tecnologías.
Todas las tecnociencias son reunidas para
mejorar al ser humano y hacerlo más feliz: la ingeniería genética, las
tecnologías de intervención para el cerebro, la inteligencia artificial y la
nanotecnología, así como una tecnociencia prospectiva de la que no carecerá el
genio del hombre en su búsqueda por la perfección. Ciertas críticas asimilan el
transhumanismo con Un mundo feliz de
Aldous Huxley, sin embargo, la comparación no es acertada, pues el modelo
descrito por Huxley corresponde a una sociedad totalitaria que practica una forma
radical de eugenesia de Estado. Por su parte, el transhumanismo es una utopía
tecnocientífica y liberal que reposa sobre la apuesta que hagan libremente los
seres humanos por las tecnologías del mejoramiento.
Bostrom defiende una idea igualitaria que
supone un amplio acceso a las tecnologías de mejoramiento, es decir, que cada
individuo debe tener la libertad de usar dichas técnicas. Nick Bostrom
distingue entre la libertad morfológica (morphological
freedom) que es la libertad de transformarse teniendo acceso a los recursos
de la tecnociencia, de la libertad reproductiva (reproductive freedom) que es la libertad que tienen los padres para
tener los recursos necesarios para el diseño genético y las técnicas de
reproducción que escojan.
Para los transhumanistas la actitud más
sabia consiste en acoger el progreso tecnológico defendiendo los derechos del
hombre y la libre elección. Si bien admiten los peligros relativos al uso de
las tecnologías del mejoramiento y la necesidad moral de identificar y prevenir
los riesgos, los transhumanistas consideran que las tecnologías proporcionarán
ventajas incomparables para los humanos modificados del futuro. Ellos aceptan
la idea de que su programa transhumanista basado en la libertad individual de
autotransformarse puede, algún día, desembocar en la creación de un
“posthumano”. Desde esta perspectiva, el progreso técnico se convierte en una
especie de dogma religioso de carácter cientificista y prometeico. El
transhumanismo es una utopía tecnocientífica, es una religión del progreso
fundada sobre el imperativo técnico y la idea de la remodelación de la
naturaleza y de lo humano.
Las dos “voces” del transhumanismo
El comienzo del movimiento transhumanista
se remonta al año 1960. El primer transhumanismo es de inspiración libertaria,
representado por pensadores como F.M Esfandiary. Para Esfandiary, un
transhumanista es un ser cuyo uso de la tecnología, para su cultura y para su
modo de vida, establece un lazo evolucionista con la posthumanidad venidera.
Robert Ettinger publicó en 1972 una obra
llamada Man into Superman, en la que
defendía las técnicas de la criopreservación con la esperanza de que algún día
la tecnociencia autorice la prolongación de la vida o el acceso a la
inmortalidad. En los años 1980 y 1990, los debates y encuentros entre
transhumanistas tuvieron lugar en California. Se cree que estaban en esos
encuentros Max More, fundador del Extropy Institute y su esposa Natasha
Vita-More, especialista en el arte transhumanista, los pioneros de la inteligencia
artificial (Marvin Minsky), de la robótica (Hans Moravec, Raymond Kurzweil) y
de la nanotecnología (Eric Dexler). En su obra Principles of Extropy, Max More define el transhumanismo como una
filosofía que tiene como objetivo guiar a los hombres hacia una condición
posthumana.
A finales de 1990, el transhumanismo bajo
la influencia de los filósofos Nick Bostrom y Julian Savelescu toma una nueva
dimensión, más seria y académica. En 1998 Nick Bostrom y David Pearce fundan la
World Transhumanist Association
(WTA), una organización que tiene como propósito popularizar y darle una nueva
legitimidad al discurso transhumanista en las esferas económica y científica.
Dos de los principales filósofos transhumanistas actuales, Nick Bostrom y
Julian Savulecu, son titulares de prestigiosos puestos universitarios. El
primero es director del Future of
Humanity Institute y profesor de filosofía en la Universidad de Oxford,
mientras que el segundo es director del Oxford
Center for Practical Ethics y profesor de filosofía y ética aplicada en la
universidad de Oxford.
