Los poderes
mediático-ideológicos se ponen en marcha. Nos explican que la clave del “gran
debate” no es la fiscalidad equitativa ni la justicia social, sino el
medioambiente. Dan protagonismo al tema de la ecología multiplicando los
reportajes sobre la cuestión y valorizando todas las iniciativas de la juventud
en el planeta. Esta temática se impone poco a poco a la manipulada opinión
pública, lo cual es aprovechado por las corrientes izquierdistas vestidas de “verde”,
son los llamados “ecolos”.
El objetivo
es, por supuesto, evacuar del debate, y marginarlo de las elecciones europeas,
el tema de los populistas y los nacionalistas sobre la inmigración. A ellos
compete, entonces, alertar a los electores y reintroducir en el debate el gran
peligro para nuestro modo de vida y supervivencia: la sumersión migratoria.
Esta sumersión está ligada, desde luego, a la demografía mundial.
Resulta
evidente que la sobrepoblación de nuestro planeta contribuye, sin duda, a la
contaminación final. Incluso los “bobos”
(burgueses-bohemios) se han dado cuenta. El problema es que quieren aplicar una
especie de “aborto ecológico” a determinados países para que, desde ya, no
tengan más hijos.
Una
focalización sobre el mundo occidental
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Esto no es
nuevo. Es la misma razón por la que, cuando China se consideró incapaz de
alimentar a los entonces casi mil millones de habitantes, Mao Tse-Tung instituyó la política
del “hijo único”. El comunismo abandonado en favor de un capitalismo
desenfrenado a la asiática cambió esta política, y la natalidad del “único hijo”
volvió a compartir el trono con familias más numerosas, incluso si los hijos
son siempre mal bienvenidos. Para “reducir el número de habitantes sobre la
tierra”, el diputado europeo de Los Verdes, Yves Cochet, prototipo de “jemer
rojo”, declaraba que nosotros, los europeos, “debemos hacer menos hijos”
porque, de lo contrario, el «balance-carbono” resultaría demasiado elevado,
defendiendo reinvertir nuestra política de incitación a la natalidad,
invirtiendo también la lógica de las ayudas a las familias: “cuantos más hijos,
menos ayudas, hasta que desaparezcan totalmente a partir del tercer nacimiento”,
amenazaba el profeta rojiverde, precisando finalmente que, por descontado, este
bello proyecto sólo debía aplicarse a los “países ricos”, culpables y
responsables, y extrayendo un mensaje urgente: “¡limitar nuestros nacimientos
para acoger a más migrantes!”
Veganismo y
esterilización voluntaria
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La misma
obsesión de acabar con la natalidad en el mundo occidental, haciendo imposible,
aborto mediante, toda renovación de las generaciones, encontramos también en
las nuevas militantes del “cero hijos”, convertido en una moda igual que el
veganismo.
En los
Estados Unidos se les llama Ginks, por
Green Inclinations No Kids. Las
feministas consideran, con frecuencia, que la sobrepoblación tiene efectos
devastadores sobre el calentamiento climático y han decidido no procrear más
para salvar al planeta. Para las Ginks, rechazar hacer más hijos es un gesto
militante. Ello implica su compromiso climático, evitando contribuir a la
explosión demográfica, participando menos en el agotamiento de los recursos
naturales… Algunas militantes llegan incluso a sostener que la única salida
posible es la esterilización definitiva, para las mujeres, y la vasectomía para
los hombres. Lisa Hymas, la fundadora de Ginks,
afirma que “la maternidad debería ser más reflexiva. Se trata de una elección
que va más allá de una necesidad personal egoísta y debe tener en cuenta el
interés de todo el planeta”. Esta doctrina ha encontrado ya cierto eco en
personas sensibilizadas con la ecología. «Es un camino que lleva tiempo. Hace
años, yo deseaba tener hijos, cuatro o cinco incluso. Pero, después, me dije
que no era razonable dar la vida en esta sociedad”, declara Marjorie Zerbib.
Muchas personalidades liberal-libertarias han respondido a este llamamiento,
obsesionadas por las amenazas que pesan sobre el medioambiente, y han decidido
que es su responsabilidad no agravar la situación: no contribuir al aumento de
la población mundial negándose a dar la vida.
Como el
veganismo, este movimiento se extiende y se convierte en esnobismo… y en una
excusa para vivir egoístamente. Pero, como siempre, todo ello afecta
particularmente al mundo occidental, de por sí ya muy “malthusiano”. ¿Renunciar
a tener hijos? Lamentablemente, una parte de la población, aunque no esté de
acuerdo con esta filosofía de la vida, como no pueden alimentar adecuadamente a
sus hijos ni darles los medios para acceder a una existencia decente… ya han
comenzado. ■ Fuente: Polémia