Retrasar el envejecimiento, acabar con la
muerte, crear un posthumano. En menos de treinta años, las ideas del
transhumanismo han calado en la sociedad. ¿Quiénes son los pensadores y personas
influyentes de esta nueva pesadilla eugenésica de mercado?
Se reconocen las épocas de crisis en el
hecho de que producen ideologías radicales. De los decrecientes a los
transhumanistas, todos intentan llegar a la raíz de los problemas. Sus
soluciones cambiarían nuestras sociedades.
Transhumanos, transhumanas, ¿querrán
tomar otro implante antes de continuar el viaje? Hace poco, en un café de
Estrasburgo, la Asociación Francesa Transhumanista (AFT) organizaba su gran
encuentro. Una operación de sensibilización para el público: “Promover la idea
de que el progreso tecnológico actual puede ir a la par con los avances
sociales por un transhumanismo ético e igualitario”. ¿Folclore? Con sus 600
socios, la AFT quiere ser una organización responsable y presentable que
rechaza los juicios de liberalismo loco y libertarismo desatado que están bajo
el transhumanismo. Lejos también de los aprendices de cyborg y los extropianos,
de los voluntarios con chip y conectados, de los artistas del body hacking amputados y con implantes,
de los criogenizados esperando la eternidad y de los teóricos estratosféricos a
los que este movimiento multiforme nos tiene ya acostumbrados desde hace años.
Las nociones y las hipótesis
transhumanistas fragmentadas se han convertido en un pensamiento, incluso en
una ideología embrionaria, o también en una religión. Algunos países se han
encaprichado de Yuval Harari, el rey pop del transhumanismo, y de su
best-seller Homo deus con su
tecnologización encantada de la humanidad. Pero la estrella actual de una
vulgata transhumana tricolor, feliz y seguro de sí mismo, es el mediático
Laurent Alexandre, fundador de la web doctissimo.fr, cirujano de formación y
dueño de la sociedad belga DNAVision, especializado en la secuenciación del
ADN. “Obsesión con el QI, desprecio de clase, genetismo de otra época,
darwinismo social…” Enfadados con estas definiciones superficiales, la AFT
publicó un comunicado en 2018: “Si Laurent Alexandre no se ha declarado nunca
como transhumanista, habla sistemáticamente en lugar de estos, y por su peso
mediático aparece ante el gran público como el portavoz de un movimiento del
que hace una caricatura”. La AFT se interesa más bien en el personaje británico
Amon Twyman, ensayista y fundador, en 2015, del primer partido político
transhumanista europeo (TPEU).
Si un transhumano como Presidente del
Gobierno está todavía a años-luz de llegar, no es lo mismo en cuanto al poder
de las empresas de Inteligencia Artificial (IA) y de las biotecnológicas. Con
ellas, la vejez se evapora, la muerte se convierte en una opción facultativa y
el nuevo ser humano es el producto impecable de una ingeniería del cuerpo y del
espíritu. El filósofo belga Michel Weber sigue de cerca, y con cuidado, los
impactos de la “esperanza prometeica” de este “totalitarismo transhumanista”,
es decir, “curar, mejorar, trascender”. A sus ojos, las empresas del Big Data
son “todo un nuevo clero tecnocrático” que promete las profecías y la visión
transhumanista. Sundar Pichai, de Google: financiar Calico, que lucha contra el
envejecimiento y la muerte, y la Universidad de la Singularidad
(posthumanidad). Elon Musk, de Tesla: conectar nuestro cerebro a las máquinas
gracias a la interfaz de Neuralink. Jeff Bezos de Amazon: imaginar posthumanos
en órbita después del fin del mundo. Mark Zuckerberg de Facebook: poner una
interfaz entre el ordenador y el cerebro, erradicar todas las enfermedades
gracias a la IA. Peter Thiel de PayPal: financiar la fundación Matusalén contra
la muerte y las investigaciones del geronto-biologista Aubrey de Grey, que
sostiene que el ser humano de mil años ya ha nacido entre nosotros.
