El ensayista
polaco Ryszard Legutko sostiene una tesis molesta e impertinente que, sin embargo,
ha tenido poca resonancia, en su libro “El demonio en democracia: tentaciones
totalitarias en las sociedades libres”.
Ryszard
Legutko es un profesor polaco de filosofía. Diputado europeo, miembro del PIS
(Derecho y Justicia), copresidente desde 2017 del grupo Conservadores y
Reformistas europeos. En 2018, publicó un libro que explora las similitudes
entre el comunismo y la democracia liberal tal y como ésta ha evolucionado en
el transcurso de las últimas décadas. Este libro nos ilumina sobre las fuentes
de la singularidad de los antiguos países comunistas y de las incomprensiones
que generan en el interior de la Unión europea.
Ryszard
Legutko, durante sus estancias en el oeste en los años 70, se inquietaba por la
empatía de los occidentales hacia el comunismo y por su hostilidad hacia los
anticomunistas. Los demócratas-liberales de entonces, ¿compartían principios e
ideales con los comunistas? Esta idea vuelve a rondar en la cabeza de la
Polonia postcomunista.
There is no alternative
Aunque Ryszard
Legutko ve claramente las diferencias fundamentales entre los dos sistemas, se
pregunta sobre las similitudes que es difícil ignorar. Como el sistema
comunista, la democracia liberal tiene un proyecto modernizador que lleva a ver
el mundo como el objeto de un trabajo técnico innovador. Pero, en democracia
liberal, los guardianes oficiales de la doctrina no existen y si se mantiene es
por la adhesión de la gente. La democracia liberal, como el comunismo, está
censada a ser el último estadio de la historia de la transformación política y
es percibida como un sistema sin alternativas. Por su carácter último, los dos
sistemas constituyen utopías.
De la fórmula
de Churchill en 1947, se ha retenido, generalmente, que la democracia era el
mejor de los regímenes, cuyos defectos serían superados con más democracia.
Esta afirmación recuerda a aquella otra según la cual los defectos del
socialismo serían corregidos con más socialismo.
Después de la
revolución de los años 60, los europeos cambiaron su percepción de las
políticas democráticas para convencerse de que éstas se confundían con la
modernización, el progreso, el pluralismo, la tolerancia y otras vacas
sagradas. La UE representa el espíritu de la democracia liberal en su versión
más degenerada, sin un claro mecanismo de transmisión del poder y sin una vía
institucional para los electores que podrían cambiar su dirección política,
escribe Richard Legutko.
Emancipación de las mujeres y
dictadura del proletariado
Si bien la
politización de la sociedad se ha desarrollado de forma distinta que, en el
régimen comunista, ella ha tenido similares efectos sobre las comunidades
tradicionales. Los antiguos vínculos comunitarios deben ser sustituidos por
vínculos más modernos. Así, en el feminismo moderno, las mujeres son definidas
como un equivalente muy próximo al del proletariado en el comunismo. Están
supuestamente censadas a formar un grupo político transnacional cuya única
razón de ser es la emancipación general y la liberación de todas las cadenas
impuestas por los hombres a lo largo de la historia.
El
multiculturalismo lleva la politización de las sociedades demócrata-liberales
todavía más lejos, con una tendencia a la homogeneización del mundo moderno,
disimulada detrás de una retórica de la diversidad cultural. Como su camarada
comunista, el demócrata-liberal politiza la vida privada, incluso el sexo.
La misma
profunda intrusión en la vida de los ciudadanos. Todos los pensamientos y
formas de expresión evolucionan en el mismo círculo de clichés, eslóganes,
anatemas, argumentos… de los universitarios, esos excéntricos inseparables de
la tradición académica.
Desconfianza y dogmatismo
Todo es, por
definición, político y nada es trivial. Encontramos en la democracia liberal el
mismo problema que en el comunismo: tratar como sistémico lo que es secundario.
La ideología
es una estructura mental que combina dos rasgos contradictorios, escribe Ryszard
Legutko: une extrema desconfianza y un ciego dogmatismo. El hombre ideológico
es, a la vez, completamente sospechoso y absolutamente entusiasta, en un estado
constante de movilización.
Si, en el
régimen comunista, un reaccionario que se defendía no hacía más que agravar su
caso, esto es también frecuente en la democracia liberal. Un opositor que
mantiene su punto de vista recibe injurias y es separado del debate público. La
estrategia de la prudencia, en los dos sistemas, consiste en recitar lo que se
espera de uno antes que proferir cualquier cosa un poco temeraria. En la
democracia liberal, el grado de libertad es más grande y las consecuencias
menos letales. Pero, en ambos casos, la disciplina lingüística es el primer
test de lealtad a la ortodoxia.
En las
sociedades basadas en la ideología no puede haber lealtad dividida. «La corrección
ideológica es como una píldora que, una vez tomada por el paciente, mejora de
tal forma su estado físico que, entonces, se hace necesario reaccionar ante sus
resultados cualesquiera que sean las circunstancias y los efectos secundarios».
El éxito de Solidarnos no se debió a
la democracia liberal
La caída del
comunismo no hizo más atractiva la democracia liberal. El malentendido en
Europa vino de que, en el oeste, se esperaba un alineamiento sobre la ortodoxia
demócrata-liberal cuando los disidentes del este se comprometían con las
elecciones libres y el multipartidismo. Ellos luchaban por una democracia a la
antigua, por el patriotismo, la verdad, la justicia y la lealtad respecto a las
tradiciones nacionales y religiosas. El éxito de Solidarnos no habría sido
posible sin el patriotismo y el fervor religioso. Para los polacos, la libertad
consistía en que el gobierno no sometiera las instituciones, las normas y las
costumbres a una ciega ingeniería política, como ya habían experimentado bajo
el comunismo.
En el imperio
soviético, muchos pensaban que, tras el comunismo, la fábrica social sería
restaurada, que los gobiernos libremente elegidos liberarían un espacio para el
cumplimiento del hombre, el cual podría nuevamente consagrarse a nobles
objetivos que el régimen anterior había desterrado. En lugar de esto, escribe Ryszard
Legutko, abrieron la puerta a la invasión de nuevos bárbaros, productos de un
Occidente que se revolvía contra su propia cultura. «La mediocridad del sistema
comunista era precultural, la de la democracia liberal es poscultural». Ryszard
Legutko teme que, sin un vigoroso competidor, la democracia liberal termine por
reinar como un tirano sobre las aspiraciones humanas. Y se pregunta si un
renacimiento es posible y si el cristianismo podría encarnarlo en una época de
creciente secularización…
Pobres de nosotros
Contrariamente
a lo que muchos piensan, el mundo demócrata-liberal moderno no es tan diferente
del soñado por el hombre comunista. El hombre demócrata-liberal no está
preocupado por los estereotipos que alimentan su pensamiento, la creciente
politización de la vida social, el triunfo de la mediocridad y, cuando las
ideas florecen en su mente, se convence rápidamente de la imposibilidad de
cualquier cambio, salvo para peor.
Quizás,
escribe Ryszard Legutko, acabemos así por completar lo que los comunistas
habían planificado: “the regime man”.
Quizás también hayamos llegado a un estadio en que el hombre moderno reconoce
la verdad básica de su condición y se satisface con ello. Prueba, para algunos,
de que el hombre ha terminado por aceptar su naturaleza, mientras que, para
otros, sería la confirmación de su inveterada mediocridad. ■ Fuente: Causeur