Europa no
posee más que dos fronteras especialmente estables por naturaleza: el Atlántico
y el Mediterráneo. Al este, todo el espacio está abierto. La Moscovia se
construyó contra las oleadas tártaras y siempre se representa como una
fortaleza erigida en el corazón de un océano de llanuras inmensas y sin
límites.
Mientras que
otros espacios tienen un exiguo territorio, la gran Europa dispone de un
espacio económico, cultural y geográfico muy satisfactorio, que va desde el
Atlántico hasta el Pacífico y desde los bosques nórdicos hasta el Cáucaso. Este
diversificado espacio permite expresarse al imaginario, encontrar una forma de
universalidad, realizar economías de escala y poder financiar grandes proyectos
tecnológicos. La gran Europa no debe dejar de emprender porque el mercado de
cada nación es demasiado pequeño, porque las inversiones dedicadas son
insuficientes y dispersas, mientras ella dispone intelectualmente de los
medios.
Rusia, por su
parte, es uno de los países mejor dotados en materias primas de todo tipo, y la
más extensa del mundo; su superficie útil se incrementa al mismo tiempo que los
progresos técnicos. Rusia debe ser, entonces, el pulmón de una Europa poblada,
rica en tecnología y capitales, pero anémica, sin perspectiva y cada vez más
dependiente de sus aprovisionamientos esenciales, de ahí la necesidad de una
cooperación entre la parte occidental y la parte oriental.
Rusia y
Siberia ¿son europeas o asiáticas? Tres veces en su historia han sido
atravesadas por conquistadores: por las hordas de los hunos de Atila, por los
ejércitos de Gengis Kan y, después, por el millar de hombres del aventurero
cosaco Yermak. En el mismo siglo, los españoles se disponían a conquistar el
Nuevo Mundo, atravesando los mares, seducidos por el atractivo de la lejanía,
para buscar glorias y aventuras. Yermak, el intrépido cosaco, atravesó los
Urales y emprendió la conquista de Siberia. Siberia es el Far East de los
europeos.
Los rusos
colonizaron Siberia, el Cáucaso y Asia central porque estaban obligados a
hacerlo. Ello corresponde a los imperativos vitales para sobrevivir, a la
obligación geopolítica de encontrar fronteras naturales de las que estaban
desprovistos y que eran indispensables para su protección. No hay que olvidar
que hasta el siglo XVII, Rusia estaba totalmente desprovista de fronteras
naturales al este y al sur, y que el relieve de las estepas permitía a las
hordas nómadas turco-mongolas penetrar en sus territorios y anexionarlos, hasta
que Rusia pudo reaccionar para conquistar su independencia y liberarse después
de dos siglos de sometimiento. He aquí cómo se explica el expansionismo ruso
que, contrariamente al de la Europa occidental, fue defensivo y estructural.
Hoy, el
interés principal de Siberia reside en sus riquezas forestales, de su suelo,
del petróleo y del gas. Siberia proporciona hidroelectricidad y carbón a sus
vecinos. Gracias a Siberia, la federación rusa es el segundo productor mundial
de carbón por detrás de Estados Unidos, y guarda reservas para quinientos años.
También es rica en minerales de todo tipo. Pero el gran desafío de Siberia es
su débil poblamiento: su inmenso territorio sólo está poblado por algo más de
cuarenta millones de rusos, mientras su vecino superpoblado, China, ha
comenzado ya con una colonización rampante de Siberia.
Que desde
siempre la política sea una lucha por el espacio, por adquirir una base, una
plaza, que el espacio constituye el alfa y el omega de toda vida, que la
política, la ciencia, el comercio, no son nada más que la adquisición de ese
espacio, he aquí una verdad que no siempre es reconocida.
Francalemania, alma y cerebro de la
Europa carolingia
Pese a sus
diferentes nacionalidades y a sus distintas afinidades políticas, varios
antiguos primeros ministros franceses y belgas estaban de acuerdo en
salvaguardar a Europa y dar confianza a cada nación, más allá de la
supervivencia demográfica y cultural, hace falta organizar a fondo las
instituciones europeas. Toda arquitectura debe ser reconstruida siguiendo una
geometría variable a partir de la democracia de los pueblos en cada nación.
