Vox no es más que un contenedor de la "derechita enfurruñada". Un partido que aspirase a algo más que ser un contenedor de la "derechita enfurruñada", debería lanzarse sin tapujos a la conquista de un electorado transversal. Y ese electorado son los trabajadores en precario y las clases medias depauperadas y cosidas a impuestos, mientras izquierdas y derechas se dedican a exaltar las "políticas de la diversidad" que tanto gustan a los pijos y a las pijas de izquierdas y derechas.
Sus trolls
tuiteros habían anunciado a bombo y platillo que Vox provocaría un terremoto de
magnitudes históricas. Lo cual prueba dos extremos: que los trolls tuiteros
viven en una burbuja de fanatismo, sin contacto alguno con la realidad; y que
Vox, hoy por hoy, no es más que un contenedor de la «derechita enfurruñada»,
tal como afirmábamos en esta misma tribuna hace meses. «Un partido que aspirase
a algo más que ser un contenedor de la «derechita enfurruñada» ‒escribíamos
entonces‒debería lanzarse sin tapujos a la conquista de un electorado
transversal. Y ese electorado son los trabajadores en precario y las clases
medias depauperadas y cosidas a impuestos, mientras izquierdas y derechas se
dedican a exaltar las «políticas de la diversidad» que tanto gustan a los pijos
y a las pijas de izquierdas y derechas. Un partido así lanzaría una ofensiva
sin ambages contra la escabechina del neocapitalismo globalizador, devolviendo
a los españoles la dignidad laboral (y antropológica) y el sentido de
pertenencia a una comunidad política solidaria. Tal vez un partido que se
atreviese a lanzar esta ofensiva no acabase de gustar a la «derechita
enfurruñada», pero ganaría para su causa a todos los humillados y ofendidos.
Pero Vox
prefirió quedarse en el halago fácil al votante pepero cabreado, en lugar de
lanzarse a la conquista de un electorado nuevo y transversal. O, simplemente,
no tenía mimbres para intentar otra cosa; pues en sus mensajes, a la postre,
asomaban la patita la morrallona neocón, las consabidas consignas
ultraliberales, todo ello aderezado con mucho postureo patriotero y mucho
bocachanclismo e incorrección política. Sin embargo, culpar a Vox del descalabro
sideral de los peperos sería excesivo. Desde luego, su concurrencia ha
contribuido a atomizar el voto derechista; pero lo cierto es que, sin la
concurrencia de Vox, el descalabro pepero no se hubiese evitado. Y tal
descalabro se ha producido porque el frente de la derecha se halla un hombre
catastrófico, hiperventilado, charlatanesco, aspaventero y, a la postre, inane,
llamado Pablo Casado, que ha estado zascandileando por doquier y de manera
insomne desde que fuera elegido como líder de su partido, improvisando siempre
las declaraciones más desafortunadas, eligiendo siempre a las personas
equivocadas (algunas inanes, incluida su predilección por el desecho de tienta
de las tertulietas políticas; otras, por el contrario, de un jacobinismo
chulesco y crispante), acogiéndose siempre a los padrinazgos más tóxicos y
pestilentes (con la momia de Aznar al frente) y relegando a personas valiosas
de su partido al ostracismo. Casado no entendió que el Partido Popular sólo
podría recuperar la hegemonía de la derecha enarbolando unos principios
nítidos, servidos con moderación bienhumorada y constructiva (tal vez porque
Casado anda falto de principios y sobrado de aspavientos). En su lugar, se
dedicó a competir en jacobinismo pichabrava con Ciudadanos y en bocachanclismo
con Vox, territorios ambos que ya tenían todo el pescado vendido. Así se ha
convertido en el líder de la «derechita catastrófica».
Al
progresismo rampante no se le combate con ninguna de estas soluciones
equivocadas, sino volviendo a las fuentes del pensamiento político tradicional,
que tiene por norte el bien común; que protege a las familias de la intromisión
gubernativa; que condena las lacras del capitalismo global; que se rebela
contra la desmembración de la patria, fundiendo en un abrazo amoroso a los
pueblos que la integran. Sólo la tradición puede combatir el progresismo
rampante. El liberalismo, en sus expresiones moderaditas o desmelenadas,
cobardes o enfurruñadas, sólo sirve para consolidarlo. ABC