Eugenesia progresista de los hermanos Huxley
Hay que ir hacia atrás y en varias
direcciones para ver aparecer las raíces del pensamiento transhumanista. “Si
las tonterías del francés Laurent Alexandre me sirven de introducción divertida
a mis cursos de la Universidad, lo cierto es que los autores son todos
anglosajones”, dice el filósofo de la Sorbona Jean-François Braunstein, que
está preparando una antología de los textos clave del transhumanismo. Los transpapas se llaman Robert Ettinger,
Marvin Minsky, Raymond Kurzweil, Eric Drexler, Nick Bostrom y Anders Sandberg.
Como un francotirador, ha estudiado uno de los ancestros más desconocidos, el
positivismo de Auguste Comte. Éste veía tres “utopías positivas” para conseguir
en una biocracia (siendo la biología el vector de organización política y
social): la “longevidad indefinida”, “las vacas carnívoras” (un régimen con
carne para acercarlas a la humanidad y a su dignidad; un saludo para las vacas
locas) y la “Virgen madre” (procreación artificial y autoengendramiento
exclusivamente femenino). La AFT se situaría más bien en los pasos del
biologista británico Julian Huxley, el hermano pequeño del escritor Aldous,
conocido por El mejor de los mundos (1931),
la distopía de las distopías eugenistas. En esa posguerra donde el ario de los
tiempos nazis debía ser reemplazado por el “hombre nuevo”, Julian publica en
1947 El hombre, ese ser único en la
editorial de Oreste Zeluck (editor oportunista que publicó antes de la guerra
el Protocolo de los Sabios de Sión).
Es un ensayo previo de las visiones más oscuras de su hermano mayor. El pequeño
defendía su concepción socialista de un “eugenismo progresista”: preconizaba la
selección, cierto, pero para mejorar el destino social de los individuos, y
estaba totalmente en contra de la noción de raza. Buscando “la calidad de las
personas y no su cantidad”, es el introductor de la palabra clave
“transhumanismo”. “Mi hipótesis es que el término de Huxley es una operación de
diseño que ha hecho ver el eugenismo como algo aceptable”, sostiene
Jean-François Braunstein.
Sesenta años más tarde, el transhumanismo
a la manera de Huxley es superado por un informe de la National Science Foundation
2002 que prevé “la convergencia de las NBIC”, es decir, la fusión de las
nanotecnologías, de la biotecnología, la informática y las ciencias cognitivas.
Podremos corregirlo todo: “Los seres humanos son una experiencia fracasada”,
estima el experto en robots Hans Moravec, para el que el espíritu humano es
totalmente descargable o transferible a numerosos soportes tecnológicos.
La cuestión de los límites
Frente a la potente afluencia de mitos
transhumanistas, los libros críticos sacan la artillería de la Razón. El
espectro es amplio, desde los anarquistas decrecientes al Colegio de los
Bernardinos (centro dedicado a la investigación, el humanismo y la expresión
artística). “El católico Rémi Brague piensa que es una deriva de las Luces;
pero yo me inclino más bien por fuentes místicas y religiosas que no tienen
nada que ver con la Razón”, analiza Jean-François Braunstein. Un teólogo como
Theilhard de Chardin no se queda lejos tampoco como “prototranshumanista”.
Codirector del departamento de ética biomedical de los Bernardinos, Dominique
Folscheid, en un ensayo apasionante, piensa que la ideología transhumanista
nace con las nuevas técnicas de procreación, verdadera fábrica de posthumanos.
Jean-François Braunstein estima que el
transhumanismo es el síntoma contemporáneo de una obsesión identitaria: “La
idea común de los transhumanistas, pero también de los genderistas, animalistas e inmortalistas es la de decirnos que no
hay que existir como seres humanos. Estiman que podemos “borrar” las fronteras
de todo tipo, lo cual es delirante. La humanidad se formó poniendo límites y
fronteras”. Salomé Baour, que ha escrito su tesis sobre los fundamentos
filosóficos del transhumanismo, lo subraya con una bella ironía: “Así, la
filosofía transhumanista impone buscar la respuesta a la pregunta fundamental
de lo que define al ser humano, y atestigua no solamente nuestra incapacidad a
aportar una respuesta simple y definitiva pero también a deshacernos de
semejante cuestionamiento”. No hemos acabado de darle vueltas al asunto. ■ Traducción: Esther Herrera Alzu. Fuente: Marianne