Bérénice
Levet es una filósofa y ensayista francesa. Colabora en las revistas Causeur, Valeurs actuelles, Revue des deux
Mondes, Le Débat, Commentaire, Esprit y L'Incorrect.
Su ensayo La teoría de género o el mundo
soñado por los ángeles: la identidad sexuada como maldición, ha sido
calificado como “uno de los libros más importantes del año 2014”, en el cual
“la filósofa Levet muestra que el género realiza, paradójicamente, el proyecto
cristiano: un cuerpo sin órganos, la aspiración a una neutralidad asexuada como
la de los ángeles”. Muy próxima al enfoque de Merleau-Ponty y su fenomenología
de la seducción. Sus otras obras: A la
atención de los hombres que aman a las mujeres y de las mujeres que aman a los
hombres, El crepúsculo de los ídolos
progresistas y ¡Liberémonos del
feminismo!: nación francesa, galante y libertina.
Infantilizar y victimizar a las mujeres, criminalizar y castigar a los hombres: más que nunca, una minoría busca implantar una guerra de sexos, denuncia Bérénice Levet, autora, entre otros libros, de “Teoría de género o el mundo soñado por los ángeles”. El movimiento nacido en los años 70 cultiva un odio a los hombres que pone en peligro nuestra herencia.
Infantilizar y victimizar a las mujeres, criminalizar y castigar a los hombres: más que nunca, una minoría busca implantar una guerra de sexos, denuncia Bérénice Levet, autora, entre otros libros, de “Teoría de género o el mundo soñado por los ángeles”. El movimiento nacido en los años 70 cultiva un odio a los hombres que pone en peligro nuestra herencia.
Nación francesa, galante y libertina, ¡no te niegues a ti misma! Esta frase puede leerse en la cinta
publicitaria del nuevo libro de Bérénice Levet. Un grito desde el corazón
frente al griterío animal de las feministas que escrutan con ojo acusador
cualquier interacción entre los dos sexos. Después de haber explorado en un
primer libro los estragos de la ideología de género, la filósofa y ensayista
denuncia así un feminismo que “quiere anular el pasado y precipitar la venida
de un mundo que no se parezca en nada al mundo que hemos heredado”. Un análisis
lúcido y salvador de las rarezas y amenazas de un movimiento convertido en
ideología que ofrece, de forma implícita, un homenaje a la forma de vivir a la
francesa. El título de su libro invita a liberarse del feminismo, es decir, del
feminismo en su conjunto. ¿No sería esto tirar todo el grano con la paja?
Existe, desde los años 90, un neofeminismo
muy influenciado por el modelo anglosajón que penetra cada vez más en la
sociedad francesa. Pero, aparte de esto, el vicio ya venía de fábrica. Hay
claramente una filiación entre esta nueva versión y la de los años 70, como me
esfuerzo en demostrarlo, con textos de aquella época como refuerzo: el espíritu
de guerra de sexos y odio de los hombres; la criminalización del deseo
masculino e incluso la depuración cultural son consubstanciales al feminismo
como ideología. En cuanto a los dos ámbitos en los que trabajan hoy las
feministas, la lengua y el acoso sexual, no olvidemos que fueron abiertos
durante los dos mandatos de François Mitterrand.
Mientras que Mona Ozouf le da al
feminismo francés una especificidad propia, yo considero que el feminismo es lo
que es y se le ha impedido caer en su lado más radical debido a la fuerza que
nuestras costumbres tenían todavía. El universalismo, que constituye la
especificidad del feminismo francés, su rechazo al comunitarismo y su pasión
del mundo. Nuestro modelo ha sido, pues, un parapeto contra la radicalidad
feminista que se desarrolló en los países anglosajones, especialmente en
Estados Unidos. La obra de teatro “La
Culotte”, de Jean Anouilh, que invito a redescubrir, ofrece una ilustración
jubilosa de esos excesos del feminismo que solo pueden chocar al espíritu
francés.
El feminismo es, a sus ojos, una verdadera ideología portadora de un
proyecto de sociedad, que utiliza la violencia hacia las mujeres como una
coartada…
Desde los años 90, ya que no es un
fenómeno nuevo, las campañas de multiplican para incriminar a los hombres y su
violencia. Movilizar alrededor de ese tema sirve, en efecto, para el proyecto
de las feministas: romper el modelo francés de civilización y de las relaciones
humanas.
Como todos los sistemas en “-ismo”, el
feminismo se presenta y funciona como una ideología, en el sentido que Hannah
Arendt daba a este término, como “la lógica de una idea”. Se ofrece como un
gran relato explicativo. Esta idea, a partir de la cual el feminismo va a
desarrollar toda la historia de las mujeres, es la de la dominación masculina.
