Según los
pronósticos científicos, el siglo XXI marcará la transición de la humanidad
hacia la transhumanidad. En este ensayo se presenta la filosofía religiosa como
la filosofía alternativa a la del transhumanismo.
Las “nuevas tecnologías”,
en su avance fulgurante, están llamadas a posibilitar la vida humana ilimitada.
Podremos igualmente hacer volver a la vida a los padres fallecidos. El nuevo
humano, el transhumano, está llamado a ser el único dueño de su destino y del
destino de la humanidad, de hacer posible la vida eterna no después de la vida
terrestre sino en esta misma vida. El objetivo del nuevo humano es, pues,
vencer a la muerte. Sí, vivimos hoy en un siglo que será el siglo de la “singularidad
tecnológica”, término que significa la enorme explosión tecnológica. Según los
pronósticos de los científicos, el siglo XXI marcará la transición de la
humanidad hacia la transhumanidad. El nuevo tipo de humano va a aparecer y cuyo
sentido de la vida estará en el desarrollo ilimitado de sus capacidades. Esta
nueva forma de vida humana no tendrá fin, ni tampoco finalidad. Esto hace
soñar, ¿verdad? Pero, ¿es tan bello y tan inocente como parece? Me gustaría
exponer algunos elementos que muestran el peligro de esta nueva filosofía
transhumanista cuando se la lleva al extremo.
¿Por qué la muerte y la espera de su venida es un concepto fundamental en nuestra vida?
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La filosofía
religiosa dice que toda persona debe conocer su muerte. Hay algunas cosas en la
vida que no podemos dominar. No somos dueños de todo. Nuestro nacimiento, por
ejemplo, no fue un acto que dependiera de nosotros. Hay cosas en la vida que
son místicas y potentes justamente por sus misterios. Si hablamos, por ejemplo,
de la resurrección de los muertos, este acto debe igualmente quedar dentro de
la categoría de cuestiones que no dependen de nosotros. Será el mismo acto
divino que el acto de nacer. No somos los actores de la creación del mundo,
formamos parte de él, somos los productos.
El ombliguismo
del humano que cree que es más inteligente que la naturaleza, más inteligente
que la vida, está condenado al fracaso desde ahora y esto es evidente. La vida
eterna sobre la Tierra sería un sufrimiento insoportable. Será la misma vida
limitada por la sabiduría de la naturaleza como la conocemos ahora salvo que
será eterna. ¡Con eternos sufrimientos!
La vida se
termina con la muerte. Moriré un día, pero no tengo ganas de morir. Todas las
filosofías y todas las religiones han sido fundadas sobre este postulado. Toda
nuestra vida está basada en esta relación “vida-muerte” y en la espera de la
muerte. La vida es la sensación de esta delgada línea entre la vida y la
muerte; es un caminar por el borde entre los dos. Y es precisamente este miedo
que nos salva del peligro del sinsentido de nuestra existencia. Es este miedo
el que nos alimenta y nos da la energía. Podemos citar a Pasolini (no es el más
piadoso, pero en esto tiene razón): “La muerte hace el montaje de la película
de vuestra vida”. Una película con el comienzo, el desarrollo y el final no es
posible sin con el montaje. Mientras que vivimos, nada está verdaderamente
claro. Siempre estamos acompañados por el interrogante. Cuando alguien muere,
los familiares y los amigos de la persona piensan en ella y así comunican con
ella. Esta comunicación es la única verdadera porque durante la vida no
comunicamos más que con las máscaras y no con la verdadera persona. Los
religiosos os dirán que la persona que muere se sorprende ella misma de lo que
es en realidad. Con todo esto quiero decir que el sentido de un fenómeno solo
existe si ese fenómeno tiene un fin, una finalidad. Si la vida no tiene fin, no
podrá hacerse el balance final, no tiene sentido.
Recordemos
que el mundo transhumano será, por supuesto, el mundo sin Dios. Todo será
intelectualizado a ultranza, no habrá sitio para el misterio. Esta
intelectualización del mundo fue tratada por el académico E.-M. Vogüé hace un
siglo afirmando que no hará a las personas más felices, sino al contrario. La
intelectualización absoluta produce inevitablemente, según él, el pesimismo y
la desesperanza.
