Tanto en la
prensa como en los medios audiovisuales, los polemistas del movimiento
soberanista e identitario se imponen contra la dictadura de la “biempensacia”.
¿Reequilibrio ideológico o nueva hegemonía cultural? El autor se alarma del
éxito intelectual y mediático que, en Francia, está teniendo la tendencia “neoderechista”
y nacional-populista. Que un artículo de esta factura se publique en el
izquierdista Le Monde indica que el
pánico está cundiendo entre sus filas.
Más que una
pequeña sinfonía se trata de una auténtica ofensiva ideológica. Francia parece
tomada por el auge del nacional-populismo mediático. No pasa un trimestre sin
que alguna editorial publique una obra contra la “dictadura de la biempensancia”
progresista. No pasa un mes sin que algún polemista fustigue el “derechohumanismo”
de las élites. No pasa una semana sin que algún semanario ataque la “tiranía
del arrepentimiento”, a los “tontos útiles” del comunitarismo y del
islamo-izquierdismo. No hay una emisión de debate sin que sea denunciada la
empresa de lo “políticamente correcto” o las derivas del “feminismo victimista”.
No pasa un día sin que las “cadenas de información alternativa” impongan sus
problemáticas.
El
nacional-populismo tiene sus partidarios, su credo, sus héroes, sus redes, sus
autores y sus aficionados. Pero, intelectualmente, esta corriente ha salido del
gueto. Y, mediáticamente, se siente llevado en volandas y se extiende por las
ondas y las pantallas, y no solo en las de extrema-derecha. Este pensamiento de
la “nueva derecha”, en las revistas L´Incorrect,
mensual próximo a Marion Maréchal, o Causeur,
tocan el tono nacional-soberanista. Pero, con notables variantes, esta galaxia “se
despliega también en Valeurs Actuelles,
semanario liberal-conservador considerablemente derechizado, e incluso en
algunas páginas de Le Point y Le Figaro. Su influencia también gana
terreno en otros diarios, históricamente anclados en el centro o en la izquierda,
como Marianne y otros varios, donde
algunos editorialistas invitan a “levantar los tabúes” —de la inmigración,
frecuentemente— y a liberarse del “izquierdismo cultural”.
No se trata
solo de una tendencia, de una corriente, de una movida, sino de un “hecho
cultural” total, analiza Pierre Ronsanvallon, “Este populismo intelectual y
mediático no tiene un órgano oficial ni está directamente asociado a un
proyecto político, pero se difunde ampliamente en todo el espacio público”,
prosigue el historiador, que ha publicado el libro titulado El siglo del populismo. “Está en el
mismo corazón del campo político y mediático que el catecismo neorreaccionario
prospera”, se alarma el historiador Daniel Lindenberg, autor del folleto Llamada al orden. «No es nuestro campo,
sino la realidad la que se ha convertido en reaccionaria”, señala Elisabeth
Lévy, directora de redacción de la revista Causeur.
Tras “los años de negación, por parte de la izquierda intelectual, de la
islamización de las ciudades y la cuestión identitaria, se ha vuelto imposible
decir que ya no se ve lo que se ve, de ahí el reequilibrio de las relaciones de
fuerza ideológicas a las que asistimos, prosigue la periodista —que se define
como “nacional-liberal”. Así, insiste, “el colapso de la izquierda no viene de
la victoria de los reaccionarios, sino del hecho de que ya no tiene nada que
decir sobre los que está pasando”.
