Desgraciadamente,
no debemos esperar que los políticos de derechas nos proporcionen explicaciones
coherentes sobre el fracaso de la derecha. Y menos todavía soluciones para
salvarla. Muchos de ellos huyen de sus partidos y otros muchos abogan por
refundar una unión del centro-derecha, cuando en Francia, por ejemplo, esa
reunión ya la ha realizado, parcialmente, Emmanuel Macron.
Las únicas
reflexiones interesantes proceden de personalidades que están al margen de la
política o que están provisionalmente retiradas del combate político.
Recientemente, Marion Maréchal concedía una entrevista a la revista Causeur en
la que abogaba por la unión de las derechas a través de una nueva mirada sobre
el conservadurismo apuntando a la división instituida por Macron: liberalismo
contra conservadurismo.
Por otra
parte, Patrick Buisson, antiguo consejero del expresidente francés Nicolas
Sarkozy, concedió una entrevista en la televisión francesa, interpelado por
David Pujadas. Como siempre, proporcionó a los telespectadores, poco habituados
a tal brío intelectual, un análisis político fundado sobre un sólido
conocimiento de la historia. Para concluir, como tema recurrente, en la
imposibilidad de una unión de las derechas. No sólo porque las relaciones de
fuerza electorales señalan a Marine Le Pen para encarnar dicha unión, al mismo
tiempo que su persona y su nombre son la garantía para la reelección de Macron,
sino, sobre todo, porque las divisiones esenciales de las “derechas” son
irreductibles.
En cualquier
caso, siempre se obtiene un beneficio escuchando a Buisson, cuya inmensa
cultura produce un pensamiento claro y pedagógico. También se obtienen
beneficios escuchando a sus críticos, como Edouard Husson. En lo esencial, es
el concepto de “antiliberalismo” el que estructura la oposición a Buisson.
Cuando se
escucha o se lee a Patrick Buisson, salta a la vista que su antiliberalismo no
es sólo económico. Nadie ha oído a Buisson estar en contra de la libertad de
empresa, proponer la elevación de las retenciones impositivas y las
cotizaciones sociales, invocar cualquier colectivismo socialista o estatismo
fascistizante. En realidad, como pensador, Buisson denuncia el liberalismo
filosófico y cultural que transforma a los hombres en individuos y a las
comunidades en monomios [expresión algebraica que consta de un solo término].
El pensador deplora que la política “liberal” ‒recordando que la misma es
históricamente de “izquierda”‒ haya producido una desagregación casi integral
de todas las fuerzas estructurantes de la sociedad. Comunidades locales,
asociaciones, familias, nación, iglesia, incluso los partidos políticos, que reunían
a los hombres en comunidades de vida y de destino. ¿Qué queda de todo ello? Una
agregación de individuos aislados y consumidores.
Decir todo
esto no implica hacerle el juego a la izquierda marxistizante. Es describir la
realidad. Y aceptar que este punto de vista es realmente lo que aglutina y
agrupa más allá de las divisiones partidarias. Lo que sucede, por ejemplo, en
las filas de Los Republicanos (liberal-conservadores) lo demuestra
brillantemente. Y el movimiento espontáneo de los “chalecos amarillos” ‒del que
Buisson subraya que ha reunido más banderas nacionales y regionales que rojas‒
sería, según él, la ilustración perfecta. Este movimiento ha expresado, más
allá de las reivindicaciones fiscales, una profunda necesidad de reconstruir
una comunidad. Es, fundamentalmente, lo contrario del liberalismo.
Siguiendo
este razonamiento se constata, en efecto, que la reunión de las “derechas” es
una quimera. Pero hay que añadir que, como siempre, las palabras tienen trampa.
Especialmente, los términos “liberal” y “conservador”, y más todavía cuando
ambos son asociados (por ejemplo, con la fórmula habitual de
liberal-conservador).
Los dos
términos llevan, en sí mismos, una carga peyorativa incontestable. Lamentable,
pero es así. “Liberal”, especialmente, es una especie de cajón de sastre” que
significa “que todo vale y que nada importa”. Sobre la idea de una libertad
económica bien atemperada con la noción filosófica de la primacía de la
voluntad individual sobre cualquier principio suprapolítico, los matices son
infinitos. No es posible construir un discurso político sobre un concepto tan
mal definido y tan mal comprendido.
En cuanto al
término “conservador”, éste lleva, en sí mismo, la idea subyacente del orden
moral, de rigidez y de vuelta al pasado. En una sociedad del espectáculo, que
ya no reflexiona, el sentido de las palabras no tiene mayor importancia. Su
carga psicológica, en cambio, tiene demasiada importancia. Y la asociación de
ambos términos es negativa y mortífera.
La auténtica
división, hoy, está entre liberales y antiliberales, y atraviesa el interior de
ambos campos. Salvo el de Emmanuel Macron y sus aliados europeos, que han
conseguido reunir a la burguesía de derechas y de izquierdas. Es el último
refugio frente a esta nueva fractura.
Entonces,
como propone Buisson, sólo queda una cosa por hacer: como siempre y todavía,
establecer un cuerpo doctrinal claro y preciso. Lo siguiente vendrá más tarde… ■ Fuente: Boulevard Voltaire