¿Y
si diéramos a los ciudadanos europeos los medios para garantizar, por sí
mismos, su protección? Abogando por una “respuesta autónoma” a nivel local,
Bernard Wicht, académico suizo, y Alain Baeriswyl, oficial instructor del
ejército suizo, se preguntan en el libro “Ciudadano-soldado 2.0” sobre la
pertinencia del monopolio estatal de la violencia legítima, constitutivo de las
sociedades democráticas modernas, frente a la “guerra civil molecular” que
viene.
La observación hecha al principio de
vuestro libro es, cuando menos, angustiante: las democracias liberales fracasan
en la garantía de la seguridad de sus ciudadanos, el enemigo ahora está en el
interior (terroristas, yihadistas, mafias, bandas de los suburbios), y mientras
el Estado-nación agoniza, los gobernantes gobiernan abiertamente en contra de
sus electores. ¿Cómo puede ofrecer el “ciudadano-soldado” un recurso para los
males que socavan nuestras sociedades?
Es
cierto que la situación es preocupante, pero creemos que corresponde a la
realidad. Además, como indican las numerosas citas del libro, esta observación
ya la encontramos desde hace veinticinco años en autores como John Keegan,
Martin Van Creveld y Éric de la Maisonneuve. Nada nuevo, por lo tanto, excepto
que, ahora, con los muchos ataques y asesinatos, los responsables políticos y
los ciudadanos comienzan a plantearse estas cuestiones. Esta realidad
subyacente, desde hace décadas, emerge a la superficie y explota en el rostro
del gran público. Esto explica los actuales temores, los errores y las
respuestas de urgencia, en particular todo lo que lleva al Estado a desconfiar
de sus propios ciudadanos, incluso a desarmarlos o a prohibir su rearme. Es en
esta perspectiva que hemos escrito este pequeño manual sobre el
“ciudadano-soldado 2.0”. Se trata de un concepto sobre el cual reflexionamos
desde hace varios años, ya sea en el marco de conversaciones con militares y
policías, ya sea con ciudadanos conscientes de su responsabilidad.
En
este sentido, empezamos por ponernos de acuerdo sobre la noción de “guerra
civil molecular”, que nos parece bien adaptada para comprender la situación que
vivimos en Europa occidental desde 2015. A partir de este concepto es posible
razonar tanto sobre la amenaza como sobre el antídoto, es decir, el
“ciudadano-soldado”. Pensamos que éste representa una respuesta adecuada a las
formas de hostilidad actuales, completamente diluidas en el cuerpo social,
golpeando aleatoriamente en medio de las actividades cotidianas, en los cafés y
en los bares, en las terrazas y en las salas de espectáculos, o directamente en
las calles… Dicho de otra forma, en los márgenes de error de los sistemas de
seguridad estatales. Como lo señala el especialista de contraterrorismo David
Kilcullen, el Estado que quiera combatir eficazmente el terrorismo debe tomar
medidas tan intrusivas, tan radicales, hacia las libertades civiles que,
inevitablemente, va a destruir lo que forma su sustancia: la sociedad civil y
la democracia. Sin embargo, por su dimensión cívica, el ciudadano-soldado es,
precisamente, una emanación de la sociedad civil, y no un órgano estatal
“suplementario”.
No
se trata de cuestionar el modelo de Estado, ni de sustituir a la policía y al
ejército regular, sino de prolongar su acción, de llenar un vacío de seguridad
y, sobre todo, de poder reaccionar inmediatamente en caso necesario. Por
analogía, un incendio, durante los primeros segundos, puede ser extinguido con
un vaso de agua, después de un minuto, se requiere un extintor. Después de diez
minutos, necesitamos un camión de bomberos. El ciudadano-soldado 2.0 puede ser
ese "vaso de agua".
En
el caso de Suiza, la confederación entrega un arma al ciudadano-soldado y
mantiene una cierta cultura de las armas y de la práctica de tiro, así como la
responsabilidad personal, creando las condiciones favorables para el desarrollo
de esta idea de defensa cívica. Cada uno sirve al país en la medida de sus
posibilidades.
En resumen, nuestras sociedades no tienen la fuerza ni el espíritu suficientes para combatir las amenazas que se ciernen sobre ellas. Pero vuestra idea de un puñado de ciudadanos operando “en los márgenes de error del sistema”, ¿no es también susceptible de ser considerada como una fuente de peligro?
