El Corán, al
menos, es límpido en un punto: el velo no es realmente un imperativo. Pero las
musulmanas que se sienten "obligadas" a portar el velo pueden ser
represaliadas por los predicadores islámicos si no lo hacen.
De nuevo, la
controversia sobre el uso del velo islámico está a la orden del día, esta vez
por la vestimenta de las madres a la salida de los colegios. El uso del velo,
¿deriva de consideraciones individuales de personas que así expresan parte de
su intimidad, o de una norma colectiva que debe respetarse si se quiere estar
conforme con su comunidad? Además, ¿el velo constituye un símbolo propiamente
religioso, expresión de una fe, o es un símbolo social, elemento de un orden islámico?
Lo que
observamos en los países musulmanes y también en algunos barrios de las
ciudades occidentales con fuerte presencia musulmana, no deja lugar a dudas en
cuanto a la dimensión profundamente colectiva del uso del velo. Hace falta
estar ciego, o tener mala fe, para negar la importancia de esta dimensión.
Pero, en la segunda pregunta, símbolo religioso o expresión de un orden social,
la respuesta es menos evidente.
¿Fe o reivindicación? El velo islámico
como expresión de un orden social: la limpidez del Corán
Vemos también
a los resueltos adversarios de la empresa islamista dispuestos a admitir que la
vestimenta islámica deriva del registro de la fe. El tema es importante porque,
si fuera así, el frecuente argumento de la incompatibilidad de la vestimenta
islámica con los usos y costumbres de las sociedades occidentales no sería
admisible. Habría, en efecto, un enfrentamiento entre, por un lado, una
cuestión de libertad de conciencia, por el respeto a los derechos humanos, y
por otro, la adhesión a simples hábitos sociales. Parece claro que la primera debería imponerse. Ciertamente, incluso aceptando este terreno religioso,
cualquier resistencia a la influencia islámica no resulta imposible porque se
puede invocar la defensa de la laicidad. Pero esta invocación es acusada de
islamófoba y, en cualquier caso, no concierne más que a algunos aspectos
limitados de la vida social. Mostrar que la vestimenta islámica deriva, de
hecho, de un registro social, y no de un registro de fe, es la clave.
Un argumento
frecuentemente lanzado para disuadir de comprometerse en tal distinción es que
el registro religioso y el registro social están tan íntimamente ligados en el
islam que es imposible separarlos. En efecto, este argumento no resiste ningún
examen. Y especialmente en lo que afecta al estatuto de las mujeres. Sobre este
estatuto, el Corán es especialmente claro: considera a las mujeres de forma
distinta según se mire desde un registro de manifestación de la fe o desde un
registro social. El contraste es tan radical que no puede haber ninguna
ambigüedad sobre el registro sobre el que estamos tratando.
En un
registro espiritual, el Corán no hace distinción entre hombres y mujeres.
Cuando enumera a aquellos para los que su dios prepara el perdón y la recompensa
sin límites, reúne, en estricta paridad, a los creyentes y a las creyentes, a
los hombres piadosos y a las mujeres piadosas, a los hombres sinceros y a las
mujeres sinceras, a los hombres pacientes y a las mujeres pacientes, a los
hombres y las mujeres que temen a dios, a los hombres y las mujeres que dan
limosna, a los hombres y mujeres que ayunan, a los hombres y las mujeres que
practican la castidad, a los hombres y las mujeres que invocan frecuentemente
el nombre de dios. Las prácticas que derivan de un enfoque espiritual, tales
como el ayuno y la oración reúnen a hombres y mujeres en tanto que seres
humanos “iguales en la fe”.
En el Corán, un hombre vale como dos
mujeres
Pero esta
paridad no se encuentra en un registro de organización social. Los hombres
tienen una preeminencia indudable. Un hombre vale como dos mujeres en materia
de testimonio, y de herencia. Los hombres pueden decidir repudiar a sus
mujeres, pero no a la inversa. Ellas son objeto de desconfianza y, por tanto,
exigen un estricto control social. “Amonesta a aquellas cuya infidelidad temes;
relégalas a habitaciones separadas y golpéalas” (Corán IV, 34).
¿De cuál de
estos dos registros deriva el uso del velo islámico? El hecho de que su
prescripción concierna específicamente a las mujeres, lejos de la paridad entre
creyentes, sugiere ya que estamos ante un registro social. Una atenta lectura
de los pasajes del Corán sobre los que se apoya la prescripción del velo
confirma que es así.
El Corán es equívoco respecto a la
vestimenta de las mujeres
Contrariamente
a lo que sucede en materia de herencia o de testimonio, no se encuentran en el
Corán afirmaciones claras, objeto de una interpretación unívoca, en materia de
vestimenta de las mujeres. Es cierto que se trata, para las mujeres, de ocultar
algo a la mirada de los hombres, pero
en cuanto a lo que se trata de esconder y la forma de hacerlo continúa siendo
algo oscuro. El Corán evoca las condiciones en las que las mujeres pueden o no
mostrar sus mejores atavíos, término cuyo sentido no da más de sí. Pero, para
la cuestión que nos ocupa, el texto aporta suficientes elementos para que la
cuestión se aclare. La prohibición de mostrar sus mejores atavíos no se aplica
cuando las mujeres están en presencia de sus servidores masculinos incapaces de
realizar el acto sexual (Corán, XXIV, 31), o, cuando, llegada la edad, ellas ya no
pueden dar a luz (Corán, XXIV, 60). El riesgo que se quiere prevenir, entonces,
es que nazcan niños cuyo padre biológico no sea el padre legal. Se trata, para
hacer frente a este riesgo, de impedir a las mujeres constituirse en objetos de
tentación por el hecho de su vestimenta. Se trata, pues, de un aspecto
relevante de la organización social.
Un elemento
suplementario confirma que el velo islámico no deriva de una perspectiva
espiritual, sino del ejercicio de control sobre las mujeres. En el primer
registro se observa una gran homogeneidad del mundo musulmán: la profesión de
fe es la misma en su totalidad, el Ramadán es el mismo, la oración es la misma,
etc. Es en el registro de la organización social lo que hace, por el contrario,
que esos países difieran considerablemente entre ellos. Es el caso, por
ejemplo, de la forma en que las mujeres deben disimular sus formas de las
miradas masculinas. Señalemos el contraste entre Afganistán, donde los ojos de
las mujeres desaparecen tras una rejilla, y Mali, donde se aceptan con
normalidad los pechos descubiertos de las lavanderas en el río Níger.
Los europeos pueden ayudar a los
musulmanes a no dejarse embaucar
Ciertamente,
los predicadores al servicio de un islam político son susceptibles de convencer
a los musulmanes poco familiarizados con sus Escrituras de que el velo islámico
deriva de su relación con su dios. Así se comprenderá mucho mejor que militen
en el sentido de que, en la imposición de un orden islámico, la vestimenta de
las mujeres constituye una pieza maestra. Permite distinguir, sin ambigüedad, a
aquellos que se comprometen o no en la edificación de una sociedad islámica,
haciendo así presión sobre los que tuvieran tentación de rebelarse.
Por ello,
llamamos a todos aquellos que se preocupan por reagrupar y reunir en un
conjunto a los europeos de todos los orígenes a no ser embaucados por esta
fábula y ayudar también a los musulmanes para que no sean embaucados por sus
propios correligionarios. ■
Fuente: Causeur