Thibault
Isabel: ¿Cómo se justifica que el ecologismo se oponga al transhumanismo?
Después de todo, el ideal transhumanista no implica necesariamente el saqueo
del planeta… Sin embargo, la mayoría de los ecologistas ven en la “superación
del humano” una suerte de horror absoluto. ¿En qué el transhumanismo sería,
pese a todo, antiecológico?
Frédéric
Dufoing: ¡En todo! En primer lugar, la ideología ecologista no se resume en
proteger el planeta, los ecosistemas o incluso en asegurar la supervivencia de
nuestra especie. Se tiene tendencia, frecuentemente, a confundir el
medioambientalismo con el ecologismo. Si el medioambientalismo no está a
priori, efectivamente, opuesto totalmente al transhumanismo, el ecologismo sí
lo está. Porque el ecologismo implica una cierta visión de la relación del
hombre con el mundo y una cierta organización de la sociedad. Se puede resumir
esta doctrina enumerando algunos de sus valores:
‒ la
reintroducción de la naturaleza en tanto que sujeto político y sujeto de
derecho (no como un recurso, sino más bien como realidad perceptible y
organizada);
‒ un modelo
de reflexión y de organización (sistémica) derivado de la ciencia ecológica;
‒ la obsesión
del límite y una visión patrimonial de orden comunitario;
‒ lo pequeño,
lo local, lo directo (y, en consecuencia, políticamente, el federalismo, la
descentralización, las organizaciones participativas que hacen emerger el poder
desde lo bajo hacia lo alto;
‒ la
heterogeneidad, la multiplicidad, la diversidad en las culturas, la naturaleza
o los principios estéticos, morales y políticos (ningún monopolio institucional
debe existir);
‒ la
tradición como proceso (a través de los lentos cambios derivados de prácticas
colectivas) más que como un fondo inmutable;
‒ la
autonomía y la autarquía;
‒ el rechazo
del consumismo y del industrialismo;
‒ el
pacifismo y los métodos “dulces”, el rechazo de lo que Wendell Berry llama “la
actitud heroica”;
‒ la calidad
de la vida, el retorno al sentido.
Por las
tensiones que le atraviesan, el ecologismo es también una ideología al mismo
tiempo crítica con la modernidad e inscrita en su marco. Esta doctrina intenta,
por ejemplo, conciliar el punto de vista tradicional holista (es decir, el
hecho de que el todo es diferente a la suma de sus partes, y de que aquél prima
sobre éstas) con la preocupación muy moderna de la autonomía individual: este
es el aspecto personalista del ecologismo, derivado de la izquierda cristiana.
Contra la modernidad que impone el monopolio político del Estado y el monopolio
sociocultural del Mercado (y de la lógica de la eficiencia técnica y
económica), el ecologismo privilegia la heterogeneidad. Es necesario que la
naturaleza sea relativamente autónoma, porque así permanecerá diversa, rica y
compleja, tanto en su patrimonio genético como estético; hace falta que
desarrolle todas sus potencialidades y todas sus capacidades de adaptación. Del
mismo modo, hace falta que las culturas y las políticas humanas ‒por otra parte
ligadas a la naturaleza de una manera inextricable‒ sean también diversas,
diferentes, ricas, abiertas a un máximo de puntos de vista y de experiencias
vividas.
Además de que
la sociedad industrial destruye la naturaleza, ella destruye también las
culturas e impone un único modo de vida, una única visión de la organización social,
una única visión de los problemas y de sus soluciones. El transhumanismo
prolonga y acentúa la lógica de esta modernidad industrial, promoviendo
subrepticiamente la dependencia humana frente a la naturaleza y la dependencia
individual frente a la sociedad. El consumidor no es ya un hombre libre y
autónomo. Está sometido a la dictadura de la productividad, del trabajo
asalariado, al juego de signos y rituales asociados al consumo censados a
integrarlo en la sociedad. En lo sucesivo, las tecnologías ocuparán su lugar;
le guiarán con mano todavía más férrea, como en esos programas informáticos que
determinan las inversiones bursátiles en lugar de los gestores. Todo ello nos
hace dependientes del mundo exterior. El transhumanismo, como la actividad
industrial en sentido amplio, pretende controlar la naturaleza, incluso
recrearla y, por tanto, pasar de sus reglas; pero, en realidad, la sociedad
transhumanista destruye sus propios fundamentos, sobrepasando los límites de la
vida material normal del planeta y organizando el suicidio colectivo de la
especie.
El
transhumanismo implica, además, una considerable concentración de poder,
necesario para el establecimiento de las medidas propuestas y esperadas. Esto
nos haría perder, cada vez más, el contacto directo y sensible con la
naturaleza. En fin, agotaría los recursos materiales ya extremadamente
precarios sobre la superficie del globo. Cualquiera que sea el dominio
considerado, se pone a la lógica tradicional, desarrollando ese famoso
“espíritu heroico” que consiste en olvidar la complejidad de lo real, en
mezclarlo todo y en querer controlarlo todo.
Thibault
Isabel: Comparto lo esencial de vuestra visión de la ecología, pero me opongo
en algunos puntos filosóficos decisivos. No pienso, en principio, que el espíritu
heroico niegue la complejidad de lo real. El auténtico espíritu heroico se
nutre de la confrontación con lo trágico. El transhumanismo peca, sin duda, y
con frecuencia, de vanidad y excesivo optimismo, y ciertamente no por heroísmo.
