Suponemos ya conocidos los trazos generales de las teorías conspiracionistas, o teorías
del complot. Esto es, aquellas teorías que interpretan partes
enteras de la historia ‒y singularmente de la historia contemporánea‒, o
incluso el conjunto de la historia humana, como el resultado de la intervención
de "fuerzas oscuras" actuando de manera subterránea para alcanzar
fines impensables.
La conspiración reviste, en general, una forma jerárquica, piramidal, separando los manipulados inconscientes, los cómplices activos y los propios manipuladores. Se utiliza para "dominar el mundo", es decir, controlar la vida política, la actividad económica y el tejido social. Dispone para hacer esto de agentes privilegiados. Ella emplea todos los medios incluso los más despreciables y los más odiosos, para sustituir a los poderes establecidos, visibles, por la autoridad de un poder superior, oculto, desprovisto de toda legitimidad.
La conspiración reviste, en general, una forma jerárquica, piramidal, separando los manipulados inconscientes, los cómplices activos y los propios manipuladores. Se utiliza para "dominar el mundo", es decir, controlar la vida política, la actividad económica y el tejido social. Dispone para hacer esto de agentes privilegiados. Ella emplea todos los medios incluso los más despreciables y los más odiosos, para sustituir a los poderes establecidos, visibles, por la autoridad de un poder superior, oculto, desprovisto de toda legitimidad.
Ciertas
teorías conspiracionistas se abstienen de designar explícitamente a los
responsables de la conspiración y se contentan, por ejemplo, de hablar de
"grandes iniciados", de "corrientes gnósticas" o de
"superiores desconocidos". La mayor parte, sin embargo, atribuyen la
responsabilidad de complot a colectividades o categorías de personas
identificables, o que dicen ser de organizaciones o sociedades secretas
existentes realmente y con ambiciones y poderes desmesurados, ya sea postulando
la reunión de tal o cual categoría de personas en asociaciones
"invisibles" que tienen por objeto la puesta en marcha del complot.
Tal es el caso de teorías bien conocidas sobre el "complot masónico"
o también teorías que se apoyan en los "Monita secreta" atribuida a
los jesuitas y sobre los pretendidos "Protocolos de los sabios de
Sion". Estas teorías se combinan frecuentemente entre ellas, como muestra
el tema del "complot judeomasonico", que hace de la masonería una
"invención judía" destinada a los no-judíos: la masonería, sociedad secreta,
pero visible, se encuentra así convertida en una organización invisible
supuestamente controlada. En otros casos, en fin, las teorías siguen el ejemplo
las unas de las otras: los judíos, los jesuitas, los masones, devienen
entonces, no los responsables primeros del complot, sino los útiles
privilegiados de una conspiración más vasta que los utiliza para sus fines.
La mayor
parte de las grandes teorías del complot aparecen con la modernidad,
concomitancia probablemente significativa, aunque podemos ciertamente
identificar las formas anteriores. Estas se multiplican a finales del siglo
XVIII, desde antes de la Revolución Francesa, que les proporciona un nuevo
desarrollo. En Italia, la literatura conspiracionista se remonta, al menos, a
Cagliostro (1743-1795), donde las pretendidas "confesiones",
publicadas por la Iglesia, suscitan una multitud de libros y folletos sobre el
"complot masónico" contra el trono y el altar. En Alemania, Ernst
August von Gochhhausen involucra, desde 1786, los planes de "dominación
mundial" de los masones y los iluminados de Baviera en un escrito titulado
Enthullung des Systems der
Weltburguer-Republik. Del lado francés, el nombre más conocido es el del
abad Augustin de Barruel que publica en Londres en 1797 los dos primeros volúmenes
de sus Memorias para servir a la historia del jacobinismo, en las cuales el
atribuye la Revolución a la acción conjunta de los filósofos de las Luces, de
los francmasones y de los Iluminados de Baviera. En misma fecha, John Robinson,
considerado como el Barruel inglés, retoma la misma tesis en una obra que será
traducida en Francia dos años más tarde.
No tenemos la
intención de presentar aquí un análisis histórico, ni siquiera tipológico de la
literatura conspiracionista. Hay numerosos libros ya consagrados a este género
abundante, cuyo carácter obsesivo y repetitivo muchos han subrayado. Raros son
sin embargo los autores que se interrogan sobre las constantes psicológicas que
testimonian las teorías del complot. O parece que estas teorías reenvían a
actitudes mentales características, que es interesante identificar con el fin
de identificar el camino y la reaparición periódica. Como escribe Raoul
Girardet en su ensayo sobre los mitos políticos, tras sus innombrables
variaciones narrativas, todas las teorías del complot testimonian una
"misma construcción morfológica". Es esta construcción morfológica lo
que trataremos de explorar, al menos en forma de una primera aproximación.