El
relato nacional está cerrado: ya no es capaz de proporcionar las referencias
necesarias para proyectarse “hacia adelante” y, sobre todo, ya no está
preparado para realizar la distinción amigo-enemigo: El Estado ya no es capaz
de movilizar las energías precisas en torno a un proyecto común. El economista
italiano Giovanni Arrighi lo expone claramente: “El estado moderno es
prisionero de las recetas que lo hicieron exitoso”, es decir, el
Estado-providencia. Pero no se trata ya del Estado-providencia en el sentido
bismarckiano, garantizando a cada cual su lugar en la pirámide social sobre el
modelo de los ejércitos nacionales. La revolución de 1968, las crisis
económicas de los años 70, la desaparición del enemigo soviético y la
globalización financiera han sacudido completamente esta pirámide. Hoy, el
Estado-providencia no consigue garantizar que “cada cual ocupe su lugar”; no es
más que un distribuidor de ayudas y subvenciones que busca mantener una
apariencia de estabilidad social. Todo ello explica que el capital guerrero de
las nuevas generaciones no se invierta en las instituciones estatales (el
ejército, especialmente). El historiador británico John Keagan lo constataba ya
a principios de los años 80. En nuestros días, el capital guerrero de los jóvenes
tiene más tendencia a migrar hacia actividades y grupos marginales, pues allí
es donde encuentran un código de valores, una fuerte disciplina, la fidelidad a
un jefe y otros elementos similares de socialización. El fenómeno de
radicalización y de recrudecimiento de la yihad es un ejemplo particularmente
sorprendente.
Es
imperativo volver a situar, en el centro de la reflexión estratégica, la
interfaz ejército-ciudad. En nuestro libro, insistimos en la articulación entre
poder militar y legitimidad política, y sobre este sistema armado que es el
ciudadano-soldado porque él es un actor político y militar ineludible, el único
apto para restaurar la ciudad. Lo encontramos ya en autores tan diferentes como
Maquiavelo, Locke, Rousseau, Mirabeu y Jaurès. En esta ocasión, hemos adoptado
principalmente el paradigma maquiavélico: la res publica, la libertad como
derecho a participar en la gestión de los asuntos de la ciudad y del pueblo en
el ejército. Estamos convencidos de que este paradigma puede aportarnos las
herramientas decisivas de razonamiento en el contexto actual. No olvidemos que
la cancillería florentina vivió un período bastante semejante al nuestro con la
lucha entre facciones rivales en el seno de la ciudad, con la importancia de
los intereses privados en detrimento del bien común y una considerable fractura
social entre ciudadanos ricos y campesinos pobres.
En
este sentido, el ciudadano es un soldado y el soldado es un ciudadano.
Cualquiera que insinúe que el ciudadano armado constituiría un riesgo le niega
su responsabilidad personal. Y, tras una reflexión más profunda, esta
desconfianza hacia el pueblo conduce a un Estado represivo y policial.
El presidente de los EE.UU. incluso llego a afirmar que la presencia de ciudadanos legalmente armados en el Bataclán en 2015 habría impedido la masacre perpetrada por los yihadistas. Esta declaración fue muy polémica en Francia. Sin embargo, leyendo vuestro libro, parece que habría que darle la razón…
En
Francia, los comentarios de Donald Trump sobre el Bataclán fueron probablemente
percibidos como un deseo de burlarse de un acontecimiento particularmente
dramático, y el estilo cow-boy mostrado por el inquilino de la Casa Blanca no hace más que reforzar esa
impresión. Pero es forzoso reconocer que, en el marco de la “guerra civil
molecular” el enfrentamiento y el equilibrio del terror han cambiado
completamente de escala: nos encontramos en un nivel microtáctico, en el nivel
individual. Por tanto, sí, ciudadanos correctamente instruidos y con permiso de
armas, con toda probabilidad, podrían haber cambiado la situación creada en el
Bataclán, pero también en Londres y en Madrid, e incluso en Noruega frente a
Anders Breivik. En este contexto, la fórmula de Maquiavelo, “el rico desarmado
es la recompensa del soldado pobre”, toma hoy pleno significado y actualidad.
Desde la perspectiva de los países de Europa occidental, la situación sociopolítica suiza no parece corresponderse con la situación insurreccional que se evoca en vuestro libro. ¿Cómo se percibe este discurso en vuestro país?
Nuestra obra
ha sido objeto de comentarios muy positivos por parte de la policía suiza y
extranjera, de los jóvenes oficiales de los ejércitos europeos, de los
practicantes de tiro, así como de personas que trabajan en los medios del
ejército de la milicia. En cuanto a los altos mandos del ejército, se trata,
ante todo, de gente poco inclinada a la prospectiva: nuestras reflexiones han
encontrado poco eco en este sector. En revancha, en los cuerpos de la policía
local y sus escuelas de formación, nuestros trabajos ya han sido objeto de
simulacros en escenarios tácticos. ■ Fuente: Éléments pour la civilisation européenne