El primer
nivel, destinado a la cooperación política y económica en el sentido más
amplio, es el de la Unión europea confederal, funcionando según un principio
intergubernamental de unanimidad: abierta a todas las naciones democráticas del
continente europeo, incluyendo a Rusia, en un primer tiempo habría que excluir
a países no europeos como Turquía. El segundo nivel es el de las comunidades
especializadas, permitiendo las cooperaciones reforzadas y admitiendo mayorías
cualificadas: construidas a la carta, en cada dominio, por los Estados que
tenga, al mismo tiempo, aptitud y voluntad, permitirían reforzar la potencia
europea, tanto como la moneda, la investigación, la estrategia industrial, la
diplomacia o la defensa. Según la terminología de Guy Verhofstadt, Europa
comprendería dos círculos concéntricos: un núcleo político, los Estados Unidos
de Europa, fundados sobre la zona euro y, gravitando en torno a él, una
confederación de Estados, una organización de Estados europeos.
Según Laurent
Fabius, Europa debería constituirse en torno a tres círculos. Un primer
círculo, en torno a Francia y Alemania, podría avanzar rápidamente: gobernanza
económica unificada, armonización social y fiscal por lo alto, ejército
europeo. Esto es también posible con los vecinos más próximos: España, Italia,
Bélgica… El resto de la Unión europea actual formaría el segundo círculo para
progresar poco a poco por la vía de la integración política, económica y
social. En fin, un tercer círculo asociaría a la periferia de Europa: Rusia,
Turquía, Magreb… con acuerdos de asociación privilegiados. A diferencia de
Fabius, nosotros dudamos de la capacidad del segundo círculo para progresar y preconizamos
una reaproximación política directa del primer círculo con Moscú.
Según Édouard
Balladur, la Europa de los tres círculos es, ante todo, la Europa de la
realidad, porque una Europa de treinta o cuarenta miembros nunca podrá avanzar
igual respecto a todos sus miembros, como sucede hoy en día, mientras que una
docena de naciones con niveles de vida homogéneos e intereses más próximos,
podría avanzar con gran rapidez.
Europa podría
entonces organizarse, de manera pragmática, en tres círculos. Un círculo de
derecho común, que correspondería con la Unión actual, un espacio de
intercambios y de derecho, donde serían proyectadas políticas comunes, por
ejemplo, en materia de investigación, transporte y educación.
En el seno de
esta Unión de derecho común se establecerían varios círculos de “cooperación
especializada” en los dominios más diversos: fiscalidad, derechos sociales,
defensa, investigación, industria, reuniendo a los Estados que quisieran
avanzar en diversos proyectos. Sería deseable que el país que desease ir más
lejos y más rápido, pudiera hacerlo sin trabas.
Pero si
Europa quiera afirmarse como potencia política, debe igualmente encontrar con
sus vecinos más próximos el medio de cooperar estableciendo asociaciones
privilegiadas. La asociación privilegiada sería un contrato entre la Unión
europea y sus vecinos, tales como Rusia y Turquía, que permitiría tener en
cuenta las especificidades culturales, históricas, políticas, económicas y
sociales.
El mito de
Francia siempre ha sido el de constituirse como única heredera de Carlomagno.
El mito de Alemania siempre ha sido el de la continuidad del Imperio romano,
con el Sacro Imperio romano-germánico. Pero hoy, animadas por el espíritu
europeo, deben reunirse en un equilibrio territorial entre ambas. Una Alemania
que vaya de Nancy a Königsberg no podría ser hegemónica en Europa, de la misma
forma que no lo sería una Francia que vaya hasta el Rin. Sobre una base
igualitaria es posible reconstituir la Europa de Carlomagno. El gran
historiador alemán Leopold Ranke consideraba que, hasta el siglo XIII, los
pueblos de Occidente no formaban más que uno solo.
¿Habrá algún
día un Estado franco-alemán igual que hubo un Imperio austro-húngaro? Francia y
Alemania constituyen una continuidad espacial de 150 millones de habitantes. La
restauración del espacio comunitario franco es una tarea que concierne tanto a
franceses como alemanes. Es la condición previa de toda unidad europea. En el
corazón de Europa, las relaciones franco-alemanas son particularmente significativas,
que desde anteriores estados de guerra se han transformado en algo fuertemente
conjunto para una paz perpetua. Francia y Alemania están ligadas por una
“comunidad de destino”.
Francia y
Alemania han manifestado claramente su voluntad de formar con la pareja
franco-alemana el “centro de gravedad” de la nueva Europa sobre el tablero
internacional. Incluso adoptaron una declaración política que inscribe a los
dos países en el corazón de la construcción europea: «Francia y Alemania están
ligadas por una comunidad de destino. Nuestro futuro común es indisociable del
de una Unión europea profunda y alargada».
