Con
la maestría cosmopolita de la que son expresión cultural y política, el fucsia
y el arco iris de izquierda son hoy "demofóbicos": han perdido toda
"conexión sentimental" (Gramsci) y toda relación material e
inmaterial con el pueblo, hacia el
que guardan un sentimiento de puro particularismo (sentimiento cada vez más
claramente recíproco).
Como
argumenté en Glebalizzazione. [Glebalización. La lucha de clases en la
época del populismo, Rizzoli 2019], con la categoría despectiva de
"populismo" se expresa, de hecho, el odio a las masas populares
nacionales y, al mismo tiempo, el temor hacia ellas ―que es el temor de los
dominantes― el miedo a que el pueblo venga a irrumpir en el escenario del
conflicto político, a salir gramscianamente de su pasividad y retirar su
consentimiento al proyecto de la clase global. Hoy, las palabras de Maquiavelo
resuenan claramente, como un programa político de populismo: "la causa del pueblo es más honesta que
la de los grandes, queriendo éstos oprimir, y la aquél la de no ser
oprimidos" (El Príncipe,
IX).
Cualquiera
que sea la perspectiva asumida, vemos aquí la absoluta incapacidad de la
izquierda del arco iris a la hora de entender el fenómeno populista que emerge
claramente, como lo destaca Luca Ricolfi. El rechazo y la condena son la única
actitud que han podido demostrar, revelando una insensibilidad incondicional a
las demandas de protección y apoyo que vienen desde abajo.
Además,
la nueva izquierda fucsia ha optado por basar su programa de adhesión al léxico
del liberalismo cosmopolita en la deslegitimación a priori de toda demanda procedente de abajo, de las clases
populares nacionales: hasta el punto de que, sin exagerar, gran parte del
programa cultural y político de la izquierda amigable con el mercado se
resuelve en la demonización de toda instancia popular nacional que amenace la
hegemonía de la aristocracia financiera globalista.
Si
el polo dominado ve la inmigración masiva desregulada como un drama para su
supervivencia diaria, la izquierda antigramsciana responde que es, por el
contrario, una oportunidad imperdible para el crecimiento multicultural y
califica de xenófoba a cualquiera que no se adapte a su ortopedia globalista.
Si,
una vez más, la masa nacional-popular revela una creciente desconfianza hacia
la globalización, la izquierda responde que, en cambio, ésta debe ser
experimentada como la mayor oportunidad y que aquellos que no son capaces de
entenderla se ven afectados por una rudeza nacionalista incurable. Si,
entonces, el polo del dominado teme a la UE y menciona la posibilidad de
recuperar la soberanía nacional, la izquierda responde indignada que el
proyecto europeísta no puede ser el problema, porque es, en cambio, la única
solución.
La
estigmatización del populismo, tan querida por los partidarios de la neolengua
oculta en sí misma una estigmatización más general de la gente como tal: sirve
de trasfondo constante a lo que se ha definido, con razón, como la era de la
"denigración de las masas". La demofobia del libertario de izquierda
es, también en este caso, la misma que la del libertario de derecha.
El
clero intelectual ―que completa la relación de poder hegemónico― estigmatiza
como "populista" toda posición teórica y política que, en lugar de
adoptar el punto de vista de la élite dominante desde arriba, adopta la
antitética desde abajo, consistente con los intereses y perspectivas de
redención de las masas populares nacionales derrotadas por la globalización
capitalista.
La defensa del hombre común,
del pueblo y de la gente sencilla ha dejado de estar asociada al orden del
discurso de la izquierda, que, por el contrario, en esa defensa identifica ―a
diferencia del patriciado financiero― elementos peligrosos, que deben ser
neutralizados en nombre del actual orden cosmopolitizado asimétrico. ■ Traducción: Carlos X. Blanco Martín. Fuente: ilfattoquotidiano.it