Hay una
experiencia religiosa, una experiencia política, puesto que hay religiones
vivas, sociedades vivas, y que la vida no aparece ni se desarrolla sino es
conforme a unas leyes. Para descubrir esas leyes, no son construcciones lógicas
lo que hay que levantar, son observaciones que hay que recoger, son misterios
que hay que constatar y comprender como tales. No se trata de rechazar la
física y la química, las matemáticas y la biología, para no llamar más que al
instinto. Se trata de admitir que los problemas religiosos, morales y sociales
no son problemas ni de física, ni de química, ni de matemáticas ni de biología.
Así, para
tratar de cuestiones religiosas hay que partir del registro religioso. Y la
ética no contradice así a la ciencia. Una no excluye a la otra. Es la síntesis
entre la ciencia y la religión en la que creo. Eliminar el campo religioso de
la vida de la persona es una actitud suicidaría y la historia siempre nos lo ha
mostrado. La sociedad transhumanista querrá librarse de Dios como de una vieja
ropa pasada de moda. Se nos promete la paz y la felicidad sin recurrir a
postulados bíblicos. Pero este tipo de discurso ya lo hemos escuchado. Karl
Marx decía que el sentido de la vida consiste en el desarrollo de la
creatividad y de la propia personalidad. El sentido de la vida, según él, está
contenido en el tiempo pasado en el desarrollo personal. Esto se llamaba en su
época el “humanismo socialista”. Nada nuevo en la perspectiva que se nos
propone hoy desde los transhumanistas. No han hecho más que quitar la palabra
“socialista” y añadir a la palabra “humanismo” el prefijo “trans”. Nada nuevo.
Convendría
hacer la distinción entre los términos “existir y “vivir”, ya que son
diferentes. En la filosofía religiosa cristiana, la existencia ilimitada es un
favor concedido al Diablo. El Diablo va a existir eternamente, pero no va a
vivir. El Humano sueña con existir eternamente, es normal, nadie quiere morir.
Pero existir quiere decir ir a trabajar, a la compra, mirar la televisión,
obtener placer, etc. Pero esto no significa “vivir”. Vivir es algo muy
diferente, y hay que aprender a hacerlo. La vida es una categoría moral.
Contiene dentro de ella la compasión y los logros, el arrepentimiento y la
relación con el cielo, el sacrificio y, sobre todo, la finalidad que permite
recapitular, hacer el balance, que nos permite reflexionar sobre nuestros actos
y sus consecuencias. Ningún filósofo griego, si se le preguntara hoy, querría
vivir sobre la Tierra eternamente. Es una eterna prisión esta eterna
existencia. Las tecnologías pueden ofrecer a las personas esta existencia
ilimitada, pero ellas no tienen necesidad: en el fondo, no la quieren. Se
matarían ellas mismas después de un tiempo en esa angustiosa eternidad.
Nuevas tecnologías vs Ética
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Veamos ahora
el segundo punto de este escrito. ¿Cuál es el lugar de la ética, de Dios y de
la moral en todo esto? Sí, la persona es un ser dinámico, un ser que avanza.
Fue creado no como un hecho cumplido sino como una problemática. En esto, todo
el mundo está de acuerdo: tanto los bioconservadores como los transhumanistas.
Todo
movimiento tiene consecuencias: puede llegar un momento en que el humano deje
de ser humano. Puede sobrepasarse o, dicho de otra forma, pasar de la biología
a una especie de “sobrebiología”. Pero cuidado: aquí empieza lo más
interesante. En este sobrepasarse, se puede entrar tanto en el campo angélico
como en el diabólico. Con la era del transhumanismo corremos el riesgo de
perder a la persona elevada, moral, compasiva y recibir en su lugar a monstruos
con dos sexos, privados de moral para los que sus perversiones y deseo
encarnizado de placeres solo tendrán parecido con los demonios. Es entonces
cuando podremos hablar del fin del mundo. Así, el mayor peligro del
transhumanismo y de la vida ilimitada es el de perder a la persona como fue
creada, la que trae niños al mundo, entierra a sus muertos, hace descansar su
esperanza en la Eternidad, sufre por la pérdida de seres queridos y por la
vejez, siente piedad por los demás, ama a sus amigos, etc. De donde deduzco que
los transhumanos no serán ya humanos.