Partiendo de
la voluntad de reconciliación bilateral, de la necesidad de solidaridad frente
a la amenaza de otras potencias y de la preocupación por contrabalancear la
influencia angloamericana, la relación franco-alemana se ha convertido en una
fuerza de arrastre en Europa. La densidad de los vínculos no tiene
equivalencias y ha resistido la prueba del tiempo. Los Estados Unidos,
Inglaterra y Jean Monnet hicieron todo lo posible para edulcorar y sabotear el
tratado del Eliseo hasta su ratificación por el Bundestag alemán, mediante la
introducción de un preámbulo insidioso por parte de Norteamérica, la pérfida
Albión de la OTAN. Este tratado había creado contactos cotidianos entre ambas
administraciones y permitido múltiples iniciativas comunes, como la cooperación
transfronteriza, la integración diplomática, la promoción de ambas lenguas en
la educación o la doble nacionalidad. Incluso vio la luz un primer manual de
historia franco-alemana con el objetivo de «liberar la enseñanza de la historia
franco-alemana del corsé de la visión mononacional y proponer un enfoque común
del pasado europeo»: así, Carlomagno, ordinariamente presentado como francés en
Francia (Charlemagne) o alemán en Alemania (Karl der Grosse), ya no sería ni
uno ni otro, sino un franco. El objetivo final es llegar a una auténtica unión,
a un destino maestro entre Francia y Alemania.
Si Europa
desea disponer de un peso político, trascendiendo el discordante concierto de
las tomas de posición nacionales, sólo podrá hacerlo a través de un núcleo de
Estados determinados a conducir una política coherente. Esta idea de un núcleo
duro fue formulada por el famoso plan Schäuble-Lamers. Hoy se ha convertido en
la única idea que puede permitir a Europa salir de su dilema transatlántico.
«Si Europa quiera progresar necesita un acuerdo dinámico entre Alemania y
Francia. Esto no supone una voluntad de hegemonía, es una constatación
mecánica. El eje franco-alemán es la clave de Europa». Sea cual sea su
influencia, Francia no puede imponer sus puntos de vista sin apoyarse en
Alemania y ésta sin el concierto de Francia. Los dos países tienen necesidad el
uno del otro. Para Edouard Husson, «si hay un núcleo europeo, éste lo
constituye la sociedad francesa junto a la sociedad alemana». En contra, los
Estados Unidos juegan con el resentimiento provocado por la pareja
franco-alemana en las otras naciones europeas y tratan siempre de utilizarlo
igual que la Francia del siglo XVII lo hacía respecto a Austria: mantienen y
sostienen a los “pequeños principados” europeos contra su federador potencial.
Según
Christian Saint-Etienne, la federación o confederación de Estados-nación no
puede reunir a más de seis o siete países, en el marco de una República
confederal europea (RCE), constituida fuera del tratado de Roma para escapar al
control de los otros países miembros de la Unión. Estos países, unidos por
valores comunes e intereses estratégicos compartidos, se organizarían sobre un
modo intergubernamental para la mayoría de las decisiones a adoptar, no
reteniendo más que un mínimo de disposiciones federales en los campos en los
que sean necesarios para dotar de eficacia al conjunto. Se trata especialmente
de elementos que no funcionan en un conjunto heterogéneo de muchos países:
inmigración, derecho de asilo, policía de fronteras, defensa, fiscalidad… Pero
estos temas de inquietud en un conjunto heterogéneo se convierten en factores
de cohesión en un pequeño conjunto homogéneo.
La RCE
organizaría entre sus miembros, beneficiándose de un nivel de vida comparable,
una armonización fiscal y social mediante la definición de unos mínimos
fiscales y sociales que no impedirían una concurrencia hacia una gestión más
rigurosa, sin introducir una ultraconcurrencia perversa. La RCE podría
prefigurar unos futuros Estados Unidos de Europa, en los que sólo los Estados
que aceptasen esta evolución podrían ser admitidos en su seno. En otras
palabras, ¡Inglaterra no podría ser aceptada! Francia, Alemania, Italia,
España, Bélgica y Austria, podrían convenir sobre proyectos diplomáticos y de
defensa. Sería la voz de Europa en el mundo y no el artificio de un ministro
europeo de asuntos extranjeros que represente a veintiocho o treinta países,
coportavoz, de hecho, de los Estados Unidos de América. Un informe del European
Council on Foreign Relations reconocía en 2008 que Francia, Alemania, Italia y
España habían sido ya clasificados como “socios estratégicos” de Rusia, porque
mantenían intensas relaciones con Moscú y tenían una gran influencia sobre la
política extranjera de la Unión europea.