A partir de esta premisa, la ideología deduce todo el resto, proponiendo así un
relato de una coherencia que no se encuentra en ningún sitio en la realidad,
pero que seduce a algunas personas. La realidad debe entrar en ese relato por
las buenas o por las malas. Es así como el feminismo nos hace vivir en un mundo
puramente ficticio, sacrificando todos los matices que sazonan las relaciones
hombres-mujeres, y es eso lo que me resulta particularmente odioso. Inquisidor
y puritano, pretende vigilar y castigar el lenguaje, la sintaxis, pero también
las obras de arte y cómo deben entenderse. Las feministas se comportan, así
como un elefante en una cacharrería, sin tener en cuenta la obra que Francia ha
compuesto sobre ese tema universal que es la diferencia entre los sexos. Pero
aquí la arrogancia se pone a la misma altura que la ignorancia.
Para insistir en esa relación entre ambos, usted se lamenta de que “el
pecado mortal del feminismo es haber rechazado de golpe el esquema de la
polaridad y haber adoptado el de la dominación”. ¿De qué manera?
Todas las diferencias han sido reducidas
a relaciones de dominación. El reparto de las tareas según el sexo ha sido
interpretado en términos jerárquicos. La pasión igualitarista, el dogma del
“derecho a…”, deslegitiman la toma en consideración de las disposiciones
naturales, de los talentos personales. Si una mujer no es bombera, no puede ser
más que por machismo o sexismo. La indiferenciación y la intercambiabilidad han
sido elevados al rango de dogma. Sin embargo, la polaridad es esencial en una
civilización, el hecho de que cada uno de los sexos se vea asignado a roles
diferentes no tiene, según los dones de la naturaleza, nada de escandaloso en
sí mismo. Sin duda se ha abusado del argumento de la naturaleza para cerrar
algunos caminos a las mujeres, pero hoy estamos en el exceso contrario, nos
desligamos totalmente de lo que ella nos ha dado.
Presentado como un instrumento de lucha
contra las desigualdades, el “sexismo” está, en realidad, destinado a prohibir
cualquier reconocimiento de la diferencia entre sexos. Es una verdadera estafa,
erigida sobre el modelo de la palabra “racismo” y como operación análoga. De la
misma manera, en efecto, que cualquier apego a la especificidad y a la
pluralidad de las civilizaciones se encuentra asimilado a una actitud racista,
se encuentra bajo esta categoría de sexismo cualquier percepción y cualquier
pensamiento de la diferencia entre sexos.
Nuestro ideal republicano universal se estaría viendo atacado en dos
frentes: el feminismo y el islamismo. ¿Por qué?
Estas dos ideologías llevan la marca
contra el modelo de mezcla de sexos y el principio de universalidad propios a
la originalidad francesa. Feminismo e islamismo trabajan juntos en la
exaltación de las reivindicaciones identitarias, y por eso mismo hacia el
comunitarismo y el separatismo. La genialidad de Francia ha sido saber
distinguir entre los ámbitos de la existencia, jugar con la diferencia de sexos
en la vida íntima, privada, social; pero liberarse en el ámbito político,
profesional. La empresa Kolett (NdT:
alquiler de vehículos con conductora), que propone a las mujeres un servicio
realizado solo por mujeres, es una traición a nuestro propio modelo y una
concesión a lo que reclama el islamismo: la separación de sexos.
Las feministas se han convertido así en
escudos del islamismo. Están ausentes en el único terreno donde ser feminista
tendría un sentido: en los territorios perdidos de la República, esos
territorios cuyas llaves han sido entregadas a los islamistas. Asistimos ahí a
una negación flagrante y a una verdadera doble vara de medir, ya que cierran
voluntariamente los ojos ante el único patriarcado que subsiste en Francia: un
patriarcado de importación. Desde el momento que el agresor es un hombre
musulmán, se impone el silencio absoluto, y esa es una de las razones
fundamentales por la cual no me podré llamar nunca feminista a día de hoy. Lo vimos durante las violaciones masivas del
Año Nuevo de 2016 en Colonia, o durante la revuelta de las mujeres en el barrio
de La Chapelle-Pajol en París, y también en Trappes, en Sevran, etc.
¿De verdad queremos vivir en un mundo
donde hombres y mujeres se miran como figuras de porcelana? Me acuerdo de las
conclusiones de Alfred de Vigny: “Retirándose pronto en un reino horrendo, la
mujer tendrá Gomorra y el hombre tendrá Sodoma, y mirándose de lejos de forma
irritada, los dos sexos morirán cada uno por su lado”. Que los hombres no se dejen impresionar. No
es una simple concesión lo que las mujeres hacen a los hombres de vivir,
trabajar, conversar y hacer el amor con ellos. Las mujeres, las francesas en
todo caso, no desean de ninguna manera y nunca han deseado vivir solas entre
ellas, lejos de los hombres.