En 2002, la WTA adopta la “Declaración
Transhumanista”, un texto que resume los temas principales de la filosofía
transhumanista. Los transhumanistas aplican una política proselitista activa
vía internet. En 2008, la WTA toma un nuevo nombre, Humanity Plus. El Humanity
Plus publica la revista H+ que difunde las ideas transhumanistas. En 2009,
Ray Kurzweil y Meter Diamandis anuncian la fundación de la Singularity University, cuyo objetivo es el de “reunir y educar a
un grupo de líderes con el fin de facilitar el desarrollo exponencial de las
tecnologías, para así poder responder a los desafíos de la humanidad”. Fue
fundada por Google, Autodesk, ePlanet
Ventures y un grupo de líderes de la industria, la sede de la Singularity University se encuentra en
el NASA’s Ames Research Center de
Mountain View en California.
Para realizar la transformación del ser
humano en posthumano los transhumanistas proponen dos vías diferentes y
eventualmente complementarias, estas son la vía IA o de la singularidad y la
vía biológica. La vía IA o de la singularidad se basa en los aportes de la
robótica y de la inteligencia artificial para crear máquinas nuevas dotadas de
sensibilidad y de conciencia, las que pueden terminar por reemplazar al ser
humano. La vía biológica cuenta con el progreso de las tecnologías de lo
viviente (biotecnología, genética, nanotecnología, neurociencia) para realizar
una modificación directa de la estructura biológica del hombre.
La vía IA o de la singularidad ha sido
defendida por pensadores como Vernor Vinge, Marvin Minsky, Hans Moravec y Ray
Kurzweil. El matemático y autor de ciencia ficción Vernor Vinge fue el primero
en ligar la creación de máquinas inteligentes al concepto de singularidad. En
ese espíritu, la singularidad consiste en la llegada de una máquina inteligente
que va a reemplazar al ser humano. En su obra The singularity is Near, Ray Kurzweil retoma y desarrolla el tema
de una Singularidad causada por el incremento exponencial de los poderes tecnológicos
del ser humano.
Por su parte, la vía biológica ha sido
considerada por los autores transhumanistas Gregory Stock y Julian Savulecu. En
su obra Redesigning Humans, Gregory
Stock anuncia el triunfo de la tecnología de elección germinal. Stock está convencido de que la modificación
genética del ser humano constituye una consecuencia lógica del progreso
realizado por la investigación, por ejemplo, la fertilización in vitro, la
terapia génica, la cartografía del genoma humano y la inserción de cromosomas
artificiales. Todos estos avances tecnocientíficos le abren la puerta a la
tecnología de elección germinal. Una vez se inscriba en el campo terapéutico,
esta tecnología será utilizada para los fines del mejoramiento.
En este orden de ideas, el desarrollo de
la tecnología de elección germinal será alimentado por los ciudadanos que no se
resistirán a las nuevas y tentadoras posibilidades de la biotecnología, como la
mejora de los desempeños corporales y cognitivos, la lucha contra el
envejecimiento, la prolongación de la vida, produciendo niños portadores de un
patrimonio genético modificado. En este sentido, la modificación del ser humano
se vuelve la consecuencia lógica del progreso tecnocientífico.
De la transformación inevitable de la estructura
biológica del ser humano
El deporte competitivo puede convertirse
en uno de los principales laboratorios del enhancement. En general los atletas aceptan correr
riesgos, es decir, recurrir a productos dopantes o a tecnologías experimentales
para mejorar su desempeño. De esta forma, para poder ganar competiciones, batir
récords o ganar medallas, ciertos deportistas están listos para convertirse en
sujetos de una vasta experimentación, realizada en la clandestinidad. El
encuentro entre el deporte y la biotecnología del mejoramiento suscita
cuestiones éticas, filosóficas y de políticas deportivas que no tienen
respuestas sencillas.
En el siglo XX, el dopaje en el deporte
ha evolucionado al ritmo del progreso farmacéutico (anfetaminas, esteroides,
hormonas de crecimiento y la eritropoyetina). Después de algunos años, el
desarrollo de la terapia génica ha tenido como resultado nuevas herramientas
para el mejoramiento del desempeño en el deporte. La desaparición de los
límites entre la medicina terapéutica y la del mejoramiento, puede ser
ilustrada por el ejemplo del uso potencial de las terapias génicas en el
deporte.
