Hasta
las paredes ya se han dado cuenta de eso. Además, por supuesto, de todos
aquellos que no practican el conocido movimiento del avestruz, que esconde su
cabeza bajo la arena, impidiendo así la posibilidad de ver a su alrededor lo
que sucede.
El poder neototalitario de la fría civilización del liberalismo
cosmopolita impone un orden propio que siempre simula la extensión de los
derechos y la protección de la democracia global, es decir, el mero vocis flatus detrás del cual se esconde
la dominación impersonal de los mercados desregulados. Cuando el
"globalitarismo" debe imponer uno de sus movimientos preestablecidos
para fortalecer su desorden sin fronteras, lo hace primero construyendo una
opinión pública ad hoc a favor: para
que la población "logotomizada" (repito, desprovista de los logos) acepte con
euforia la continua intensificación de su insubordinación, confundida
dolorosamente con la "libertad" también gracias al inevitable arco iris que siempre adorna el nuevo
tecnonihilismo globalista represivo.
Y
ahora el siguiente paso de los globalizadores, que mejor deberían llamarse
"glebalizadores" (vamos a referirnos a nuestra "Glebalización". La lucha de clases en la época del populismo"),
será dar el voto a los jóvenes de dieciséis años en Italia. La retórica ya está
desplegada: se aplican los derechos, se aumenta la libertad. Todo esto, más
habitualmente, con una poderosa panoplia de arco iris que colorean el cielo
gris de la civilización del nihilismo gris integral. Léalo abiertamente, entre
otras cosas: voto inmediatamente para los
jóvenes de dieciséis años. Y si así lo dice el hombre de los mercados, el
Apolo de la cosmopolitización de las mentes, el maestro celoso que, como Gozi,
prefiere el aire galo macroniano al fétido del populismo italiano, no hay duda.
Dieciséis años: más
manipulables por los "maestros del habla"
En
realidad, el voto de los jóvenes de dieciséis años sólo significa una cosa para
aquellos que saben cómo aventurarse más allá del teatro vítreo de las
ideologías y los engaños hechos con el arte de los arquitectos del globalismo:
significa dar la capacidad de decidir a quienes, por su edad, aún no se han
formado plenamente, es decir, a quienes todavía están a medio moldear y todavía
tienen que recorrer un tramo considerable del camino para alcanzar el grado que
una vez se llamó madurez, como se decía antes de la nueva era de lo eternamente
joven (y eternamente precaria y sin derechos). En resumen, dar el voto a los
jóvenes de dieciséis años significa darlo a aquellos que, no habiendo llegado
al cenit de la conciencia crítica, son más fácilmente manipulados por el poder
cultural y los maestros del habla, por los gestores de la publicidad y por los
organizadores de las superestructuras.
En
una palabra, significa favorecer el conocido y obvio diseño de las élites
globalistas y de los privatizadores de las finanzas líquidas: hacer que el
pueblo decida libremente, a través de elecciones lo que la clase dominante
cosmopolita ya ha decidido autocráticamente en lugares muy privados (consejos
de administración, en su mayor parte). Y esto de tal manera que se eviten
incidentes molestos como el Brexit, el referéndum constitucional italiano o, de
nuevo, el meritorio gobierno soberano y populista amarillo-verde (del que sólo
recientemente se ha salvado la clase globalista, con la llegada preestablecida
del ejército de Pancho Villa de la fuerza fucsia cargada de amarillo, los
fieles mayordomos de las finanzas sin fronteras).
Los jóvenes como
ovejas arco iris
Las
escenas de estos días son prueba de ello: jóvenes que viven al día, sin
derechos y sin estabilidad, y que en lugar de derribar el orden actual, salen a
las calles con Greta balando como ovejas de color arco iris "¡climaaaa!, ¡ambienteee!".
El non plus ultra de la sumisión
cultural: el no saber que, para defender, como es justo, el medio ambiente, es
necesario cambiar el modelo de desarrollo, en lugar de culpar a los
descamisados del globalismo y a las clases trabajadoras. Piensen en la escena
tragicómica de Greta navegando con el color verde hacia Nueva York, mientras
que el trabajador que hace cola en el Panda
en la autopista de circunvalación debe sentirse culpable porque "contamina
el planeta". La obra maestra del poder: que no puede dejar de capitalizar
electoralmente a esas masas, la primera masa nacida bajo la lúgubre insignia
del fin de la historia, la primera sin ningún residuo de conciencia de clase y
sin ningún recuerdo del "sueño de una cosa", de un mundo arrebatado a
la prosa que reifica el modo de producción capitalista. ■ Traducción: Carlos
X. Blanco Martín. Fuente: ilprimatonazionale.it