La primera
observación que podemos hacer es que las teorías del complot, incluso aquellas
que no dejan de hablar de fuerzas secretas, de potencias invisibles, de acción
subterranea, etc., proponen ellas mismas un esquema que, lejos de ser opaco, se
funda al contrario bajo el postulado de una extraordinaria "transparencia"
de la acción histórica. De hecho, se reduce a una especie de causalidad mecánica
y lineal. Los acontecimientos son producidos mecánicamente por agentes ocultos,
que manipulan a los hombres como apretando un botón para obtener el efecto
deseado. Este trazo característico resulta a decir verdad la naturaleza misma
de la teoría. La "prueba" del complot reside en su eficacia, y para
que sea eficaz es necesario que los efectos obtenidos sean conformes a las
intenciones iniciales. Paradójicamente, hay en esta concepción una cierta
inspiración racionalista, aunque emana de autores frecuentemente antirracionalistas.
Ella postula una historia racional, caracterizada por acontecimientos que serán
posibles referir a causas únicas y a actos voluntarios determinados. Xavier Rihoit
remarca a propósito de esto que "tejido de paradojas, el conspiracionismo
es el hecho humano que, de una parte, se adhiere a verdades de fe, dogmáticas e
inaccesibles a la razón, pero que, de otra parte, no cesan que querer hacer la
realidad histórica perfectamente transparente y las conductas humanas
imparablemente lógicas".
El carácter
total de la conspiración hace esta "transparencia" todavía más
irreal. Evocando la Revolución de 1789, el abad Barruel escribe "Todo,
incluso en sus formas más espantosas, ha sido previsto, meditado, combinado,
resuelto, sentenciado: todo ha sido el efecto de la más profunda maldad, ya que
todo ha sido preparado, dirigido por hombres que solo eran los hilos de
conspiraciones largo tiempo urdidas en sociedades secretas, y que han sido
capaces de elegir y acelerar los movimientos propicios a los complots". La
palabra importante, aquí, es evidentemente "todo". No solamente los
conspiradores tienen el don de la ubicuidad ("ellos están por todas
partes"), además tienen el poder de controlar la historia a su manera. No
solamente manipulan a los hombres, sino eligen su momento. Ellos "aceleran
los movimientos propicios" cuando la hora esta propicia. Ellos prevén el
desarrollo de los acontecimientos hasta en sus menores detalles. Ni margen de
error ni zona de incertidumbre; todo está previsto, todo responde a un plan.
Todo esta "orquestado".
La teoría
conspiracionista es por consiguiente sobre todo una teoría antagonista, incluso
negacionista del azar y de la suerte. Una expresión típica de este género de
literatura es precisamente la fórmula: "No es por azar si...". No
solo toda ocurrencia simultanea puede ser así reinterpretada en términos de
causalidad, pero también se utilizarán formas patológicas, delirantes, del
pensamiento analógico.
Es así que el
abad Barruel explica la forma triangular de la hoja de la guillotina, no por la
mayor eficacia del borde biselado, sino por la voluntad de los revolucionarios
de dar al "cuchillo republicano" la forma del triángulo masónico. No
es por azar, afirma con el mismo espíritu el dirigente negro antisemita
americano Louis Farrakhan, si los dólares llevan sobre su reverso un águila
coronada de trece estrellas (correspondientes a los 13 Estados aliados en la
guerra de la independencia americana), porque enlazando estas estrellas unas
con otras, obtenemos... ¡la estrella de David! Raoul Giradet, por su parte,
reporta que, en el siglo XIX, "una cierta prensa antisemita denunciara en
las excavaciones del metro parisino una prueba del complot judío dirigida a
planear sobre la capital entera una permanente amenaza de destrucción". La
misma idea reapareció recientemente entre ciertos grupos de extremistas rusos a
propósito del metro de Moscú, cuyo trazado supuestamente reproduce signos cabalísticos.
Constatamos por lo tanto una resurgencia de las temáticas. La negación del azar
permite así acumular "pruebas" mediante hechos anodinos
reinterpretados tanto como "marcas diabólicas", es decir de
"firmas" que para el ojo entendido señala la realidad del complot.
"En este sentido, dice Xavier Rihoit, y esto es otra paradoja, los
conspiracionistas, pese a su tradicionalismo declarado, no hacen más que dar
pruebas de una mentalidad típicamente moderna: piensan que la realidad histórica
es integralmente descifrable y excluyen escuchar cual es la razón: la suerte,
el accidente, la excepción, el azar".
El rechazo
del azar entraña una extraordinaria descontextualización. Si el acontecimiento
no sea considerado imprevisto, pero certifica al contrario de la realidad de un
plan que podemos interpretar como una suerte de contraorden natural, esto es
que el curso de las cosas obliga a una lógica que le es exterior. La
conspiración engendra los acontecimientos, pero no es alcanzado por ninguno de
ellos. Esto explica la historia, pero se sitúa a si mismo fuera de la historia.
