La unión del pueblo. ¿Por qué? Porque un pueblo no está nunca
constituido de manera socialmente homogénea. Un proyecto liberal dirigido nada
más que a una parte de ese pueblo es, en realidad, factor de división y juega
en contra de su pueblo. La solidaridad necesita a la nación, la nación necesita
solidaridad: la derecha será social o no será.
Con toda seguridad, la “Convención de las
Derechas” en Francia fue un éxito. Se encontraron, por primera vez desde hace
tiempo, personas de sensibilidades diversas. Cargos electos o militantes,
periodistas o escritores, especialistas o militantes de asociaciones y, sobre
todo, simples simpatizantes en gran número que tienen todavía a Francia en el
corazón y que no abandonan el combate para salvarla.
La mayor parte de las personas que se
reunieron allí tienen un cierto nivel intelectual y conocen perfectamente los
desafíos, además de seguir cotidianamente el desarrollo de los acontecimientos
políticos. Pero faltaba el pueblo. O, por lo menos, esa parte del pueblo en
gran medida abstencionista o en separación política con los partidos del
sistema liberal-libertario. Aquellos que, cuando se les ocurre votar, solo se
desplazan a las presidenciales y únicamente por el Rassemblement National, o por la France Insoumise para los despiertos a medias.
Sin embargo, lo esencial se ha dicho
claramente. La identidad y la soberanía son el primero de todos los combates a
realizar. Todo el mundo de derechas (la verdadera) se ha puesto de acuerdo en
ese punto y esta etapa era la primera piedra que había que poner en el combate
hacia la victoria. Pero eso no es suficiente.
Un eje “liberal-identitario” no reunirá a
la mayoría del pueblo histórico. No será suficiente con prometer a la masa de
trabajadores el control del gran cambio antropológico si es para garantizarles
la perpetuación de su estado de semiesclavitud una vez que el país se haya
salvado.
Si los Chalecos amarillos, ese pueblo
auténtico, salieron con tanta virulencia de ninguna parte hace cerca de un año
es porque tenían sus razones. Es cierto, es legítimo pensar que ese grito del
pueblo tenía en el fondo la voluntad de expresar su desesperación frente a la
eliminación de su identidad. Y los mamporreros profesionales de la extrema
izquierda, apoyados con todas sus fuerzas por los medios atemorizados,
consiguieron por desgracia correr un tupido velo sobre el sentimiento de
desposesión identitaria que solo pedía poder expresarse. Dicho movimiento
surgido de una exasperación frente al enésimo impuesto del Gobierno se ha
impuesto finalmente como una revuelta social. Y, ahí, las interpretaciones han
sido diversas.
Algunos de los que han podido expresarse
durante esta Convención de la Derecha tienen un análisis económico-social de
este movimiento que es cierto pero limitado. Como: “Los franceses que se han
expresado en las rotondas eran sobre todo pequeños empresarios de PYMES que
rechazaban la montaña de impuestos”. Cierto, una parte de los manifestantes del
sábado eran efectivamente esos. Pero la mayor parte de los Chalecos amarillos
venía de otro sitio.
Una gran mayoría de ellos son, sobre
todo, trabajadores pobres o desempleados que buscan trabajo. Muchos de ellos
perciben el salario mínimo o poco más pero, en todo caso, gritan de rabia por
no poder vivir dignamente de su trabajo. Igualmente, algunos comentaristas de
sensibilidad liberal afirman que los Chalecos amarillos no piden más servicios
públicos, no piden más Estado. No hay nada más falso. Lo que piden los
abandonados de la República es que sus impuestos, que por principios no rechazarían
de ninguna forma pagarlos, sirvan al pueblo francés al que están orgullosos de
pertenecer.
El dinero público no debe ser dilapidado
ya más en los cuatro rincones del planeta, por ayudas y subvenciones a otros
pueblos, a otros cuerpos en lugar del suyo y debe ir prioritariamente a los
franceses. ¿Cómo comprender que el Gobierno corra al socorro de todos los
desafortunados de la Tierra cuando sus compatriotas se mueren en su propia
tierra?
Es un Estado fuerte, social y protector
de cada uno de los miembros de su pueblo lo que reclaman muchos franceses
enfurecidos. “Para el que no tiene nada, la Patria es lo único que le queda”.
En cuanto a aquellos que piden más protección para su libertad de emprender,
son los más fuertes, los más valientes, los más ingeniosos, que legítimamente
no quieren que los riesgos personales que corren se traduzcan en un éxito
frenado por un Estado incoherente, que se lleva su dinero a través de impuestos
cada vez más numerosos para seguir manteniendo una paz social cada vez más
incierta. El Estado debe simplemente revisar sus gastos sociales y dedicarlos a
una política inteligente, coherente y que beneficie a todos.
No obstante, hay que reafirmar lo
siguiente: si el pueblo francés es el pueblo de Europa que más se preocupa por
la igualdad entre sus conciudadanos, es indudablemente refractario a cualquier
forma de comunismo, de igualitarismo desenfrenado o de socialismo mal pensado.
Un Estado fuerte, estratega y social en la más digna tradición de Colbert, pero
con la preocupación de las libertades individuales entre las que se encuentra,
evidentemente, la libertad de emprendimiento.
En cuanto a la derecha, hay que ser de
una claridad absoluta: aquellos que han escogido el Dinero contra el Pueblo ya
no pertenecen a él, ya sea porque se les considere como definitivamente
vendidos al sistema liberal-libertario o porque “se llame de izquierdas a todo
lo que tenga la cara del Primer Ministro”.
Pero no olvidemos que toda unión de la
derecha, inevitablemente social, no será victoriosa si no tiene como fin último
la reunión del pueblo. Ya sea porque se siga la Doctrina Social de la Iglesia o
bien un populismo laico (ateo o incluso pagano), el pueblo francés no puede
renunciar a la alta consideración que debe tener con cada uno de sus
conciudadanos. Y, como máxima, esta orientación milenaria: los nuestros antes
que los otros. ■ Fuente: L´Incorrect