En este sentido, la terapia génica aporta
técnicas que permiten la modificación de funciones fisiológicas relacionadas
con el desempeño deportivo. Así, las tecnologías de recombinación genética
podrían contribuir no solamente a la disminución de los síntomas de la
distrofia muscular, sino también a reforzar el vigor muscular en las personas
mayores y a mejorar el desempeño de los deportistas. Una decena de genes que
afectan el desempeño de los deportistas y susceptibles de ser modificados por
recombinación genética han sido identificados. En este orden de ideas, unos
científicos han creado ratones transgénicos dotados de “capacidades atléticas”
excepcionales.
Una de las primeras experiencias de la
recombinación genética susceptible de tener consecuencias sobre el mejoramiento
del desempeño deportivo fue realizada por Sejin Lee, un profesor de biología
molecular en el Johns Hopkins Medical School
en Baltimore. Lee identificó la función de la miostatina, una proteína que le
dice a los músculos cuándo deben parar de crecer. Experimentando con el ratón,
Lee logró desactivar el gen del animal que hacía posible la síntesis de la
miostatina, con ello obtuvo que los músculos del ratón hicieran hipertrofia.
Una vez publicó sus resultados SeJin Lee recibió “emails” de pacientes que
sufrían de enfermedades musculares, también de atletas y devotos al
fisicoculturismo quienes deseaban aumentar su fuerza muscular de manera
artificial, no faltaron los entusiastas que querían experimentar las terapias
génicas sobre su cuerpo.
En 1998, H. Lee Sweeney, profesor de
fisiología en la Universidad de Pensilvania, publicó los resultados de un
experimento con un ratón genéticamente recombinado para producir IGF–1 (insulinlike growth factor), una
sustancia que interviene en el anabolismo muscular. Los ratones de músculos
hipertróficos de Sweeney fueron bautizados por la prensa estadounidense como
“Schwarzenegger mice”. Sweeney recibió
numerosos pedidos de atletas que deseaban beneficiarse rápidamente del progreso
de la ciencia, cuenta que un entrenador de fútbol americano y un coach de
“cátcheres” lo buscaron dispuestos a someter sus equipos a experimentación
genética. Aun cuando Sweeney les explicaba los peligros que podían correr,
algunos atletas seguían dispuestos a correr la experiencia.
Las posibilidades del dopaje por terapia
genética han sido reavivadas por un equipo de trabajo dirigido por Richard
Hanson. Los ratones genéticamente modificados por Hanson tienen capacidades
atléticas excepcionales, su desempeño ha mejorado de manera espectacular. Sobre
una banda los ratones pueden correr hasta seis km a la velocidad de 20 metros
por minuto, cuando un ratón normal se detiene a los 200 metros. Estas
modificaciones están relacionadas con la sobreexpresión de un gen en el músculo
esquelético, éste es la enzima “phosphoenolpyruvate carboxykinase cytosolique”
(PEPCK–C). Esta enzima es la responsable de la síntesis de la glucosa, el
“carburador” de las células y del glicerol que se encuentra en la grasa. El
mejoramiento de la capacidad de los ratones para correr se explica por la alta
producción de oxígeno, más de un 40 %, y la poca producción de ácido láctico.
En una entrevista para el periódico británico The Independant, Richard Hanson admite que el conocimiento
adquirido por esas investigaciones podría servir para desarrollar medicamentos
que mejoren el desempeño muscular, lo que, según él, hace muy posible que la
finalidad de esas moléculas cambie y sean utilizadas por los deportistas con el
fin de doparse.
Si gracias a las nuevas tecnologías
genéticas los atletas pueden bloquear la expresión del gen de la miostatina y
aumentar la producción de IGF–1 o de PEPCK–C, la modificación quedará inscrita
en su genoma. La única forma de detectar la modificación en ese punto sería
recurrir a la biopsia muscular, una técnica que difícilmente se usaría en las
pruebas regulares de antidopaje. Decenas de genes para mejorar el desempeño
deportivo, y susceptibles a la modificación genética han sido identificados.
Muchos atletas y entrenadores siguen con atención e interés el progreso de las
investigaciones sobre las bases genéticas del desempeño deportivo.
Las tentativas ya han sido señaladas. No
se sabe si los ensayos de la terapia genética, cuyo fin es el mejoramiento, han
desembocado en recombinaciones efectivas del ADN y han dado los resultados
buscados, pero lo que es sí es seguro es la llegada inminente de dichas
tecnologías al mundo deportivo.