El complot se define, por lo tanto, no solo por su ubicuidad, sino por su
transhistoricidad. En el límite, existe en todos los tiempos como en todos los
lugares: la historia manipulada por los conspiradores no es más que la
realización de un proyecto elaborado fuera de ella. Notamos a propósito de esto
que la masonería, en cuanto que se atribuye a si misma origines fabulosos remontándose
a la construcción del templo de Salomón, cuando no a Adán y Eva, a podido
favorecer indirectamente la idea de que el complot, de los cuales seria el
motor que atraviesa los siglos; en Alemania , desde 1778, el dominico Ludwig
Greinemann, de Aix-la-Chapelle , no duda en afirmar que los judíos responsables
de la muerte de Cristo son francmasones, que Herodes y Poncio Pilatos animaban
logias masónicas, y que Judas, antes de entregar a Jesús, se hizo afiliar a una
logia.
Bien
entendido, las teorías del complot tienen sobre todo una función explicativa.
Tiene por objeto dejar claro aquello que, en primer lugar, parece desafiar al
entendimiento. La Revolución Francesa, verdadero terremoto en la historia de
las monarquías europeas, ha sido percibido por numerosos contemporáneos como un
acontecimiento tan formidable como incomprensible. ¿Cómo es posible que el
"orden natural" sea derribado? ¿Cómo tantas cosas pueden ser
desordenadas en tan poco tiempo? Esto no puede ocurrir normalmente, y todavía
menos por azar. Y como las causas visibles no parecen lo suficientemente
convincentes, seguro que hay causas invisibles. A partir de aquí las teorías
del complot pueden aportar su explicación. Lo mismo ocurre en todos los
periodos de inquietud colectiva, angustia, periodos donde precisamente "no
comprendemos que pasa" periodos donde se esparce el pesimismo porque todo
parece en crisis. Es entonces cuando las mismas cuestiones retornan. ¿Porque va
todo mal? ¿Porque todo parece afectado de una irremediable decadencia? ¿Porque
lo negativo parece arrastrar lo que antes era visto como positivo, natural, lo
que estaba dado por sentado? Todo mal debe tener una causa. Las teorías del
complot identifican esta causa.
La tesis del
complot se prueba por la función tranquilizante. Explicando a su manera, todo
aquello que sin ella resta "incomprensible", convierte racional
aquello que es desconcertante, ininteligible, que parece incoherente. Da una
significación a aquello que parece revelar un sin sentido. Finalmente, sobre
todo, ella hace el mundo más simple y lo despoja de sus contradicciones. En otros
términos, ella reconduce la multiplicidad a la unidad: toda la diversidad, toda
la complejidad de las cosas se encuentra aclarada por una idea única,
fundamental. La explicación propuesta se convierte en una suerte de Hilo de
Ariadna que permite salir del laberinto. "Explicación tan convincente,
escribe Raoul Girardet, que se quiere total y de una ejemplar claridad: todos
los hechos, sea lo que sea que levantan, se encuentran reducidos, por una
lógica aparentemente inflexible, a una misma y única causalidad, a la vez
elemental y omnipotente" Así, el orden puede retornar en medio del
desorden. El mismo caos encuentra explicación. Todo se aclara.
No hay duda
de que el éxito de las teorías del complot proviene sobre todo de esta
extraordinaria simplificación que proponen, y es por lo que la modernidad, que
se caracteriza netamente por una complejidad cada vez mayor de los hechos
sociales, constituye para ellas un terreno privilegiado. Cuanto más complejo es
el estado del mundo, más la simplificación radical que aporta la teoría parece
salvadora. Lejos que su carácter "total" suscite un legítimo
escepticismo, es al contrario este carácter lo que explica la amplitud y la
facilidad de su propagación.
Vemos cuáles
son, para sus adeptos, las virtudes de este género de teorías. Explicándolas, éstas
tranquilizan. Pero además permiten también hacer una remarcable economía de
esfuerzos. ¿Para qué entregarse a una multitud de investigaciones históricas, psicológicas,
sociológicas para intentar dilucidar el sentido de los acontecimientos y la
naturaleza de lo social, cuando la teoría del complot permite remitirse a una
causa única? Lo mismo que la conspiración "explica" todo, a la
inversa todo "prueba" la conspiración: la multiplicidad de los
efectos es la marca misma de la unicidad de la conspiración. A primera vista,
todo parece complicado, pero una vez identificada la causa, todo deviene
prodigiosamente simple; no hay que buscar más lejos. Subsidiariamente la teoría
también es igualmente generadora de buena conciencia: si las cosas van mal, no
son los actores sociales los responsables, lo son las "fuerzas
ocultas". Entramos en la lógica clásica del chivo expiatorio. (Continuará...)