En el fondo, es toda una imagen de la mujer lo que está en juego con el
feminismo, que ha creado el movimiento “Denuncia a tu cerdo”…
Así es, y es por eso también por lo que
pienso que hay que liberarse del feminismo. Ese feminismo cultiva una concepción
degradada y degradante para la mujer, haciéndola eterna víctima de los hombres,
describiéndola como una virgen asustada ante una mínima palabra, ante un mínimo
gesto avanzado por un hombre. El feminismo se pensó para permitir a las mujeres
ser reconocidas como seres responsables, capaces de responder de sus decisiones
y de sus actos al mismo nivel que los hombres. En lugar de esto, tenemos en
marcha un proceso de victimización e infantilización de la mujer. ¡Las
feministas de los años 70 tenían mucha más gallardía! De esta idea degradada y
degradante de la mujer, tenemos un buen ejemplo en la feminización del
lenguaje: la lógica que preside esta exigencia es la siguiente: ¡las mujeres no
se reconocerían en ninguna palabra masculina! Dicho de otra forma, la mujer
sería una especie de perro de Pavlov que solo reaccionaría a señales sexuales…
Con el affaire Weinstein, usted
apunta a una “gran vuelta de la naturaleza” bastante paradójica entre las
feministas. ¿De qué se trata?
La ideología de género, teoría a la cual
se han plegado las feministas, postula que todo se construye. Esta ideología
empuja al extremo la famosa frase de Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se
llega a serlo”, considerando que, si no se nace mujer, ¿por qué llegaríamos a
serlo? Lo masculino y lo femenino serían identidades construidas por las
sociedades con las que podríamos jugar como quisiéramos. Se le da así un
respiro total a la naturaleza: el cuerpo sexuado no se encuentra en nuestra
identidad.
Sin embargo, cuando se trata de
criminalizar a los hombres, la naturaleza vuelve por sus fueros. Ellos son, por
naturaleza, dominadores y crueles. El reto está en justificar la utilización de
los medios coercitivos más radicales. Recordemos la reciente campaña gráfica
contra el acoso sexual en la cual un hombre era asimilado a un animal
depredador. Sin embargo, nuestras feministas no abandonan su venenoso combate
contra las representaciones históricamente ligadas a lo masculino; llevan muy
dentro la insistencia en esta brutalidad esencial. Pero es una acusación
totalmente ideológica, ya que el sentido mismo de la educación ha sido dominar
las pulsiones, tanto masculinas como femeninas.
Es más bien una carencia educativa más que una educación machista lo que
usted encuentra en los hombres más jóvenes… ¿por qué?
Estamos ahí ante una de las fake news más retransmitidas por los
medios de comunicación: hace más de cuarenta años que ya no se educa a los
niños según los códigos tradicionales de la virilidad, pero la ofensiva se
vuelve contra estos. En este ámbito como en los otros, los niños se encuentran
desarmados por una educación progresista que solo ve, en los códigos
históricamente constituidos, unos prejuicios que renuncia a transmitir. Y si
ellos son más brutales o más torpes, no es porque han sido condicionados a
serlo por su educación, sino porque se les ha abandonado a sí mismos y deben
reiventarlo todo como el primer hombre.
Recordemos que la virilidad es el fruto
de la civilización, de una civilización que se orientaba todavía según el
principio de la diferencia entre sexos, de su polaridad. Esta noción nos lleva
a un ideal de firmeza, de nobleza del alma, de fuerza física, de valentía. Los
jóvenes de hoy, para construirse, no tiene más elección que convertirse en “una
chica como las demás” o apropiarse del único modelo de virilidad que se ofrece
en el mercado, una virilidad estrictamente hecha de pulsiones, y enseñada sobre
todo por el rap. Y no se les educará bien mostrando a los niños la amenaza que
representan para el otro sexo y enseñando a las niñas a desconfiar de esa
especie esencialmente brutal y proclive a dominarlas que es el sexo masculino,
como tampoco martilleando sin parar que los dos sexos son iguales.
Yo abogo, con todo lo que esto tiene de
anticuado, por una educación sentimental: hay que ofrecer a la juventud las
palabras para expresar el deseo, darle una forma, expresar todos los matices.
Ese lenguaje se aprende, se construye con la literatura, leyendo a Marivaux
naturalmente, pero también a Choderlos de Laclos, Balzac, Stendhal, Jane
Austen, que nos hablan de ese juego del deseo y de sus astucias. Las mujeres
que creen certificar su emancipación utilizando un lenguaje tan poco reprimido
como el que utilizan los hombres juegan contra ellas mismas. De hecho, ¡uno de los roles más nobles que la
Historia ha confiado a las mujeres es el de ser las depositarias y las
guardianas del lenguaje! ■ Fuente: Valeurs Actuelles