El
libro Historia de la islamización
francesa, 1979-2019 tiene la inmensa virtud de contar la historia de una
conquista y de una sumisión.
He aquí un libro al que acompaña cierto misterio.
¿Quién se esconde detrás de esta obra anónima que lleva en su título la
expresión “islamización francesa”? El
libro nos recuerda a los samizdat,
copias de libros prohibidos y distribuidos de forma clandestina para evitar la
censura soviética.
La
obra tiene, por el momento, poco eco, como si su contenido fuera hasta tal
punto explosivo que el partido mediático prefiriera abstenerse de comentarlo.
Una cuestión es cierta: el anonimato permite escribir sin multiplicar las
prevenciones habituales que acompañan a este tema. El autor acumula las citas
picantes: el libro está particularmente bien documentado. Se adivina que los
propagandistas del partido multiculturalista, si tuvieran que decir algo, se
contentarían de acusarlo ritualmente de islamofobia. ¿Saben hacer otra cosa?
La
obra cuenta, en un periodo de cuarenta años, la influencia creciente de un
islam cada vez más conquistador, que se implanta en Francia a través de una
inmigración que cambia en profundidad la composición de la población, incluso
si algunos “expertos” de la escuela de Lysenko niegan lo que nos invitan a
celebrar a la vez. Cada año sirve al autor, de hecho, de punto de partida para
analizar una temática. Ahí encontramos todo.
Se
ve la izquierda laica capitular ante la izquierda progre mientras que la
acusación de racismo se impone en el debate público desde el comienzo de los
años 1980. El objetivo es demonizar e incluso criminalizar cualquier
resistencia a la conversión multiculturalista de Francia. Se ve a la clase
político-mediática ceder en el terreno de la libertad de expresión, anunciando
en cierta forma lo sucedido a Robert Redeker, ese profesor de filosofía que se
convirtió en culpable de blasfemia desde el punto de vista del islam y que vive,
desde entonces, escondido y bajo protección policial. Denunciar la violencia
del islamismo era más grave que la violencia islámica en sí misma. Se había
instalado un clima de autocensura.
A
lo largo del texto encontramos controversias ya conocidas que conviene, no
obstante, repasar. El autor se convierte en algunos momentos en excelente
sociólogo cuando constata que la multiplicación de leyes para obligar al islam
a plegarse a las costumbres francesas se convierte menos en una voluntad
política por fin reafirmada que de un debilitamiento del cuerpo social. Este
último, tradicionalmente, conseguía asimilar a los extranjeros incorporándolos
a la nación. Claramente, ahora no es el caso, teniendo en cuenta que las
numerosas políticas “antidiscriminatorias”, nacionales y europeas, obstaculizan
la presión natural hacia la asimilación. Así, hoy es indispensable dictar leyes
contra el burka en la calle y contra el
hijab en la escuela. Lo que no es
normal es que eso se haya convertido en necesario.
Una
constatación añadida: Si se quería saber, se podía desde el comienzo. Algunos
lo vieron y quisieron hablar. Por ello, fueron demonizados e incluso tildados
de “ultraderechistas”, expulsados del perímetro de la legitimidad democrática.
No había que denunciar el islamismo demasiado pronto, ni preocuparse por la
inmigración masiva cuando todavía parecía controlable.
¿Cómo
no pensar en la historia del comunismo? Mientras la crítica viniera de la
derecha, era ilegítima porque, se decía, estaba inspirada por malas razones.
Cuando cambió a proceder de la izquierda, se convirtió en legítima. Es así como
los “nuevos filósofos” han pasado a la historia por haber dicho sencillamente,
con un buen posicionamiento en el sistema mediático, que dos más dos son
cuatro.
Hoy
en día encontramos algunos periodistas de Le
Monde que, con valentía, nos enseñan que algunos suburbios se islamizan y
que ciertas partes del territorio francés están objetivamente en situación de
ruptura etnocultural. Nos piden que les aplaudamos por su audacia, mientras que
ayer demonizaban a sus colegas que decían lo mismo sin buscar cómo ofrecer
argumentos a la corrección política. Se habla púdicamente, entonces, de
territorios perdidos de la República. Habría formas de decirlo con más crudeza.
En algunas partes del territorio francés está tomando forma una contrasociedad
formateada por el islamismo.
Este
libro tiene la inmensa virtud de contar la historia de una conquista y de una
sumisión. Si esta última palabra no fuera ya el título de un libro, se habría
ajustado bien a este volumen. El autor, habiendo escogido el anonimato, evita
quizás la estigmatización en su entorno, o peor. Nos revela hasta qué punto
algunas personas que están en el corazón del régimen de la diversidad son
“sensibles” y están sometidas a una cierta forma de censura más o menos
asumida. ¿Pudiera ser que, cuando llega el tiempo de hablar francamente de
inmigración o de islamización, estemos de vuelta en el tiempo de los escritos samizdats? ■ Fuente: Le Figaro