También
Jacques Julliard estima que ha llegado la hora del reforzamiento de la pareja
franco-alemana, escribiendo incluso, que también «para la fusión orgánica de
las dos naciones en los dominios diplomático y militar, porque no hay otro
medio de salvar la idea europea amenazada por el neoimperialismo americano». No
hay actualmente, continúa, «más que dos países que, pese a sus dificultades
coyunturales, reflejen la idea de una Europa-potencia: Francia y Alemania, Hay
que poner en común nuestro ejército, nuestra diplomacia y nuestra política
económica. Todos los países que deseen asociarse a esta iniciativa serían
bienvenidos. Estoy convencido de que varios países se adherirían, Italia y
España, por ejemplo. Sería suficiente que Francia y Alemania pusieran en común
sus recursos en materia de diplomacia y defensa para que la escena europea y
mundial se viese modificada radicalmente».
Tal es
también la opinión de Jean-Louis Bourlanges, el cual estima que “lo que tendría
sentido es hacer, en el interior de la Unión y en los dominios donde la
competencia de la Unión es incierta o no exclusiva ‒defensa, política
extranjera y política presupuestaria‒, un pacto federal entre algunos Estados
decididos a poner en común sus medios institucionales, administrativos,
financieros y militares, con vistas a llevar una política común”. Alain Joxé
declaraba: «Me parece que la opción de Alemania, Francia y Bélgica de reunirse
para comprometerse en un núcleo de fuerza de defensa europea, es un paso
importante».
La idea de
una federación limitada a algunos países y organizada a partir de un núcleo
federal franco-alemán está en trance de iniciar su camino. Veremos una
federación europea nacer en el interior de la Unión que acelerará la
convergencia fiscal, social y económica. Tal núcleo resultaría muy atractivo
para los otros Estados miembros. Independientemente del peso económico,
político, demográfico y militar, no hay potencia sin voluntad… La potencia
necesita la voluntad de imponer su marca en el curso de los acontecimientos. La
Unión europea no será potente salvo que sus Estados miembros pongan en común,
consciente y colectivamente, su voluntad para constituirse en uno de los polos
de un mundo multipolar y actúen en consecuencia. Sólo la autonomía de decisión
permite la toma de conciencia de su identidad y de su soberanía, y ofrece la responsabilidad
en la decisión, sin las inhibiciones causadas por la habitualidad de ser
dependientes, sometidos o necesitados de reconocimiento”.
En 2004,
Günther Hofman escribía: «No se puede hacer de otra forma: dos, tres, cuatro,
incluso cinco o seis gobiernos deben simplemente tomar la iniciativa de una
política que refleja lo que es específicamente europeo». En 2005, el economista
René Passet se pronunciaba también por la creación de un “núcleo duro
comunitario europeo”: «el retorno al espíritu de los orígenes, que la mayoría
no podría realizar, sí pueden efectuarlo algunas naciones».
Conviene
señalar que, actualmente, la mayoría de los Estados miembros de la Unión
europea abdican de partes enteras de su soberanía nacional sin que exista a
escala europea una entidad política capaz de asumir una capacidad de decisión y
de actuación autónomas. Esta disipación de la soberanía en la vida estratégica
de las naciones es, evidentemente, inaceptable. Sólo una Europa carolingia de
esencia federal permitiría colmar esta vida, dotando a los europeos de un soplo
creativo. Es a partir de Estrasburgo y de un centro franco-alemán que debe
operarse el dispositivo decisivo por el cual un bloque unificado de la Europa
occidental se reaproxime a Rusia, a fin de construir el nuevo mundo de la gran
Europa.
Resumiendo,
resulta que el común denominador a todos estos propósitos es la creación de una
auténtica confederación franco-alemana, a la cual, si ve la luz algún día, se
adherirían, sin duda, tres o cuatro países más. Esta confederación aparecerá
algún día ineluctablemente de la misma forma que se realizó finalmente la
unidad alemana con la ayuda de Prusia o la unidad italiana con el
Piamonte-Cerdeña. Este grupo “pionero” debería ser capaz de asumir plenamente
las prioridades político-estratégicas. Los Estados de la vanguardia deberían
fijar conjuntamente una política responsable en términos de soberanía, la cual
no toleraría ni la obcecación del angelismo pacifista ni los reflejos de la
subordinación atlantista. Así se realizaría el proyecto del general De Gaulle:
revisar el tratado de Verdún que dividió el imperio de Carlomagno a fin de
reunificar a los francos del oeste y los francos del este.