Pero ¿cómo
llamar a esta movida donde los editorialistas de derecha y los ensayistas
clasificados a la izquierda comulgan en el rechazo del “inmigracionismo” y, a
veces también, en la confusión entre islam e islamismo, incluso con el
terrorismo? Forjada por el filósofo Pierre-André Taguieff, la noción de “nuevo
nacional-populismo” designa “la forma adoptada por la demagogia en las sociedades
contemporáneas” cuando la “dimensión nacionalista” se revela “central”. Es “una
denominación posible” del fenómeno, asegura Clément Viktorovitch, profesor de retórica
en Sciences Po. Para este, se trata
de un “populismo identitario” desde lo alto, el de una parte de las élites
mediáticas. “No les dejemos apropiarse de la nación ni del pueblo
calificándoles de nacional-populistas”, reclama Jean-François Kahn. No, esta
galaxia heteróclita está compuesta de izquierdistas derechizados, de
reaccionarios, de maurrasianos, pero también, hay que decirlo de auténticos
neofascistas que articulan el autoritarismo de derechas, xenófobia y
antiliberalismo de izquierdas».
La batalla
por la hegemonía cultural de la extrema-derecha está, hoy en día, claramente
fijada y visualizada. Redactor-jefe de la revista Éléments, gerente de La
Nouvelle Librairie y ensayista que glorifica el “neofascismo” del
movimiento italiano CasaPound, François
Bousquet asegura: “Es el espacio público el que nos hace falta ocupar” [¡Coraje! Manual de guerrilla cultural, su
última obra, cuya versión española publicará próximamente la editorial Eas]. En
la estela del “gramscismo de derecha”, teorizado en 1981 por Alain de Benoist,
se trata, a la manera del filósofo comunista italiano Antonio Gramsci, de
conquistar “la hegemonía cultural”, a saber, “la facultad de transformar la
ideología de un grupo social en sentido común, en creencias espontáneamente
aceptadas”, indica Bousquet.
Hoy, el poder
se toma por la sociedad civil, las redes sociales, los medios y la cultura
popular. La ambición es imitar el militantismo de las minorías —postcoloniales,
interseccionales y LGTBI— alimentadas por la French Theory —nombre de ese pensamiento francés que, de Foucault a
Derrida, se impuso en los campus americanos—, a fin de servir a la causa
identitaria. Sin olvidar la referencia al “ejército de trolls de Donald Trump”. Porque, sobre el modelo de la “revolución
conservadora americana” que permitió a Ronald Reagan tomar el poder en los años
1980 y el de la “nueva derecha” estadounidense que, a golpes de “propaganda
reaccionaria” radiofónica, televisiva e internética, preparó la victoria de
Trump, “el nuevo extremismo de derecha busca, mediante esta guerrilla cultural
y mediática incesante, favorecer la llegada al poder, en Francia por ejemplo,
de Marine Le Pen o de Marion Maréchal”, indica el historiador Antoine Lilti,
autor de La herencia de la Ilustración.
Ambivalencias de la modernidad.
¡La extrema-derecha es chic!
La revista Éléments —subtitulada “Por la
civilización europea”— se ha convertido en uno de los epicentros de los nuevos
enfoques intelectuales, donde ensayistas y politólogos, de derecha y de
izquierda, son entrevistados, entre un artículo sobre el “romanticismo fascista”,
un dossier sobre la “paleogenética de los indoeuropeos” y un ataque contra “el
partido de los medios”. ¡La extrema-derecha se ha convertido en lo más chic!, ironiza Jean Jacob. Este
politólogo subraya esta tendencia tanto entre las jóvenes generaciones (Eugénie
Bastié, Alexandre Devecchio, Natacha Polony, etc.) como en el seno de las más
viejas, “aparentemente tetanizadas por las reformas societales llevadas a cabo
por la izquierda, pero a las que no les repele conversar con la nueva derecha”.
