A
lo largo del debate sobre la inmigración escuchamos, a los partidarios de un
laxismo generalizado en nuestras fronteras (nacionales o europeas), decir que
sería imposible controlar la inmigración, que “de cualquier forma, nunca
podremos impedir a la gente venir a Europa, accediendo a la misma por todos los
medios”.
Estas
frases son enunciadas como profecías casi divinas, a las que es imposible
responder. Sin embargo, son mentiras, porque lo que esta gente explica es que
la inmigración, según como se aborde, puede ser tanto una necesidad como una
fatalidad, pero lo que no dicen es que existen soluciones concretas para
detener totalmente la inmigración y para disuadir a los inmigrantes del mundo
entero de venir a Europa (e incluso para incitar a los que ya están en Europa a
partir de regreso).
Rechazar sistemáticamente las
embarcaciones de migrantes
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Los
ejércitos europeos aliados en el Frontex tienen los efectivos suficientes para
patrullar ‒esto requiere una voluntad global en Europa‒ en el Mediterráneo
especialmente, para eliminar físicamente a los traficantes y contrabandistas de
migrantes (¿a alguien le preocupa que sean eliminados los yihadistas en Mali o
en Siria?; entonces ¿por qué hay “piratas” en el Mediterráneo), rechazar las
embarcaciones de migrantes que se aproximan a nuestras costas, y liquidar a los
esclavistas norteafricanos. Todo es cuestión de voluntad política. De hecho,
Hungría ha conseguido, por tierra y con recursos limitados, detener la
inmigración. ¿Y Europa será incapaz? Bien, veamos…
Presionar económicamente a los países
de origen
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¿Recuerdan
los embargos contra Irak e Irán? ¿Recuerdan el número de países que han sido
condenados al ostracismo en todo el mundo? ¿Por qué Europa, en nombre de la
protección y la seguridad de sus fronteras y de su civilización, no puede hacer
los mismo? Reclamar a los Estados africanos que actúen, al mismo tiempo, sobre
la demografía de sus naciones (para frenarla) y adoptando las medidas
necesarias para evitar la emigración (cuáles sean éstas no es asunto nuestro).
Después, si no hacen nada por impedir que sus nacionales emigren, detener las
ayudas al desarrollo, ese residuo postcolonialista que consiste en repartir
dinero por todo el planeta sin exigir nada a cambio. Que siguen sin hacer nada,
pues congelar las cuentas bancarias que los dirigentes de esos países tienen en
Europa. Y prohibir que vengan a nuestros hospitales para recibir tratamientos,
mientras sus poblaciones mueren de hambre y enfermedades. Por supuesto, anular
los pasaportes diplomáticos y cerrar embajadas. En fin, prohibir que las
empresas europeas entren en los mercados de los países cuyas poblaciones migran
hacia Europa, por tiempo indefinido.
Que
no nos digan que esto es imposible, otros lo han hecho antes que Europa y otros
lo harán en el futuro. La voluntad política es la que decide.
Expulsar automáticamente a los
inmigrantes clandestinos y romper con los tratados que nos impiden actuar
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Un
tratado internacional, una convención, se firma. Y se rompe igualmente. La
voluntad política, una vez más. Los abogados y las asociaciones consiguen que
los “menas” (menores solos) permanezcan en nuestros territorios bajo una
apariencia de humanitarismo ilegal. ¿Qué pasa cuando, en su mayoría, cometen
actos delictivos? Pues toca romper con los tratados que los protegen. Que las
compañías aéreas no quieren poner sus aviones a nuestra disposición para
ejecutar las expulsiones… pues se rompen los contratos públicos, se suprimen
las ayudas y se imponen sanciones económicas. ¿A quién expulsar? En una primera
fase, a los clandestinos y a todos aquellos de origen inmigrante que cometan
actos delictivos.
Sin
embargo, no hay que eliminar la asistencia médica a los inmigrantes, ni tampoco
las ayudas y subsidios familiares a los mismos, ambos argumentos utilizados por
los políticos hipócritas que se exceden en sus declaraciones contra la
inmigración, pues aquí priman razones de salud pública. En contrapartida, si se
detiene la inmigración masiva y desaparece la inmigración clandestina, no habrá
necesidad de aumentar este tipo de asistencia sanitaria ni las prestaciones
económicas, sino que irán reduciéndose progresivamente. Las ayudas sociales
deben reservarse para aquellos que no puedan trabajar por alguna causa
justificada. Fin del problema.
La inmigración no es una necesidad
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Nuestro
continente envejece. Este fenómeno es cíclico, sencillamente. Una vez más, ello
no es una fatalidad. Y las políticas familiares que incitan a tener más niños,
si es necesario, también existen. Prestaciones económicas para las parejas con
hijos, ayudas a la vivienda, apertura de guarderías, escuelas en las zonas
rurales. Fomento y potenciación de la familia (que la familia tradicional deje
de ser algo pasado de moda, incluso insultante). La famosa estafa de que los
"inmigrantes que hacen los trabajos que los europeos no quieren hacer”,
debe ser eliminada. Nadie quiere hacer ciertos trabajos, como limpiar los
servicios públicos por 1.000 euros al mes, tampoco los inmigrantes. ¿Qué hacer?
Pues aumentar dignamente los salarios de estos trabajos y robotizar los mismos
en la medida de los posible. Nadie está obligado a realizar tareas ingratas.
Nos
encontramos entonces con la paradoja de que las personas que se proclaman de
izquierdas, humanistas, y todas esas canciones, encuentran fantástico que los
inmigrantes limpien los baños de los servicios públicos, o que hagan las tareas
domésticas a tiempo parcial, o envasen pollo halal de dudoso origen bajo las
órdenes de un empresario sospechoso. Y todo a cambio de un salario de miseria,
pero que le permite ir reagrupando a su familia en una vivienda miserable en
las grandes aglomeraciones urbanas.
El
verdadero humanismo consiste en respetar a cada individuo, a cada pueblo, a
cada etnia, a cada civilización. Permitir que cada cual tenga un futuro en su
tierra. Nuestros países no son hoteles. No somos intercambiables. No podemos
querer salvar el planeta del calentamiento climático, proteger a las especies
animales en peligro de extinción y, al mismo tiempo, querer una gran mezcolanza
de pueblos y poblaciones que, además, hacen la guerra unos contra otros cuando
se ven obligados a vivir juntos.
Dictadura, en el bueno sentido, de la
voluntad política… y basta de inmigración
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Se
trata de medidas, de aplicación muy sencilla, que no afectarán en modo alguno a
la vida cotidiana de nuestros pueblos. Que no desembocarán en una “dictadura”,
como pretenden algunos líderes y responsables comunitaristas y asociacionistas,
apoyados por los medios.
La
inmigración tampoco es una fatalidad inevitable. Los africanos y los asiáticos
no son “niños grandes” a los que debamos tender la mano para ayudarles a
caminar, sino que estos pueblos deben aprender a regular su demografía, a
desarrollar sus capacidades económicas, a vivir según sus costumbres
civilizatorias. Los inmigracionistas se comportan, con frecuencia, como
neocolonialistas, pero es cierto que, en materia de colonialismo, la izquierda
tiene una gran experiencia.
La
inmigración, ¿es una fatalidad o una necesidad? No. Nosotros no necesitamos
inmigrantes. Nada de cuotas. Podemos impedir que entren aquellos que no han
sido invitados a nuestra casa. Medidas económicas, medidas sociales, medidas
policiales…
Todo
esto no tiene ninguna complejidad, por el contrario, es demasiado simple… y
básico. Todo es cuestión de voluntad y de valentía política. ■
Fuente: Polémia