Un punto de
vista de Hervé Juvin, eurodiputado por Reagrupación Nacional, dedicado al
liberalismo como fermento de disolución de la democracia.
Publicado a
iniciativa de la ONG «Open Society», un reciente estudio llevado a cabo
en seis países de Europa del Este transmite una creciente desconfianza hacia la
democracia, acusada de no cumplir sus promesas. El estudio se hace eco de las
rituales lamentaciones escuchadas en el Parlamento europeo respecto a las
amenazas sobre la democracia que suponen los populismos, los nacionalismos y
los regímenes autoritarios. Son los sospechosos habituales: Hungría, Polonia y
otras democracias designadas como “iliberales” por sus acusadores.
La democracia liberal en «Occidente»
La democracia
no está bien, todo el mundo lo constata. Pero todos olvidan definir el sujeto:
¿Qué es la democracia?
La historia
responde: es la autonomía de los pueblos. Su capacidad para decidir por sí
mismos las leyes, las costumbres, las condiciones de acceso a su territorio,
los dirigentes. Y es también la conquista de la Ilustración y de la libertad
política, contra la heteronomía que hacía caer la ley desde lo alto, del Rey,
de Dios o del Corán.
Si democracia
significa autonomía del pueblo y respeto de la voluntad popular, entonces,
desde luego, la democracia no va bien. Dos ejemplos.
En los
Estados Unidos, la CIA pretende defender la democracia contra un Presidente
electo. En una surrealista entrevista, Paul Brennan y el antiguo director de la
CIA afirman su legitimidad para defender a los Estados Unidos contra el
Presidente Trump. Ambos saben la parte que el FBI y la CIA, convertidos en
Estados sin Estado, juegan en la sucesión de complots dirigidos a destituir al
Presidente electo. En nombre de una legitimidad que procede de otro orden
distinto al electoral y, al parecer, manifiestamente superior a este; designado
por Dios, sin duda.
Por toda
Europa, en particular en Hungría, las ONG y las fundaciones financiadas por
George Soros, Bill Gates, los Clinton y otros, pretenden cambiar la cultura y
la identidad de los pueblos europeos a golpe de millones de euros y de redes
que controlan una gran parte de la prensa, de los políticos y de los think tanks.
¿Democracia?
No, usurpación del poder. Capacidad para comparar leyes y conciencias.
Plutocracia que manipula a las ruidosas minorías para aterrorizar a las
mayorías. Y nueva heteronomía que transfiere el poder al dinero, y permite a
las magias de la gestión financiera, de las big
pharma y las agro business,
elegir a los dirigentes por encima de los votos.
En Gran
Bretaña, el Parlamento británico ha hecho fracasar todos los intentos de hacer
efectiva una decisión votada en referéndum con clara mayoría: salir de la Unión
europea. Tano frente a Theresa May como a Boris Johnson, el Parlamento cree
actuar en nombre de un mandato que le permite poder votar lo que consideran
bueno para el pueblo, mientras los tories demandan que el Parlamento respete la
voluntad del pueblo expresada en referéndum.
Casi a
diario, en nombre de la ideología del individuo que ignora al ciudadano, en
nombre de los colectivos LGTBI que destruyen la familia, en nombre de la
industria que quiere hacer de la reproducción humana y del cuerpo humano un
producto como los demás, el Parlamento europeo declara, dispone y vota los
textos contra los que la mayoría de los pueblos se manifiesta en contra. Casi a
diario, los jueces, los tribunales y los comités desafían el sentido común, la
opinión y la voluntad de la mayoría de los europeos. Y cada día, el derecho del
individuo destruye un poco más lo que queda de democracia en Europa.
¿Liberalismo contra democracia?
La situación no
es ambigua: el liberalismo se ha convertido en el peor enemigo de la
democracia. La libertad del individuo niega al ciudadano y destruye la unidad
de la nación acabando con la libertad política, la única que cuenta realmente.
Porque los derechos del individuo son ahora una nueva heteronomía, cuyos jueces
son los imams y los tribunales, las
mezquitas de donde emanan las fatwas
contra todos los que osan cuestionar al individuo omnipotente. De tal forma que
son hoy las llamadas democracias “iliberales” las que soportan el combate por
la democracia en Europa, la lucha por la ley de la mayoría contra la dictadura
de las minorías.
Tanto en la
Unión europea como en el resto del mundo, no son las democracias iliberales las
que representan un peligro, sino la autoproclamación de los jueces y los
tribunales constitucionales y derechohumanistas que se han convertido en
censores del voto.
¿Quién cree
todavía que las leyes votadas en un Estado o las directivas europeas son
producto de la voluntad de los europeos? ¿Qué mayorías existen para la invasión
migratoria, la ruina de los territorios, los tratados de librecambio, la
destrucción del suelo y de la vida, el comercio del cuerpo humano?
Un golpe de
Estado de derecho que permite a los jueces invalidar cualquier ley votada en
los Parlamentos en nombre de una libre interpretación de sus preámbulos y
disposiciones, líricas y verbales, que no dicen nada y que todo lo pueden
justificar (recordemos, por ejemplo, que, en virtud de los prejuicios de la
época, las declaraciones de derechos americana y francesa del siglo XVIII, no
se aplicaban a las mujeres, ni a los esclavos, ni a los pueblos colonizados; ¿qué
deberíamos pensar, entonces, de los prejuicios de nuestra época que nos ciegan
en nuestras interpretaciones?).
La democracia iliberal, ¿es el futuro?
Las
democracias iliberales ¿los son únicamente porque responden a la voluntad de la
nación y no a la de un puñado de millonarios y de cómplices que se aseguran el
monopolio del Bien? ¿No serán las democracias iliberales lo único que realmente
queda de democracia en Europa, de nación y de libertad política? La cuestión
exige una respuesta matizada: las democracias iliberales, en efecto, son
democracias siempre que respeten el principio de sufragio universal, acepten la
alternancia y el pluralismo político y rechacen el recurso a la fuerza.
Es urgente
restaurar la democracia en Europa. Frente a la tentativa de conquista islamista
de la tierra europea, frente a la intensificación de las operaciones de
sumisión europea a fuerzas extranjeras, devolver el poder al pueblo europeo es
la revolución democrática del futuro. Pasa por despojar a los tribunales del
poder de interpretar los derechos humanos, por restablecer el gobierno de los
hombres sobre el gobierno de las cosas, por restaurar los vínculos entre el
derecho, el Estado y la nación.
Pasa también
por el control de las ONF y las fundaciones que deben respetar las fronteras,
las naciones y las leyes. Pasa por la nacionalización de internet, que no puede
ser el lugar de destrucción de la unidad nacional y de la libertad política —la
libertad de no estar conforme, de seguir siendo nosotros mismos. La lucha
anticorrupción, antiblanqueo, antiinjerencia, comenzando por la transparencia
sobre la procedencia de los fondos de las ONG, sobre sus vínculos con el
periodismo y los medios de comunicación, sobre la independencia de las fuentes
de información. Es la hora de reafirmar esta condición de la democracia: el
dinero no debe otorgar ningún derecho a la influencia ni al poder. La
plutocracia es la ruina de la libertad política.
Aquellos que
tienen la palabra “democracia” en la boca deberían reflexionar seriamente.
Porque la revolución democrática está en marcha. Viene del Este, viene de
aquellos que saben lo que es “permanecer”, nos conduce hacia horizontes
desconocidos —cuidadosamente ocultos. Pero las almas sensibles y los espíritus
libres ya están viendo la luz que se eleva en Europa y que devolverá a la
democracia su hoja y su filo. ■ Fuente:
Métapo infos