De hecho, se
puede leer en Éléments al filósofo
Marcel Gauchet considerando que “la inmigración es uno de esos temas tabú sobre
el hace falta reflexionar”; al historiador Jacques Julliard asegurar que “el
debate sobre el lugar de los inmigrantes en la sociedad actual ha sido
completamente escamoteado”; al geógrafo Christophe Guilluy explicara que “la
demonización del Frente Nacional es un revelador de clase social”; al
politólogo Jérôme Sainte-Marie considerar que Mélenchon «hace imposible
cualquier estrategia populista mayoritaria”, en tanto que la cuestión
migratoria es “negada” por los Insumisos; o incluso al politólogo Jérôme
Fourquet revelar “la permanente demagogia promigrantes” de Benoît Hamon. «No
tengo mala conciencia por contribuir a Éléments,
aseguraba Jacques Julliard, no solo porque Alain de Benoist es un hombre
cultivado, sino también porque siempre he luchado contra los que me decían: “haciendo
eso, les haces el juego…”. Muchos intelectuales de renombre son solicitados por
esta revista de muy buena factura”.
Una especie de odio al Sistema
Igual que el
filósofo Michel Onfray, que encadena portadas de la revista Éléments, pero también en Le Point o en Valeurs Actuelles. “Es imposible reducir esta galaxia a la
extrema-derecha, señala el sociólogo Luc Boltanski, en tanto que hay
convergencias entre sensibilidades procedentes de la derecha dura, pero también
sensibilidades procedentes mayoritariamente de corrientes que se reclaman de la
izquierda, incluso de la extrema-izquierda”. ¿Punto de encuentro o de
convergencia? “Una especie de odio al Sistema”, una palabra que trae malos
recuerdos. Una migración intelectual que afecta igualmente a la antigua familia
de la izquierda moderada. “Frente a la deserción de la izquierda sobre la
cuestión del islamismo, del comunitarismo y del antisemitismo, se constituye,
en efecto, un tercer partido intelectual donde encontramos a Jean-Pierre Le
Goff, Alain Finkielkraut o Pascal Bruckner, autores que no se reconocen en la
derecha, pero que escriben en las publicaciones de la derecha”, explica Jacques
Julliard, editorialista en la revista Marianne
y cronista en Le Figaro.
Retórica del antitotalitarismo
Por supuesto,
la voluntad de Emmanuel Macron de reducir la oposición al “partido de la
reacción”, es manifiesta. Igual que la estrategia de resumir el enfrentamiento
político al que tendría lugar entre progresistas y populistas, Macron vs. Le
Pen, es evidente. Pero, como dice el historiador Patrick Boucheron, “designar a
tu adversario equivale a elegir a tu sucesor”.
Sin contar
con que “cree poner un dique mientras lanza un puente”. Así se explica la
entrevista concedida por el presidente francés a la revista Valeurs Actuelles, semanario conocido
por sus portadas sobre los “Naturalizados, la invasión que nos ocultan”, “El
nuevo terror feminista” o “El millonario que conspira contra Francia”, un
dossier sobre George Soros.
El
nacional-populismo mediático reutiliza así la retórica del antitotalitarismo.
Todo es calificado de totalitario: el feminismo, la ecología o los movimientos
prominorías migrantes. La forma de descalificar a la joven militante ecologista
sueca Greta Thunberg es, al respecto, muy ilustrativa. No solo es criticada por
sus ideas, sino que es reenviada a un supuesto totalitarismo: su “ideología” es
“de esencia totalitaria”, declaraba Ivan Rioufol, cronista de Le Figaro, mientras que el director de
redacción del diario, Alexis Brézet, considera que “ya conocimos, en la época
de Mao, a los guardias rojos que denunciaban a sus familias; hoy tenemos una
generación de guardias verdes”.
¿Odio a la democracia?