Uno de los
primeros objetivos de una confederación franco-alemana sería el de combatir el
librecambismo planetario desenfrenado, pero no el juego del mercado en un
espacio continental interior protegido. El librecambio debe ser regionalizado
en el seno de zonas protegidas. La Unión europea debería reconvertirse
nuevamente en proteccionista restableciendo la “preferencia comunitaria”. Por
la misma razón, el comercio mundial se organizaría en grandes espacios
regionales con niveles de vida y modelos sociales comparables.
Además, la
creación del euro en el marco de la Unión europea, con economías nacionales tan
dispares, ha supuesto una huida hacia adelante que sólo tiene por objetivo
ocultar su impotencia y sus debilidades. El euro sólo tiene futuro en el marco
de un Estado federal neocarolingio estructurado con una comunidad de destino claramente
expresada, porque, en caso contrario, los temores de Milton Friedman se verán
un día justificados.
Finalmente,
la puesta en común de los medios militares constituirá la clave decisiva de los
próximos años. Una fuerza militar es necesaria para intimidar y hacerse
respetar. El objetivo debe ser el establecimiento, al margen de la OTAN,
dejando algunos países al margen, de los primeros elementos de una defensa
europea integrada, a fin de desarrollar una auténtica Europa de la defensa.
Esta es la razón por la cual Alemania, Francia, Bélgica y Luxemburgo han
planteado la creación de un cuartel general militar de la Unión europea en
Bruselas. Los norteamericanos ya lo consideran como un competidor de la OTAN.
Pero el objetivo debe ser aportar un contrapeso a la influencia de los Estados
Unidos. Una Europa capaz de actuar en el campo militar es necesaria para el
equilibrio mundial. (Continuará…)
El eje París-Berlín-Moscú, la única
vía de futuro para Europa
La lectura de
la prensa norteamericana muestra que el eje París-Berlín-Moscú se toma muy en
serio y es percibido como un peligro real para los Estados Unidos. «Todos los
factores combinados, escribe así el neoconservador John. C. Hulsman en el
periódico de la Heritage Foundation, Francia, Alemania y Rusia tienen
potencialmente todos los atributos de una gran potencia capaz, a nivel global,
de servir de contrapoder a los Estados Unidos, Francia proporcionando las
orientaciones políticas e ideológicas, Alemania la potencia económica y Rusia
la capacidad militar», concluyendo el autor que, frente a esta amenaza, los
Estados Unidos deben jugar al “golpe por golpe”, intentando fraccionar, por
todos los medios, el núcleo antiamericano.
En 2003, en Berlín,
Richard Perle, uno de los más flamantes halcones del Pentágono, atacaba
violentamente al ministro alemán de la defensa denunciando «el estrechamiento
de los vínculos franco-alemanes» y «la fuerte tendencia de Francia y Alemania a
expresar su solidaridad a la menor ocasión». Más tarde, Thomas L. Friedmann
escribía en el New York Times: «Es el tiempo para los americanos tomar nota;
Francia no es solamente nuestro irritante aliado, Francia se ha convertido en
nuestro enemigo”. Michael Ledeen, otro neoconservador, afirmaba también sin
ambages: “Francia y Alemania se han convertido en los enemigos estratégicos de
los Estados Unidos».
¿Por qué esta
increíble agresividad? Porque los americanos exigen de sus aliados que se
comporten como vasallos y no soportan la idea de un mundo multipolar, y temen,
más que nada, la aparición de una auténtica potencia europea. Durante mucho
tiempo tergiversada, ellos denuncian ahora la perspectiva de una Europa unida y
se esfuerzan, sobre todo, en prevenirse contra lo que más temen: la emergencia
de un eje París-Berlín-Moscú.
Los tres
grandes pueblos continentales que son los franceses, los alemanes y los rusos,
ocupan un lugar particular en Europa. Cada uno ejerce un rol de pivote
geográfico sobre una parte de Europa, Francia sobre el sur y la parte
occidental, Alemania sobre el centro y la parte oriental, Rusia sobre el
extremo este de Europa, el Cáucaso y Asia central.
En cuanto a
Europa, puede considerarse como la prolongación occidental de Rusia o Rusia
como la prolongación oriental de Europa. Europa puede cambiar a Rusia, igual
que Rusia puede cambiar a Europa. El eje París-Berlín-Moscú podría ser un medio
pacífico para realizar lo que nunca se ha podido obtener por la fuerza de las
armas, concretar el sueño visionario gaullista de una Europa del Atlántico a
los Urales.
