Los eslavos son el principal grupo lingüístico de Europa,
ocupando prácticamente la mitad del viejo continente. Sin embargo, su historia
es muy reciente. Y, pese a todo, la creación de la parte eslava de Europa
resulta muy difícil de reconstruir. En la época del Imperio romano, la Europa
no sometida a los destinos imperiales estaba dominada en su zona oriental hasta
la altura del Vístula, es decir, mucho más al este de la frontera occidental
del territorio posteriormente dominado por los eslavos a orillas del Elba, por
los pueblos germánicos. En los Balcanes, que formaban parte del imperio,
habitaban diversos pueblos y etnias que hablaban, junto a algunos dialectos
autóctonos indoeuropeos, latín y griego. Más al norte, en los territorios de la
actual Rusia europea, se encontraban los pueblos bálticos, no eslavos, aunque,
en algún momento de su prehistoria, parece que conformaron un conjunto
lingüístico baltoeslavo antes de su separación definitiva. En las zonas más
septentrionales nos encontramos, en aquella época, a las poblaciones finesas,
no indoeuropeas. Más allá, hacia el sureste, estaban los escitas, poblaciones
nómadas de origen y lengua indoiranios.
Entonces, ¿de dónde surgieron los eslavos?, ¿quiénes eran?,
¿de dónde venían?, ¿cuáles fueron sus migraciones?, ¿formaban una entidad
étnica, lingüística y cultural bien definida?, ¿es legítimo hablar de ellos
como si formaran un conjunto, una especie de bloque frente a otros pueblos
latinos o germánicos?, ¿qué diferencias separan a estos grupos más allá de una
posible unidad original?, ¿se trata de tradiciones o de costumbres específicas,
de instituciones diferentes, de religiones opuestas, de lenguas lejanas?, ¿cómo
evolucionaron en relación a la Europa occidental y a la civilización oriental?
Y, en fin, ¿qué aportaron en los dominios espirituales, culturales e incluso
políticos? Los eslavos cubren hoy Eurasia y una parte considerable de Europa:
esto quiere decir que conocerlos significa percibir más ampliamente los
orígenes de nuestra civilización y de su desarrollo. El pasado de los eslavos,
sus orientaciones, sus problemas, determinan también nuestro futuro.
Los orígenes de los
eslavos
Se ha escrito mucho sobre los eslavos, tanto por razones
científicas como políticas y nacionalistas, retorciendo hechos y
descubrimientos, pero, en realidad, sabemos pocas cosas sobre ellos. Salvo que
estos “bárbaros” indoeuropeos llegaron del noreste, tardíamente, hacia el V o
el VI siglo de nuestra era, a partir del Dniéper, cerca de Kiev. Y que
conquistaron ‒u ocuparon gradualmente, hibridándose con las poblaciones
autóctonas‒ la mitad de Europa. Según una teoría que no ha sido contestada en
los últimos cincuenta años, la cuna original de los eslavos se encontraría en
el territorio de la actual Polonia, sur de Bielorrusia y norte de Ucrania, en
una región aproximadamente situada en la confluencia del Dniéper y el Pripet.
Los ancestros de los eslavos, cercanos a los baltos en el plano
etnolingüístico, son conocidos desde finales del primer milenio antes de
nuestra era, pero los autores antiguos realmente no comienzan a mencionarlos
explícitamente más que a partir del siglo V de nuestra era. En cualquier caso,
los orígenes de los eslavos pueden datarse aproximadamente en 3500 años antes
de nuestra era, en la parte norte de la cultura eurasiática Yamna y su
expansión a través del centro y el noreste de Europa por la vía de su fusión
con la cultura de la Cerámica Cordada., cuyos linajes predominantes, además de
su difusión por el norte de Alemania y el sur de Escandinavia, se extendieron
por las actuales Polonia, Países Bálticos, Bielorrusia, Ucrania y la Rusia
europea constituyendo el núcleo de la original cultura “protobaltoeslava”.
Hasta hace poco, se identificaba a los primeros eslavos con
la “cultura lusaciana” (al sureste de Berlín) y en particular, del sitio de
Biskupin (al oeste del Vístula, en Polonia). Pero Biskupin no era eslavo,
teoría hoy mayoritariamente compartida por los investigadores. La idea de un
carácter protoeslavo de Biskupin se remonta a los años 30, cuando el gran
profesor Jozef Kostrzewski replicaba al arqueólogo alemán Gustav Kossinna, del
que, curiosamente, era su discípulo y partidario de su método, si bien llegando
a conclusiones diametralmente opuestas. Según Kossina, las tierras polacas
constituían, de hecho, una herencia germánica, estaban pobladas por germanos.