El uso de la
gramática antitotalitaria es un clásico en la materia, especialmente analizada
por el filósofo Jacques Rancière. Tras la caída del Muro de Berlín, en 1989,
una parte de la intelligentsia dirigió
sus críticas hacia la Unión soviética con formas tomadas del individualismo
democrático, perceptible desde los años 1990, durante la disputa escolar que
opuso a los “pedagogos” con los “republicanos”, en el curso de la cual los
institutos universitarios de formación de maestros fueron calificados de “gulags
del conocimiento”. Los efectos de la democratización escolar, de la igualdad de
condiciones y de la aparición de signos religiosos en las poblaciones derivadas
de la inmigración, han sido, según Jacques Rancière, los reveladores de un
auténtico “odio a la democracia”. De ahí el recurso a una expresión que
recuerda, al mismo tiempo, al anticomunismo o al propio comunismo: la crítica
de los “tontos útiles” del islamismo reenvía a la de los “tontos útiles” del
comunismo, que designaba a los “compañeros de viaje” del Partido comunista
francés, mientras que la denuncia de los bobos
(burgueses-bohemios) multiculturalistas se hace eco de la de los “pequeño-burgueses”
vilipendiados por la vulgata marxista.
A la “retórica
de la inversión”, señalada por el historiador Gérard Noiriel (“las minorías son
mayoritarias”), a la “resistencia” y la “disidencia” (frente a la “nueva
inquisición” de los “Torquemadas” de lo “políticamente correcto”), se añade una
“argumentación mediante el ejemplo”, explica Clément Viktorovitch: «Se
esencializa el comportamiento de una población a partir de un hecho concreto”.
En esta retórica, son menos importantes las víctimas (de violación o de
discriminación) a proteger, que la “ideología victimista” que conviene
denunciar. Todo, para esta movida, es censura (“no se puede decir nada”) y
coerción (“no se puede hacer nada”).
La máquina de linchamiento funciona a
pleno rendimiento
Sin embargo, Eric
Zemmour y Alain Finkielkraut continúan expresándose libremente. El primero, en Le Figaro sobre todo, el segundo, en Causeur. Sin contar con que “la
izquierda es casi inexistente políticamente”, reconoce la polemista Lévy. “Pero
la máquina de linchamiento funciona a pleno rendimiento, en particular sobre las
cuestiones ligadas a la violencia sexual, prosigue. Una acusación de acoso o
una sospecha de pedofilia pueden valer la muerte social sin la menor prueba.
Así que sí, es una forma de terror, incluso sin haber gulag”.
Añadamos a
estos procedimientos retóricos una forma de ceguera ideológica. Así, en el affaire Matzneff, la periodista de Le Figaro, Eugénie Bastié, ha atribuido
la “descriminalización” de la pedofilia al izquierdismo cultural de los años
1960-70 que, de Sartre a Cohn-Bendit, habría cubierto crímenes inmorales,
olvidando señalar que la derecha literaria, especialmente encarnada por Jean
d’Ormesson, escritor al que no puede calificarse de “sesentayochista”, elogiaba,
como tantos otros, a Gabriel Matzneff, ese “aficionado a las bellezas” que para
él eran “las menores de 15 años”. El nacional-conservadurismo mediático es un
pensamiento tuerto. Una ideología que, como decía Hannah Arendt, consiste en
someter la realidad a la lógica de una idea. Y en ver el mundo en blanco y
negro, como una frontera que separa a los buenos de los malhechores. Porque se
puede criticar perfectamente el discurso sobre la “invasión migratoria”
rechazando las derivas del comunitarismo, igual que puede defenderse la
presunción de inocencia denunciando los estragos del sexismo.
La influencia
del nacional-populismo mediático no es una fatalidad. No afecta al conjunto de
la prensa ni, de lejos, a todas las cadenas de televisión. Frente al
conformismo ideológico de derechas, otros medios se crean. Pero como decía el
filósofo alemán Theodor Adorno, que en El nuevo extremismo de derecha (una
conferencia de 1967), recordaba que nuestras sociedades no están inmunizadas
contra la regresión identitaria, “hay que observar con una vigilancia
particular los síntomas de la reacción cultural”. Porque, si de momento, se
refugia especialmente en la esfera mediática y audiovisual, podría, sin
embargo, un día, convertirse en el programa político de un poder muy real. ■ Fuente: Le Monde