Señalar que,
sobre este eje, de la ribera del Atlántico hasta la ribera del Pacífico, sobre
catorce husos horarios, el sol no se pondría jamás. Sería un medio para crear,
por fin, esa Tercera Roma con la que han soñado, por separado, Francia,
Alemania y Rusia. Esta Eurosiberia sería verdaderamente independiente, no
amenazaría a nadie, pero tampoco nadie, sea China, el islam o los Estados
Unidos, podría realmente amenazarla. Esta es la razón por la que Francia y
Alemania deberían remodelar la arquitectura europea en concertación con Rusia.
El eje
París-Berlín-Moscú se exige por varias razones.
Un eje
París-Berlín-Moscú por razones económicas. El eje se justifica por razones
económicas a las que ya hemos aludido. Rusia ocupa el vigésimo lugar como
exportador hacia los Estados Unidos y el trigésimo lugar como importador de
bienes estadounidenses. Por el contrario, Europa no puede rechazar a Rusia, que
le proporciona entre el 30 y el 40% del gas y el 25% del petróleo. Sólo hay
tres países capaces de hacer esto: Irán, Qatar y, cómo no, Rusia. La elección
es sencilla. Conviene, pues, desarrollar la asociación estratégica
franco-ruso-alemana edificada sobre dos pilares que son las riquezas
energéticas, por el lado ruso, y las posibilidades inversoras, por el lado
franco-alemán. Eurasia está poblada e industrializada, y dispone, además, de
las necesarias materias primas.
Un eje
París-Berlín-Moscú por razones militares. Una alianza continental con Moscú, al
margen de una alianza atlántica renegociada con los Washington, debería ver la
luz algún día. Esta alianza paneuropea, esta cooperación militar del siglo XXI
entre la Europa europea con las fuerzas integradas con Rusia, no representarían
solamente el contrapoder a la potencia militar norteamericana y a la alianza
atlántica, sino también una alianza suplementaria a corto plazo para Europa
frente a diversos riesgos geopolíticos posibles tales como el Medio Oriente, el
terrorismo, el islamismo radical, el peligro nuclear, la crisis energética, la
potencia china e india… y no es cierto que Norteamérica estaría dispuesta a
intervenir sistemáticamente, pues esta potencia tiene sus propios intereses,
sus propios riesgos y su propia evolución.
En cuanto a
la Europa carolingia, núcleo duro de la Europa política, ella sería
equidistante tanto de Moscú como de Washington, aliada de las dos potencias y
cooperadora en sus proyectos industriales comunes, en relación con la defensa y
las operaciones militares conjuntas, al nivel de los propios intereses, en
ocasiones con Moscú, otras veces con Washington; de ahí la necesidad de un
cuartel general europeo independiente con base en Estrasburgo, a medio camino
entre Berlín y París, mítico lugar de la reconciliación franco-alemana y fundamento
del Eurocorps.
Recientemente,
el diario alemán Die Zeit constataba que los europeos están condenados
actualmente a la impotencia porque han renunciado al empleo de la fuerza, y su
ausencia de ambición imperial obstaculiza cualquier esperanza de contrabalancear
la hiperpotencia norteamericana. En caso de conflicto Estados Unidos-Rusia,
Europa podría permanecer neutra o apostar por una u otra parte, según la
naturaleza del conflicto, en función de sus exclusivos intereses, sin estar a
disposición sistemática del gran aliado americano como sucede con el actual
sistema de la alianza atlántica y del protectorado unilateral de la OTAN. Sería
un medio inteligente para Europa convertirse en actor activo, capaz de
defenderse, controlar su destino y contribuir por sí misma a disminuir las
tensiones siempre posibles entre la potencia continental rusa y la potencia
marítima angloamericana.
Europa está
tomando conciencia lentamente de que Rusia, no sólo no es una amenaza
estratégica, sino que puede convertirse en una contribución a su seguridad
militar. Como escribe Emmanuel Todd: «Si la relación de América con el mundo se
reinvierte, pasando de la protección a la agresión virtual, la relación de
Rusia con el mundo se reinvertirá igualmente, basculando entre la agresión y la
protección virtual. En tal modelo, el único elemento estable es, finalmente, el
carácter antagonista de la relación ruso-americana».
Teniendo en
cuenta la desproporción del esfuerzo militar al PNB por parte de los Estados
Unidos, en relación con los dedicados por Francia, Alemania y Rusia, aunque las
cifras por sí solas no reflejen del todo la realidad de la potencia rusa y
europea, el avance norteamericano en el plano militar continúa siendo colosal.