El descubrimiento, en 1933, de Biskupin, una ciudad creada por la cultura
lusaciana, de gran antigüedad, fue pan bendito para Kostrzewski, que así pudo
formular su teoría sobre el “neoautoctonismo de los eslavos”. Una ciudad
construida en la época de la Grecia antigua, bien organizada, fomentaba la
imaginación respecto a un gran pasado eslavo.
Según el profesor Godlowski, que no fue el primero en poner
en duda las teorías de Kostrzewski, los orígenes de los eslavos no podían estar
ligados a la cultura de Cherniajov (valle del Bug meridional y alto valle del
Dniéster), que formaba parte de una civilización predominantemente goda,
derivada de los migrantes de la cultura de Wielbark, pero de carácter
multiétnico (seguramente federaba a germanos, eslavos, sármatas y otros pueblos
iranios, etc.), como insinuaban algunos eslavófilos autoctonistas, sino más al
norte de esta cultura. Los primeros vestigios de esta cultura fueron hallados
en el siglo XIX y, después, se encontraron alrededor de 2.700 sitios. Los
arqueólogos asimilan esta cultura al inmenso imperio ostrogodo del siglo IV (su
capital se encontraba en el emplazamiento de lo que luego sería la ciudad de
Kiev), y cuyo rey era Hermanarico.
Según otros, se situaba entre el mar Báltico y el mar Negro, en los territorios de las actuales Ucrania y Bielorrusia. Cuando, en 375, se anunció la llegada de los hunos a sus fronteras orientales cundió el pánico, y el rey, consciente de su incapacidad para detener a los invasores, se suicidó. En medio del pánico, las tribus de su reino partieron hacia el oeste, hacia las fronteras del imperio romano. Así comenzaron las grandes migraciones de los pueblos. Las excavaciones de Cherniajov demuestran que, durante un tiempo, esta zona experimentó una fuerte despoblación. Más tarde, lentamente, van apareciendo rastros de otras tribus diferentes. Probablemente eslavos. Los vestigios de las primeras culturas consideradas arqueológicamente como eslavas han sido descubiertas y estudiadas en los sitios de Kiev-Kolotchin, Praga-Kortchak y Penkovka.
Resulta complicado distinguir los sitios eslavos de los no
eslavos. Los germanos construían sus cabañas siguiendo un plan rectangular. Sin
embargo, en otros lugares aparecen cabañas semienterradas, como más tarde
encontramos entre los eslavos. La cultura material de este pueblo era muy
pobre: no conocían el torno, su alfarería era muy primitiva y disforme, los
hallazgos de objetos metálicos son muy raros. En los siglos VI y VII, los
eslavos comienzan a extenderse sobre los territorios despoblados de Europa
central y meridional, ocupando los lugares abandonados por los germanos. El
historiador Jordanes los denomina como antas y esclavenos. La ciencia soviética
intentó recuperar la cultura de Cherniajov para los orígenes eslavos: el
profesor Boris Ribakov demostró que la cerámica goda estaba ricamente decorada,
muy bella, pero la asimilaba al desarrollo cultural de los eslavos, sin que
nadie osara decirle que estaba equivocado. El orgullo de los eslavos por sus
ancestros no hay que buscarlo en la arqueología, que era muy pobre, casi un
misterio, sino en el hecho de que ellos se encontraban en algún lugar de Europa
oriental y de que conquistaron la mitad del continente, mientras otros pueblos
históricos, como los hunos o los ávaros, desaparecieron.
La historia temprana de los eslavos, su evolución y sus
civilizaciones, siguen parcialmente oscuras. Se trata de temas muy abiertos a
apreciaciones divergentes y que, para la mayoría, no tienen todavía soluciones
definitivas o admitidas unánimemente. Esto se debe a dos razones fundamentales:
por un lado, la investigación esencial, el examen minucioso y erudito del
lejano pasado de los eslavos se encuentra en un estadio de descifrado parcial;
por otro, la vehemencia de los sentimientos nacionales, que periódicamente se
extienden sobre la Europa central y oriental, con frecuencia se superponen a
las dificultades propias de la investigación. Más allá de una civilización
inicial, que siempre fue muy simple y extremadamente móvil hasta mediados del
primer milenio, las largas y difíciles gestaciones de los Estados eslavos, tal
y como hoy los conocemos, explican, en gran medida, los problemas y las tensiones.
Sin embargo, las investigaciones actuales, llevadas a cabo
tanto en los países eslavos como en el resto del mundo, tienen la ventaja de
apoyarse en más de un siglo de trabajos metódicos. Son permanentemente
corregidos, revisados, reforzados, profundizados por estudios complementarios
que acaban cubriendo, con más o menos éxito, el conjunto del marco eslavo.
