Se nos
intimida para creer en el neoliberalismo y en la “feliz mundialización”. Todo
indica, sin embargo, que ha fracasado: los que sufren gritan en la calle y cada
vez son más numerosos.
Como única respuesta, se les pide con lo hagan con una
sonrisa. Vivimos una deriva general de la política, de la que el escritor
Mathieu Baumier ha encontrado la clave en su libro Viaje al fondo de las ruinas liberal-libertarias.
La democracia no es más que la imagen
de sí misma
En primer
lugar, dice algo que ya sabemos, pero que se expresa cada vez más claramente: «La
ideología liberal-libertaria es, con toda evidencia, la ideología de nuestro
tiempo, la que estructura nuestra sociedad, Para Jean-Claude Michéa, es el
encuentro entre el pensamiento económico liberal y lo que conocemos como
pensamiento libertario, por referencia al primado del deseo individual que se
impone (…) Esta primacía del individuo es el punto común entre el
social-liberalismo, que encontramos habitualmente en la izquierda, y el
liberalismo-social, que lo encontramos generalmente en la derecha. Estas son
las dos caras de una misma ideología». La crisis de la revuelta de los
“chalecos amarillos”, consecutiva a la desaparición fáctica izquierda/derecha
por parte de Emmanuel Macron durante las elecciones presidenciales francesas,
pone finalmente de manifiesto la auténtica y principal amenaza interna de
nuestra sociedad. lo que generalmente llamamos la derecha. Así, como dice
Matthieu Baumier: “los últimos años no han supuesto la victoria de una nueva
forma de hacer política, sino la búsqueda del mismo poder ideológico
liberal-libertario por otros medios”.
A la
siguiente pregunta, si “esta ideología ha distorsionado paradójicamente el
ideal de libertad hasta el punto de presentar una deriva totalitaria”, Matthieu
Baumier responde: «Una minoría de individuos, a escala planetaria trabaja para
instituir este modo de funcionamiento (...) apoyándose en la industria de la
felicidad, en la "happycracia"».
Y es este concepto de "happycracia"
lo que es interesante. Baumier precisa a continuación su pensamiento, mostrando
«cómo se nos impone una imagen virtual del mundo que pretende ser realidad», el
papel que la tecnociencia (¡y de la prensa”) en este proceso y lo que sucede
entonces: la “desrealización de la realidad cotidiana”, añade el autor.
«Estamos en un momento postdemocrático que guarda las apariencias de la
democracia representativa y liberal, pero donde la democracia no es más que la
imagen de sí misma». Vivimos en una imagen de un mundo que creemos que sigue
siendo el mundo real. Hemos salido de la realidad, en beneficio de una realidad
imaginaria y entretenida.
La “happycracia” de los malhechores y de los gentiles
Más que el
“debate-espectáculo”, es precisamente esta deriva, en tanto que es sorda,
permanente, cotidiana, que nos hace “salir de la realidad”, sin siquiera darnos
cuenta, en beneficio de otra realidad imaginada y más divertida, lo que todavía
es más grave, porque es el signo de un miedo al riesgo y al conflicto, derivado
de nuestra inmadurez, que es también la propia de nuestra sociedad posmoderna.
Sabemos que
las relaciones entre los pueblos y las naciones siempre se han basado en
relaciones de fuerza, donde el débil es irremediablemente aplastado, y sin
embargo nos dejamos atrapar por la ideología de la “feliz globalización”, con
sus malhechores, por un lado, y sus bienhechores, por otro. Cuando algunos
dicen que es importante hacerse respetar por los demás, que hay que estar
preparados, que debemos mostrar nuestra fuerza para no dejar que los agresores
tomen confianza, entonces nos dicen que eso es “fascismo” y que debemos decir a
nuestros enemigos: “No nos odiéis” (pero ellos seguirán odiándonos…). Vemos
todos los días, en algunos suburbios europeos, en Oriente Próximo y en África,
los estragos que produce el islam político, y, sin embargo, seguimos creyendo,
cuando se nos presenta con algo de convicción, que el islam es una “religión de
paz y amor”.
La horda de los sacrificados
Mientras que
nuestro orden público se basa en los principios del estado civil, de la
administración y de las fronteras, tenemos en nuestro suelo a miles y miles de
personas que han entrado ilegalmente y no están inscritas en el sistema civil.
Estas personas han sido entregadas sin escrúpulos, a menudo por sus propias
familias, con el apoyo tácito de sus gobiernos, a viles contrabandistas y
mafiosos, que las dejan morir de sed en los desiertos o ahogados en los mares,
antes de ser explotados en los países de acogida por las mafias empresariales
sin escrúpulos. Cuando algunos dicen que hay que detener este horror, cueste lo
que cueste, entonces se les dice que eso es “racismo”, y seguimos dejando que
suceda.
Seguimos
creyendo en el liberalismo, mientras que aquellos que son sus víctimas gritan y
se indignan ante nuestros impávidos ojos.
Un debate con trampa
¿Realmente
pensamos que 67 millones de franceses, 60 millones de italianos o 47 millones
de españoles, pueden ponerse a debatir, en sus barrios, en sus ciudades, en sus
regiones, las propuestas que pueden sacarles del atolladero, como si fuera un
milagro, mientras que los gobiernos nos dicen que “no debemos cambiar el rumbo?
¿Realmente pensamos que la puesta en marcha de esas ideas, si es que existen,
se haría de forma imparcial? ¿Cómo podemos decir, al mismo tiempo, que ya no
creemos en nada de lo que viene de la política, por su doblez (ni en los medios
que los acompañan en este oprobio), y pensar que saldrá algo válido de un
debate nacional mediatizado y desviado de sus fines desde el principio?
El problema
es nuestra profunda inmadurez, nuestra preferencia por “una realidad imaginaria
y divertida”, que nos hace, sobre todo, no querer ver y no querer saber. Como
nuestros jóvenes, que se refugian en los paraísos artificiales de la droga o
del mundo digital, de donde viene su incapacidad para afrontar el mundo real,
la “happycracia”, entonces, nos sirve
de “alucinación” o de “ficción”. ¡Pero no os preocupéis, mañana todo será
posible! Es el gran debate-espectáculo, el que interesa a nuestros gobiernos.
Debatir y debatir, para que los problemas continúen. Mientras tanto, el mundo
real: nuestros conciudadanos, que trabajan, que sobreviven a duras penas, que
malviven en algunos casos, ante la falta de respuestas, ya no quieren debates,
y van a sublevarse. Esta es la única realidad posible. ¿Cuándo saldremos, por
fin, del sueño? ■ Fuente: Causeur