Sólo si Francia, Alemania y otros países europeos, como Italia y España, ponen
en común sus inversiones en defensa con Rusia, podrá Europa compensar una parte
de su retraso.
El eje
París-Berlín-Moscú por razones demográficas. Francia y Alemania, más allá de
los problemas de la inmigración y de la inclusión o no de los territorios de
ultramar, tienen aparentemente el mismo déficit de natalidad, especialmente
grave en el caso de Alemania. De aquí a 2035, Alemania perderá 7 millones de
activos y Francia perderá casi 2 millones. Rusia, por su parte, sufrirá un
auténtico cataclismo con una disminución de población todavía más drástica.
Alemania y Rusia, habiendo perdido su vitalidad demográfica, no representan ya
un peligro real de expansionismo, sino más bien al contrario, estos dos países
están a la búsqueda de alianzas defensivas y de equilibrio demográfico. El
acelerado declive demográfico ruso, la demasiado rápidamente disminución
alemana y el leve declive francés, reequilibran paradójicamente el conjunto
europeo, según un proceso inverso que desestabilizó Europa durante los siglos
XIX y XX. Durante este período histórico, el estancamiento demográfico francés
a partir del año 1800 procuró una Francia de unos 40 millones de habitantes, un
poco más de la mitad de la población alemana cuando sobrevino la Primera guerra
mundial. En el este, la expansión todavía más rápida de la población rusa
engendró, de la misma forma que en Alemania, una auténtica fobia del mundo
eslavo por el mundo germánico.
Alemania,
hoy, disminuida territorial y demográficamente tras la Segunda guerra mundial,
ya no puede ser la gran potencia en el corazón de Europa. Los europeos, por las
mismas razones, ya no deben temer ser sumergidos por una nación-continente rusa
en plena expansión demográfica, estando esta última, por el contrario, temerosa
por ser invadida subrepticiamente por las poblaciones musulmanas del Cáucaso y
Asia central, en la parte rusa, y por los excedentes chinos, en su parte
siberiana.
En
conclusión, la Europa-potencia sólo puede realizarse mediante la alianza
París-Berlín-Moscú y no en el marco de la Unión europea. Una política europea
común e independiente es un mito. El riesgo es, por el contrario, que Europa
derive hacia la impotencia y tome, como ya predican algunos, el camino del
Sacro Imperio romano-germánico, un conjunto heterogéneo de principados y de
ciudades, hacia el final de la Edad Media, que no pasó de ser una ficción de
poder común.
Una mayoría
de socios europeos se ha adherido a la concepción angloamericana de un simple
espacio de librecambio protegido, por su seguridad, por el paraguas de la OTAN.
El impulso no puede venir, entonces, más que de Francia y Alemania,
compartiendo la misma visión de Europa, la de una comunidad de destino que
tenga la voluntad de pensar política, económica y culturalmente. La adhesión de
España, Italia y Austria podría constituir la feliz prefiguración de la
"Europa europea”.
Por otra
parte, en la conducción de las relaciones internacionales, parece que los
europeos hayan abandonado a Hobbes y Maquiavelo, como lo ha señalado el
geopolítico norteamericano Robert Kagan. Los europeos deben guardarse de
reducir la política extranjera a la noción abstracta e inoperante de los
derechos humanos, velar de una forma realista por la evolución de la relación
de fuerzas geopolíticas, y defender, sobre todo, la moral del derecho
internacional fundado en la multilateralidad, así como sobre la igualdad
jurídica entre las naciones. Frente al Imperio angloamericano, el islam y la
China, el terrorismo de Oriente Medio, los europeos deberían inspirarse, ante
todo, en Richelieu, Bismarck y De Gaulle.
El eje
París-Berlín-Moscú desde el punto de vista de los franceses. El general Charles
de Gaulle deseaba la Gran Europa que fuera desde el océano Atlántico hasta los
montes Urales, la salida de la OTAN, la creación de una fuerza de choque y la
lucha contra el dólar. «Francia y Rusia don dos polos de Europa que ejercerán,
el uno sobre el otro, una eterna atracción», escribía por su parte Milan
Kundera. Francia es el eslabón débil de la alianza atlántica que encuentra sus
apoyos en Alemania y en una Rusia nostálgica de su esplendor soviético. La
diplomacia francesa deber ser el elemento motor de la cooperación eurorrusa. El
interés económico de Rusia para Francia es importante, pero también es
fundamental para Alemania. Los intercambios comerciales están mucho menos
desarrollados que con Alemania, aun cuando Francia ocupa el cuarto lugar por
sus inversiones en Rusia. En París, la alianza con Rusia reposas sobre datos
más geopolíticos y sentimentales: hacer frente a los desafíos del siglo XXI,
contrabalancear la influencia norteamericana y resucitar la alianza del sueño
gaullista.