Progresivamente se derrumban barreras antes infranqueables: remontándonos en el
tiempo, nos encontramos con los trabajos sobre los siglos IX-X, periodo de la
cristianización de la mayoría de los eslavos, comienzo de la escritura y de los
testimonios que ellos mismos nos aportan; después, la barrera de los siglos
V-VI, marcada por la época de las grandes invasiones, a las cuales se unen los
eslavos; finalmente, en el curso de nuestra era, con algunos hilos de luz que
nos aportan los historiadores griegos y latinos.
Un pueblo tardío de
la familia indoeuropea
Los eslavos representan una rama lingüística y cultural
distinta en el seno de la familia indoeuropea que entra en la historia
tardíamente en relación con otros grupos indoeuropeos. Se formaron
probablemente durante el Neolítico en las llanuras de la Europa oriental
situadas entre el Vístula y el Dniéper. En torno a 1500 a.C., el área que hoy
incluye el sureste de Polonia y noreste de Ucrania fue el hogar original de las
antiguas tribus eslavas, es decir, de los protoeslavos. Pueblos-bisagra, se
sitúan precisamente en la intersección de dos grupos humanos: el grupo
indoeuropeo occidental, cuyos miembros adoptarán la vida estable de los
agricultores europeos, y el grupo indoeuropeo oriental, con una vida menos
sedentaria e, incluso, en muchas ocasiones, de tipo nómada. Los miembros de
este segundo grupo se despliegan ampliamente en las regiones de las estepas
semidesérticas, donde sus movimientos eran más complejos y más imprevisibles.
Esta situación intermedia en el continente eurasiático, esta permanencia de
flujos procedentes de la estepa, explican la fiereza de los combates que
tendrán que llevar los eslavos para constituir Estados y preservarlos; permiten
también comprender su tenacidad, su voluntad para renacer y afirmarse, sin
enfeudarse a Occidente, sin disolverse en Oriente.
Una de las cuestiones más debatidas, sin duda, es la
problemática de la relación del eslavo con el resto de lenguas indoeuropeas: la
relación del eslavo con el báltico, que algunos autores interpretan como
resultado de una antigua unidad de los dos grupos; la relación del eslavo (o
del baltoeslavo) con otras lenguas, como el tocario o las lenguas germánicas,
entre otras; y la localización y la historia primitiva del pueblo eslavo. Como
los elementos comunes al báltico y al eslavo son incontestables, la más antigua
escuela indoeuropeística construyó la teoría de la unidad baltoeslava. Esta
teoría ha sido criticada posteriormente, si bien reconociendo la tendencia a
las innovaciones coincidentes entre ambas lenguas, pero subrayando que se
trata, fundamentalmente, de lenguas muy conservadoras que se comportan de forma
independiente y que reciben influencias lingüísticas diversas (urálico-finesas,
por un lado, estépico-iranias, por otro). Otros, sin embargo, señalan que la
toponimia, la arqueología y la historia presentan localizaciones diferentes de
los pueblos baltos y eslavos: la lengua báltica y la lengua eslava serían,
simplemente, residuos del protoindoeuropeo, los restos que quedaban de la
lengua original cuando los distintos dialectos comenzaron a diferenciarse y a
entrar en la historia.
Pero existe cierto consenso entre los lingüistas a la hora
de señalar que las lenguas baltas y las lenguas eslavas se derivan de una raíz
común: el protobaltoeslavo, el cual se habría separado de las otras lenguas
indoeuropeas hace aproximadamente 4500‒7000 años. Después, la separación entre
el balto y el eslavo se produciría hace 3500‒2500 y la división entre las
diferentes ramas lingüísticas eslavas dataría entre 1700 y 1300 años, justo en
el momento de dispersión de estas poblaciones. Estos movimientos afectaron a
regiones ocupadas anteriormente por poblaciones bálticas, ugrofínicas y
túrquicas en el este de Europa, por poblaciones germánicas en el centro de
Europa y por otras variadas poblaciones indoeuropeas en los Balcanes.
Por otra parte, la etimología del término “eslavo” es
extremadamente curiosa y caprichosa. Resulta evidente su pertenencia a la raíz
indoeuropea *kleu-/klou-/-klu-
(“oír”), que fonéticamente se convierte en slav-/slava
(“fama”) y en slov-/slovo
(“palabra”). En la familia de lenguas indoeuropeas es habitual la asociación
entre los conceptos de “oír, escuchar” y los de “fama, reputación, gloria”, lo
que ya describe una determinada interpretación de los valores indoeuropeos,
para los que la “gloria” depende, en gran medida, de todo aquello que se dice
sobre la nobleza y las gestas de una persona. Por supuesto, esta explicación
debe quedarse limitada al terreno de la especulación lingüística.