Algunas precisiones sobre nuestra cultura cristiana europea
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Cristo vino
para salvar al humano, no al transhumano. El deber de la Iglesia siempre ha
sido hacer de la persona un ser sobrehumano. Hoy, su deber es no dejarle
convertirse en un transhumano. La única esperanza que podemos tener es recordar
que, a lo largo de la historia humana, las épocas que cambiaban no reflejaban
verdaderamente el cambio en el humano. Si recordamos la historia del siglo XIX,
por ejemplo, veremos la algarabía maravillada delante de dos cuestiones: el
vapor y la electricidad. ¡El público se volvía loco alrededor de eso! Incluso los
grandes espíritus se vieron arrastrados por este fervor generalizado. “Hemos
atrapado a Dios por la barba y ahora tendremos por fin la felicidad completa”,
decían algunos. Lo mismo sucedió con los primeros aviones: la felicidad era
total ante la posibilidad de subir a los cielos. ¿Y hoy? ¿Qué pasa en realidad
hoy? Viajamos en avión, pero sabemos que eso no es lo que nos hace felices en
realidad. Señalemos también que todas esas alegrías del siglo XIX estuvieron
seguidas por grandes guerras. La Historia nos enseña que así suele suceder.
Las Nuevas
Tecnologías avanzan a gran velocidad. Todo el mundo se preocupa por sus avances,
pero nadie quiere pensar en cuál es el lugar de la ética y la moral en todo
ello. Cuando una persona es mala en sus intenciones, imaginémosla un momento
con un martillo por las calles de la ciudad. Es peligrosa. Tiene más peligro
todavía cuando esa persona va fuera con un arma de fuego. Y ahora, pensemos que
esa persona pueda estar aumentada, bionizada,
en fin, el sueño se convierte en pesadilla.
Si la persona
no crece moralmente, el progreso de las Nuevas Tecnologías lo transformará
todavía más en un peligro para la humanidad. Como decía Roosevelt: “Un ladrón
sin estudios roba un paquete de carbón; un ladrón con títulos roba un ferrocarril
entero”.
La persona
necesita hoy en día (como siempre ha sido) contar con virtudes humanas como:
ayuda mutua, piedad, compasión, caridad; y no la virtud transhumanista de
sobrepasarse. No se siente semejante necesidad, por lo que tampoco necesitamos
el aumento tecnológico. Esos ideales del transhumano no alimentarán al humano
que se encuentre con una verdadera necesidad, en una verdadera desesperanza.
Como en el siglo XIX, los humanos han visto al final que, incluso el más bello
invento no quita una arruga de sufrimiento en la frente de los desesperados ni
da un trozo de pan al hambriento. Dicho de otra forma, la persona debe saber
experimentar el amor, el miedo y la vergüenza. Es esto lo que le hace humana.
Lo que no se sabe es qué aporta el transhumano.
Así pues,
debemos ser la vertebración moral de este mundo. Si el siglo XXI no es un siglo
del humanismo religioso con la persona como criatura dirigida hacia Dios, el
humano dejará de existir, desaparecerá. Y todas esas fantasías acerca del
futuro y del humano aumentado no tienen nada de humano dentro. Si leemos el
Apocalipsis nos habla precisamente de un mundo inhumano, un mundo totalmente
deshumanizado. Todo será robotizado, nos pondrán sellos sobre la frente o
incluso chips integrados en la piel. Dicho de otra forma, será el progreso
inhumano. Y es precisamente eso el reino del Anticristo si hablamos en términos
cristianos.
Recordemos
que el amor es el valor primordial de la humanidad. Los médicos quieren a sus
pacientes cuando les están operando; al bombero le gusta su trabajo porque, si
no, no se tiraría en el fuego arriesgando su vida. Tienen un cierto deber ante
la humanidad, lo saben y son felices por ello. Así, el amor expresa todo aquello que es
grande y elevado. Y la noción del amor está, por supuesto, ligada a la noción
de sacrificio pues éste es la medida del amor. Con transhumanismo y sin él, si
uno ama, está dispuesto a sacrificarse. En eso consiste la vida.
Para
terminar, quisiera citar a Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está
permitido”. ¿Entonces? ¿La muerte o la vida para siempre? ■ Fuente: Méthode