El eje
París-Berlín-Moscú desde el punto de vista de los alemanes. Para Alemania, ha
llegado la hora de las decisiones: el alineamiento con Washington, lo que
parece poco probable, o una ambición mundial, con vocación multipolar y de base
continental, apoyada sobre el corazón de la vieja Europa y el aliado ruso. El
fundamento para su aproximación es la asociación o partenariado económico
estratégico; el apoyo de Francia hará a esta asociación más equilibrada,
teniendo en cuenta la inmensidad del espacio ruso. Etimológica y curiosamente,
el nombre de Prusia (Preussen) deriva de “Po Russen”, que puede traducirse como
“colindante con los rusos”. Alemania es el puente indispensable entre París y
Moscú; el general De Gaulle señalaba ya: “Es destino de Alemania que nada pueda
ser edificado sin ella”. Dreikaiserbündnis, la alianza de los Tres Emperadores
(Alemania, Rusia, Austria-Hungría), tal era ya, a los ojos del canciller
Bismarck, la fórmula mágica que llegaría a asegurar, finalmente, la clave de
cualquier organización de la Europa continental y el equilibrio de todo tipo de
relaciones de la vieja Europa en vías de la acelerada industrialización, con un
mundo anglosajón, dominador de los mares y fundado en el acercamiento constante
de las dos orillas del Atlántico.
El eje
París-Berlín-Moscú. Según Vladimir Putin «el partenariado entre Rusia, Alemania
y Francia, constituye el principal factor positivo de la vida internacional y
del diálogo europeo». Destruida la Unión soviética, perdido su rol de
superpotencia, Rusia no puede esperar volver a ser una potencia sino con una
Europa presente en la escena mundial; este nuevo proyecto permitiría a Rusia
salir airosa del fin de la Unión soviética. Conviene, pues, relanzar la idea de
la “casa común europea”, a fin de separar, de una vez por todas, lo máximo
posible, a los países europeos del ámbito angloamericano. La masa industrial, tecnológica,
financiera, de Europa puede sumarse a la potencia militar, nuclear, energética,
de Rusia. Con el apoyo de Francia y de Alemania, las dos potencias de esta
vieja Europa, anclada en el oeste, deviene posible construir un contrapoder a
Norteamérica y apoyarse sobre un hinterland eurosiberiano frente a Asia central
y China.
La
alternativa, nos dice Henri de Grossouvre, es simple: «Sea que los europeos se
encarguen de sus intereses políticos, económicos, militares y demográficos y
vuelvan a ser los actores de la política internacional, o sea que salgan de la
historia y desaparezcan progresivamente en términos físicos y espirituales en
el seno de una vasta zona de librecambio bajo el protectorado estratégico
americano». Porque las geoestrategias estadounidense y británica se esfuerzan,
bien evidentemente, en “desintegrar preventivamente” este gran espacio
eurasiático. Inglaterra y Estados Unidos han intentado dividir la Unión europea
en dos bloques, uno en torno a Inglaterra (que ha desaparecido con su salida) y
otro con la ampliación a los países del este (con Polonia a la cabeza),
sustrayéndole, al mismo tiempo, su dignidad política y militar.
Gracias al
eje París-Berlín-Moscú podríamos responder a la famosa pregunta de Henry
Kissinger: Europa… ¿qué número de teléfono? Pues bien, tres números, señor
Kissinger: París, Berlín o Moscú, según vuestros problemas con la línea
telefónica… Recordemos también a Donald Rumsfeld, el cual veía en la auténtica
Europa europea resumida en la alianza entre Francia y Alemania a la llamada
“vieja Europa”, al que podríamos responder que la “nueva Europa” es la del eje
París-Berlín-Moscú, pero, ciertamente, con los “caballos de Troya” inglés y
polaco que han hecho juramento de fidelidad con los Estados Unidos.
Hace algunos
años, el escritor Vladimir Volkoff planteaba la siguiente cuestión a la
diplomacia norteamericana: “No comprendo. ¿Deseáis que Europa se haga o que no se
haga? El diplomático le respondió: “Nosotros deseamos que se haga, pero que se
haga mal”. El eje Francia-Alemania-Rusia es un método para que se haga… muy
bien.