De origen indoeuropeo, el pueblo eslavo se extendió desde el
flanco norte de los Cárpatos, desde mediados del primer milenio, a lo largo de
una amplia franja que va desde el alto Vístula hasta el Dniéper medio, al sur
de la actual Polonia, Bielorrusia y el noroeste de Ucrania. Los eslavos estaban
entonces divididos de forma irremediable tomando parte en las “grandes
invasiones”, esos amplios movimientos caóticos que alteraron el conjunto de Europa
‒abriendo la puerta del mundo antiguo al espacio europeo tal y como hoy lo
conocemos. Una serie de impulsos hacia el oeste, hacia el sur y hacia el este
propulsó a los eslavos en dirección hacia el Elba, el Danubio y el Don para
tomar apoyo sobre el Báltico, el Adriático, después en la franja de las estepas
a lo largo del mar Negro y del mar Caspio.
Situado al este de nuestro continente, este territorio se
encontraba rodeado de pueblos muy diversos: baltos y finougrios al norte y al
este; germanos al oeste, iranios al sur. Era considerado como un margen, a la
vez, por el mundo mediterráneo y el mundo occidental, antes de ser una
encrucijada durante la Edad Media. Sus ríos y sus caminos terrestres eran otras
tantas vías de contactos entre Escandinavia y Germania, por un lado, y el
imperio bizantino y el mundo asiático, por el otro.
La expansión de los
eslavos
Desde los orígenes, la expansión de los eslavos se produjo
como una especie de dilatación, de radiación, en mayor medida que de
migraciones sistemáticamente organizadas. Algunas tribus permanecerían en su
área inicial. Otras, por el contrario, hacia la mitad del primer milenio,
comenzarán a bordear, hacia el norte, los pantanos del Pripet. Probablemente
fue un movimiento espontáneo provocado por el hostil entorno ambiental de los
pantanos del Pripet para, desde ese punto, buscar tierras de pasto para su
ganado o, incluso, para las nuevas formas de cultivo.
Posteriormente, y casi con toda seguridad, su rápida propagación
pudo ser provocada en función de los movimientos incontrolados de los pueblos
vecinos, sometidos a las presiones de las “grandes invasiones”. Por ejemplo, el
desplazamiento de los eslavos hacia el oeste no fue propiamente una conquista,
sino una ocupación de espacios que quedaron relativamente vacíos por el
desplazamiento de los germanos en los últimos siglos del Imperio romano e
inmediatamente después de su caída. Esto es, que las últimas migraciones
eslavas (siglos V a X de nuestra era) vinieron a ocupar el vacío dejado por las
tribus germánicas orientales que traspasaron el limes romano y acabaron estableciéndose en Europa occidental.
Hoy se admite, casi unánimemente, que la progresión
simultánea de los eslavos hacia el noreste, el oeste y el sur, durante la Alta
Edad Media, representa un hecho histórico de capital importancia, con tantas
consecuencias para el futuro de Europa como las invasiones de pueblos germánicos
o de origen turcomongol. El espacio eslavo, relativamente conocido hasta ese
momento, se extendería, en dos siglos, sobre la mitad del continente europeo,
alcanzando puntos tan extremadamente alejados del territorio inicial como Kiel,
Bamberg, Linz o Corinto.
Otros dos hechos históricos de primera importancia, de
épocas cercanas pero distintas, marcarán el inicio de los movimientos
migratorios de los pueblos eslavos: la defnitiva derrota de los hunos y el
posterior desplazamiento de numerosos pueblos germánicos desde sus
asentamientos originales a las regiones centrales o periféricas de la parte
occidental del Imperio romano, por un lado; y el debilitamiento del poder de
los ávaros, a mitad del siglo VII, que oprimía a los eslavos militar y
tributariamente, por otro. Comprimidos sucesivamente por los godos, los hunos y
los ávaros, el despliegue eslavo se amplifica en los dos siglos siguientes hasta
la formación de los primeros Estados eslavos.
Los primeros testimonios escritos de los que disponemos datan
del siglo IX de nuestra era (fecha confirmada, además, por la tradición
histórica): es la época en la que dos misioneros, Constantino (más conocido
bajo el nombre de Cirilo) y Metodio, inventan el alfabeto llamado cirílico, y
traducen partes enteras de la Biblia, así como textos litúrgicos ortodoxos en
una lengua que hoy denominamos “antiguo eslavo eclesiástico”. Pero, hay que
recordar, que fue mucho antes de este acontecimiento cuando se conocieron a los
eslavos por primera vez: los esclavenos, los antas y los vénetos, que
probablemente eran tres grupos étnicos pertenecientes a esta familia, fueron
conocidos varios siglos antes, quizás incluso más.