Vuestra concepción de la ecología está impregnada de cristianismo. Se puede ser
ecologista, valorar lo local y la moderación, sin ser cristiano ni adherirse al
marco deontológico que promovéis (derechos del hombre, derechos de la
naturaleza, etc.). Me parece, incluso, que la universalidad de los derechos
humanos y naturales entra en contradicción con el ideal de multiplicidad y
arraigo que situáis correlativamente, con razón, junto al ecologismo.
En la
práctica, estoy totalmente convencido de los perjuicios futuros del transhumanismo.
Esta ideología, tal y como es mayoritariamente defendida y asumida, se inscribe
en la línea recta del industrialismo moderno. Los transhumanistas, como los
industrialistas, quieren siempre más cantidad, sin preocuparse por la calidad
de lo producido. Así, como lo habéis explicado justamente, la tecnología en
sentido amplio ha conducido a catástrofes durante siglos. Pero pienso, sin
embargo, que ello fue a causa de los excesos de la industria y no a causa de la
tecnología en tanto que tal.
Vivimos en un
mundo donde cualquier gadget, aparato o dispositivo nos parece indispensable:
el automóvil o el teléfono portátil son ejemplos perfectos. Aunque habrían
podido rendir grandes servicios a la sociedad en algunos casos concretos. Pero,
¿era necesario generalizar su uso? Saqueamos la naturaleza en de un consumismo
ciego sobre un fondo de sobrepoblación mundial. En lugar de utilizar las
tecnologías de forma objetiva y mesurada, con fines realmente útiles, nosotros
producimos más allá de los necesario y lo gastamos despilfarrando los recursos.
Más que las tecnologías, yo critico pues el uso comercial, materialista y
filisteo que se hace de las mismas. Habría que hacer valer el mismo matiz a
propósito del transhumanismo. Ciertamente, los transhumanistas adoptan una
perspectiva consumista. Pero ello no debe dispensarnos de una reflexión sobre
las fecundas posibilidades que nos abren las tecnologías del futuro. Debemos
luchar contra el consumismo, que perturba el equilibrio medioambiental al mismo
tiempo que la armonía de las sociedades humanas; pero debemos promover, al
mismo tiempo, un uso inteligente ‒y, en ocasiones, audaz‒ de las tecnologías en
todos aquellos dominios donde esté justificado.
No estoy de
acuerdo en apoyar el desarrollo sostenible, Al contrario, porque el desarrollo
sostenible ratifica el principio de crecimiento económico. En mi opinión, la
preservación del medio ambiente no es más que un objetivo bastante secundario:
son principalmente los perjuicios societales y existenciales del comercio los
que plantean el problema Me adhiero, en consecuencia, más al ecologismo que al
medioambientalismo. Si la generalización del automóvil ha sido una calamidad,
no la ha sido solamente en términos de contaminación, sino todavía más en
términos de marcos de vida (gastamos buena parte de nuestras vidas colapsando
los centros urbanos, los accesos a las ciudades, en los atascos y
embotellamientos, en los hipermercados). Mañana, gracias al comercio on-line, seguramente nos ahorraremos
todo este tipo de inconvenientes, aunque al precio de una pérdida cada vez más
completa del vínculo social. Toda nuestra vida se resumirá a un cara-a-cara con
la pantalla del ordenador u otro dispositivo. Y el desarrollo sostenible no
cambiará nada, porque no tiene en cuenta todas estas problemáticas.
Por tanto, no
pienso que debamos pasar totalmente de los transportes en común o de la
informática. El progreso técnico, en ocasiones, es óptimo. Es un factor de
mejora cuando es conducido de una forma mesurada. “Mesurada” no quiere decir,
por otra parte, a “medias tintas”, sino de forma “adaptada”. Existen dominios
donde es aconsejable desplegar y movilizar la técnica, y otros donde los
riesgos sobrepasan de lejos los beneficios. El comercio no se plantea este tipo
de cuestiones. Vende todo lo que le reporte dinero, incitando a los
consumidores a adquirir, incluso si no se tiene necesidad, mediante un gran
despliegue publicitario.
El
transhumanismo se configura a imagen de la industria. Completará el dispositivo
técnico, tanto para lo mejor como para lo peor. Sobre todo, para lo peor en
tanto continúe sujeto a la lógica mercantil. Pero algún día nos obligará a
discriminar entre las aportaciones positivas y negativas de estas nuevas
técnicas. Tal es el trabajo de los filósofos. Por un lado, debemos denunciar
los perjuicios del espíritu mercantil, concierna o no al transhumanismo; y, por
otro, debemos reflexionar sobre lo que podría ser una auténtica “mejora” de lo
humano, a fin de orientar lo mejor posible las técnicas hacia resultados más
saludables que peligrosos. Si llegamos a un impasse sobre estas cuestiones, no
tendremos ninguna esperanza de promover el progreso de la especie y, cuando
triunfe el transhumanismo, nosotros no seremos sustituidos por superhombres,
sino por un tipo de subhumanos que nos habrán vendido. ■ Fuente: Krisis