Después de 2003, la comisión de genética
de la Agencia mundial de antidopaje ha financiado la investigación para
detectar la presencia de genes artificialmente recombinados en el organismo o
virus que sirvan como vehículos para la transferencia genética, pero hasta hoy
ningún proyecto ha tenido como resultado un examen de sangre o de orina válido.
El dopaje genético no puede ser detectado, si no es por medio de una biopsia de
los músculos de los atletas. El día en que esas tecnologías del mejoramiento se
conviertan en una realidad dentro de los deportes serán extremadamente difíciles
de detectar. Para los que controlan el dopaje en las distintas competencias,
identificar a los “tramposos” será una tarea aún más delicada.
Más allá del debate de si estamos en pro
o en contra del dopaje, tenemos el sentimiento de que es imposible detener la
llegada al deporte de ciertas formas biotecnológicas del mejoramiento. Como
dice Ted Friedmann, un especialista estadounidense en la aplicación de terapias
genéticas en la medicina deportiva: “¿Por qué pensamos que los avances
genéticos en el mejoramiento del desempeño deportivo son inevitables? En
principio, porque los atletas quieren correr el riesgo. Son personas jóvenes y
con buena salud que se creen invulnerables y las que sabemos que están
dispuestas a tomar los riesgos. Las encuestas muestran que la mayoría de ellos
aceptarían perder 20 años de su vida si se les asegura que ganarán una medalla
en los próximos Juegos olímpicos. Ellos correrían los riesgos por ganar la
medalla. Existe presión financiera y patriótica para estimular el desempeño de
los atletas y que así ganen. Nosotros sabemos que los atletas ya recurren al
dopaje y que están informados sobre las tecnologías de transferencia de ADN y
sobre las terapias génicas. Dicha tecnología es imperfecta, pero progresa
rápidamente. También sabemos de numerosos experimentos en terapia génica que
utilizan genes importantes para el desempeño deportivo, como lo son el de la
eritropoyetina y la hormona de crecimiento entre otros. Existen enormes
presiones en el seno del mundo deportivo que hacen que el camino de la
modificación genética sea una verdad inevitable”.
H. Lee Sweeney comparte la opinión de
Friedmann, para él, si una sustancia como el IGHF–1 puede ser utilizada sin
peligro en el común de la gente para evitar el deterioro muscular causado por
el envejecimiento, va ser muy difícil evitar que los atletas lo utilicen.
¿Además por qué prohibir la toma de una sustancia que más allá de sus poderes
dopantes, puede disminuir el deterioro causado por el envejecimiento en los
músculos? Siguiendo los razonamientos de Friedman y de Sweeney, existe un
destino tecnológico inherente al deporte de alto nivel. Lo queramos o no, el
escenario relativo a la evolución del deporte competitivo implica una
utilización creciente del genio biotecnológico para mejorar el desempeño
deportivo. Encontramos en las otras áreas de la medicina del mejoramiento la
idea inevitable del progreso tecnocientífico, ejemplos de esto son la lucha
contra la vejez, la prolongación de la vida, la modificación de la esfera
cognitiva y la selección y modificación de embriones humanos. En este orden de
ideas, el deporte de alto nivel puede constituir uno de los laboratorios más
grandes para la experimentación del mejoramiento de las funciones del ser
humano, sin embargo, los peligros de la medicina del mejoramiento no pueden ser
olvidados, particularmente si nos lleva por el camino de la automodificación
evolutiva proclamada por los transhumanistas.
La ausencia absoluta de la esencia ética
y teórica en el reino de la técnica ha conducido a Gilbert Hottois a crear el
concepto de trascendencia negra (oscura), una metáfora metafísica que designa
la experiencia de la primacía de lo operatorio, una experiencia de la opacidad
y de la apertura sin límites del futuro. El futuro no puede anticiparse; nadie
puede afirmar que algún día se hará realidad el sueño de los transhumanistas
(la pesadilla de los bioconservadores), en el que se llegue a una modificación
profunda de la estructura biológica del ser humano; sin embargo, más allá de
los debates éticos y filosóficos sobre estas cuestiones, nos queda el
sentimiento de que la transformación tecnocientífica del ser humano es casi
ineludible. ■ Fuente: Vrin