Las primeras menciones a los eslavos son de los
historiadores bizantinos, los primeros en entrar en contacto con los eslavos.
Su opinión era muy desfavorable, para nada equivalente a ciertas ideas que
circulan sobre los eslavos como pueblos idílicos y pacíficos. Se les
consideraba como salvajes, imprevisibles y sedientos de sangre. Pero su
comportamiento en nada difería del de los otros pueblos de la época.
Los historiadores del Imperio Romano de Oriente dan
testimonio de la explosión de los pueblos eslavos y de la presión que
ejercieron sobre el mundo bizantino: a partir del siglo VI, sucesivas
incursiones e invasiones llevaron a estas tribus hasta Grecia y los Balcanes.
Historiadores como Jordanes y Procopio, que escriben sobre los siglos VI‒VII de
nuestra era, ubican a las tribus de los esclavenos y los antas al norte del
Danubio, en una franja territorial que se extiende del Dniéper al curso
superior del Vístula. Los vénetos, por su parte, son atestiguados más pronto, y
se siguen sus rastros desde el siglo I al II de nuestra era, pero son más
difíciles de localizar, aunque la mayoría de las tentativas realizadas en este
sentido no se alejan de la región mencionada más arriba.
Tanto los lingüistas como los arqueólogos que han trabajado
sobre los orígenes de los eslavos señalan que sus fronteras están en constante
movimiento desde el siglo V al X, período considerado no solo como el de su
primer impulso, sino también como aquel en que el eslavo común, o protoeslavo,
se divide en varios idiomas diferentes, ancestros de las lenguas modernas. Su
progresión hacia el este y el noreste (500‒1000 d.C.), por ejemplo, llevó a los
hablantes eslavos hasta las tierras antes ocupadas por los baltos y los
fineses; estos eslavos orientales no son otros que los rusos, los bielorrusos
(o rusos blancos) y los ucranianos de hoy. El avance hacia el sur y, más allá
del Danubio, hacia el imperio bizantino explica la existencia de eslavos
meridionales (búlgaros, macedonios, serbios, croatas y eslovenos), mientras que
en el oeste surgían los polacos, los checos y los eslovacos.
Encontramos, así, a los croatas, a la vez, en la región del
alto Vístula (de los que puede derivarse el nombre de Cracovia) y en los bordes
del Adriático; a los eslovenos en los confines alpinos de Carintia e Istria,
pero también en Novgorod; a los serbios en el curso superior del Elba (los “srbi”, es decir, los sorabos) y en el
oeste de los Balcanes; a los obroditas cerca del Danubio y en las riberas del
Báltico; a los polianos cerca del Vístula y en la región de Kiev.
Tomando los Balcanes por asalto en sucesivas oleadas y
deslizándose hasta la punta extrema del Peloponeso (alcanzan incluso Creta),
los eslavos no serán rechazados de Grecia por Bizancio hasta doscientos años
más tarde, en el siglo IX. En el oeste, Carlomagno detendrá su avance y después
inaugurará un nuevo periodo de germanización de las zonas eslavas de Baviera y
Austria al suroeste, así como las cuencas del Elba y del Óder al noroeste. Este
es uno de los puntos culminantes de la confrontación entre germanos y eslavos
que continuará hasta las dos guerras mundiales del siglo XX.
En el siglo X, el empuje germano reforzará la ruptura entre
los eslavos del oeste y los eslavos del sur, que la invasión húngara procedente
de Eurasia central hará definitiva. Los rumanos, por su parte, les separarán de
los eslavos del este, Un punto sigue siendo fundamental: solo los eslavos del
este (y, sobre todo, los rusos) podrán proseguir en dirección a Siberia un
fenómeno de continua expansión. En diez siglos, esta expansión los conducirá a
asegurarse el control de un continente entero, Eurasia, llevándolos incluso a
pasar al continente americano ocupando Alaska hasta 1867.
La inmensidad del espacio a atravesar, a colonizar, es decir, a despejar, a desarrollar, pero también a defender, absorberá gran parte de la energía del pueblo ruso a lo largo de los siglos. A diferencia de los otros eslavos, permitirán que se desarrolle un sistema estatal cada vez más rígido, centralizado, autoritario y restrictivo. En este sentido, su camino será exactamente el opuesto al que experimentará la Europa occidental.